Reparemos, en primer lugar, en el dato siguiente: si la Argentina estuviera en condiciones de alcanzar el nivel de industrialización de Alemania igual tendría un desempleo del 10%, pues ese es el porcentaje de la fuerza laboral que, en la “locomotora de Europa”, se halla crónicamente parado.

Por otra parte, en Francia las industrias, los trabajadores del transporte y los estudiantes han dado señales inequívocas de que están dispuestos a pagar los platos rotos de la crisis capitalista.

Es verdad lo que dice Sarkozy: el sistema jubilatorio, así, marcha hacia el colapso. Pero no tiene razón cuando pretende evitar ese colapso desmantelando el “Estado de bienestar”. Que los trabajadores se jubilen mas tarde –dice la derecha francesa-, pero la solución justa sería que el sistema previsional se financie con las utilidades de las empresas. Como vemos, a los trabajadores se les propone más de lo mismo: si la máquina marcha mal, no hay que cambiar la máquina sino presionar a los trabajadores para que acepten bajarse al camino a empujar hasta que arranque de nuevo. No parece justo. Al fin y al cabo, en la historia de la humanidad, primero fue el trabajo; después apareció el capital.

También han sido muy citados, recientemente, los Pactos de La Moncloa, de octubre de 1977. Pero estos tampoco constituyen un antecedente alentador. Sus consecuencias, para los trabajadores, fueron la reducción salarial y la flexibilización laboral. Los Pactos de La Moncloa no mejoraron la distribución del ingreso ni redujeron el desempleo. Crecieron las utilidades de las empresas. España ingresó en la Unión y se enganchó a la prosperidad europea y el conjunto de la sociedad (incluidos los socialistas y los comunistas) aceptó la monarquía “en el marco de la democracia”.

Escenarios de ayer y de hoy

Al igual que en España, en la Argentina de hoy el convite incluye promesas de “inclusión social” manteniendo el actual modelo de acumulación. Dependerá de la fuerza organizada de los trabajadores que esto se cumpla en una u otra medida. Los antecedentes argentinos, en materia de pactos, remiten muy fuertemente al fraguado en 1973 por el terceto Gelberd–Bronner-Rucci. El dato duro de ese convenio fue que las bases empresarias no cumplieron con el aumento de $200 que se había negociado en la mesa y que las bases obreras no quisieron suspender las paritarias por dos años. Se abonaba, así, el terreno ara el surgimiento de conflictos liderados no por las formales conducciones de los sindicatos sino por dirigentes elegidos en asambleas. Se las llamó “huelgas salvajes”; Balbín, ya claudicando en sus declamados principios democráticos, las tildó de “guerrilla industrial”. Los obreros hablaban, en cambio, de “coordinadoras en lucha”. Estamos en 1975.

Hoy, la convocatoria abre paso en un escenario por cierto distinto, aunque los temas sean parecidos. Una meta prioritaria será la contención de la inflación por la vía de la reducción del gasto público. Si se mantiene el crecimiento (meta estratégica) y a ello se suma el dólar alto que beneficia las exportaciones, así como el nivel de reservas (45 mil millones de dólares) y la dinámica superavitaria en las áreas comercial y fiscal, con todo ello (y previa refinanciación de los seis mil millones de dólares que se le adeudan al Club de París) estaría montado el escenario para aspirar a una inversión externa del orden de 27% del PBI.

Vale aquí preguntarse cuál es el interés de los trabajadores en un eventual pacto social y en el marco definido en el párrafo precendente.

Si se trata de precios y salarios y de acuerdos de largo plazo en temas críticos, esto redundará en consolidación y estabilidad del actual modelo “productivista-industrialista”. La Argentina dejaría atrás, así, en forma definitiva, los tiempos en que se emitían patacones y lecops porque el peso había dejado de existir. Esto no les viene mal a los trabajadores en la medida en que sus dirigentes y organizaciones vayan en busca del tiempo perdidopara plasmarlo en organización y programa, esto es, en construcción propia y autónoma.

El fondo del asunto

Pero, además de salarios, habría que incluir otros puntos, como condiciones de trabajo y doble indemnización; y, sobre todo, no aceptar ningún congelamiento de reclamos, ya que la experiencia enseña que éstos se congelan pero los precios no. Tampoco hay que internarse en el campo estéril de las discusiones acerca de la modernización institucional u otras por el estilo. El eje del consenso debe pasar por la inclusión y el crecimiento, es decir, por el programa económico.

El pacto que viene, entonces, deberá, para ser viable, producir efectos de corto plazo en materia de redistribución del ingreso. Si esto no ocurre habrá que prestar atención a una protesta social de base que irrumpirá en un marco en el cual la fragmentación y la representatividad cuestionada de patronales y sindicatos es la seña de identidad más notoria.

Por todo esto, decimos que no se trata de una cuestión terminológica. Da lo mismo llamar pacto al pacto que llamarlo “paritaria social”. La cuestión de fondo reside en saber con qué política contamos los trabajadores para cuando lleguen los tiempos en que el modelo muestre sus limitaciones, que las tiene. Y un segundo acápite de esta cuestión de fondo es este: para disputar con el capital sobre la tasa de ganancia hay que tener poder. Como los trabajadores franceses hoy, como los argentinos de los ´70 (ANC-UTPBA).

(*) Periodista