El diario de este martes, el que cualquier vecino se llevó del kiosco donde trabaja Andrés no hablaba para nada bien de él ni de sus colegas. De Andrés ese muchacho que desanda una carrera terciaria, hincha de Boca, que viajó a Europa casi de polizón en tiempos del país-infierno a ver que pasaba y volvió resignado; aunque hoy, transcurrido más de un año de ese regreso, esa no sea la sensación que lo domina.

Ese papel impreso de aparición cotidiana que ellos entregan al destinatario del mensaje periodístico-publicitario multiplicó hoy, por centenares de miles, textos donde los Andrés eran la excusa de un ataque que transmite la impunidad e hipocresía de quienes dominan groseramente la comunicación.
Esos grupos mediáticos se encargan de repetir desde los espacios que los nuclea, que nada hay por sobre sus intereses y que todo aquello que no cuadre en ese esquema será denunciado como un ataque a la libertad de expresión.

Que los canillitas en su día ejerzan su derecho a no trabajar –una conquista, como otras similares, que fortalece identidad, mantiene presente la historia de una actividad, sus luchas- signifique poner en riesgo la industria editorial y, pegadito a ello, atente contra la libertad de prensa es un concepto tan mentiroso que ni siquiera merece el conservador calificativo de desmesurado.

Dicen los dueños de los diarios que ellos juegan diariamente “su vigencia frente a medios cada vez más dinámicos”, con “grandes desafíos” que les toca enfrentar en un mundo de profundos cambios culturales, económicos y tecnológicos, argumentos que exponen hoy, en todos sus diarios, como si nada tuvieran que ver con la vanguardia y/o con los principales beneficiarios de esos cambios, de los cuales hay que “cuidarse” sacando, por ejemplo, el 7 de noviembre el diario a la venta.

Esto a pesar del espacio que ellos mismos otorgan a los congresos de editores de diarios, donde siempre se rechaza la idea de crisis de ese tipo de soporte comunicacional; eso sí, con la principal intención de que esas definiciones sean leídas por los auspiciantes.

Que defender un derecho tan elemental, con un claro valor de conquista de los trabajadores, sea catalogado como un “lock out” y que los canillitas, esos trabajadores, sean ubicados en la categoría comercial de cuentapropistas, es una muestra clara de la continuidad del país a la que apuestan, ese que contribuyeron a construir, como máquinas no como simple vagones, en la década de los 90, donde el derecho de los trabajadores se transformó en un privilegio a combatir y la iniciativa empresaria en el mundo del libre mercado el modelo a seguir y defender como sea.

Por eso se confunde, deliberadamente, represalias ejercidas por la mayoría de los medios contra gráficos y trabajadores de prensa frente a la posibilidad de que se tomen su día en aquellos años como la supuesta caída de un derecho absolutamente vigente, al menos en el caso de prensa. Salvo que el sometimiento represivo, individual y colectivo, sea desfigurado y puesto en clave de consentimiento, personal o institucional.

Si, como dice la solicitada de ADEPA, “Editores, periodistas, gráficos, distribuidores y vendedores contribuyen con su aporte a la función de la prensa en la democracia”, convendría preguntarse si ese concepto se extiende a la hora de discutir salarios, precarización laboral, condiciones de trabajo, cumplimiento de convenios, cuando las dilaciones, negaciones, persecuciones -que las empresas dominantes ejercen sobre aquellos que “contribuyen con su aporte a la función”- son parte de una estrategia que no da lugar a dudas a la hora de definir el comportamiento mercantil hasta el hartazgo de esos medios.

Mañana no iremos a comprar el diario y Andrés dormirá más de lo habitual, disfrutando de su día. Y que los dueños de la libertad de empresa no se molesten en disculparse: por nosotros que no se preocupen. La vida sigue a pesar de “la discontinuidad de la lectura”.