No sé si entiendo –lo de “capital simbólico”, me supera- y me descoloca ver a “los periodistas” entre guiones y tan lejos e incidentales.

Pero la idea no es hacerse el gil, gambetear la cuestión con un chiste o ironizar sobre las formas para no ir al fondo. Es decir, creo que lo que se pregunta es: cómo te las arreglás con las presiones de tu medio laboral para hacer el trabajo dignamente y poder seguir mirándote al espejo. Más o menos eso, creo.

Antes de contestar, me permitiré algunas salvedades que se desprenden del planteo. Primero, no sé cuándo se supone que empezó la actualidad de las “las actuales condiciones” pero lo sospecho. Segundo, la pregunta parece presuponer, tácitamente, una convicción: hoy existen problemas para decir la verdad o simplemente hablar de ciertas cosas.

Respecto de ambas salvedades: primero, creo que las “actuales condiciones” no son peores que en otras épocas –de la Dictadura para acá- en lo que respecta a la actitud general y al papel del gobierno de turno –Kirchner, digo-; pero creo que acaso sí lo sean en cuanto al desempeño de los medios privados altamente concentrados. En lo que se refiere a la segunda cuestión, es cierto: hay problemas para decir la verdad y hablar de ciertas cosas.

Como siempre. También creo –como consecuencia de todo lo anterior- que las cosas de las que no le gusta al gobierno que se hable no son menos importantes que las que los medios concentrados se niegan sistemática e históricamente a mencionar. En ese sentido, la “libertad de prensa” vivida y celebrada durante el menemismo tuvo que ver, simplemente, con la comunidad de intereses compartidos entre las políticas de aquel gobierno de turno con los sectores que representaban y representan los medios concentrados.

En cuanto a la cuestión en sí, sólo me cabe y me sale una respuesta personal, no generalizable. Ya John William Cooke explicó en este país, hace más de medio siglo, los equívocos intencionados entre libertad de prensa y libertad de empresa.

Cuando un medio se convierte, como suele suceder, en vocero tácito del Poder –ya sea del gobierno (poder político) y/o de sectores sociales poderosos y determinados (poder económico)- a la larga, si no se encanallece, se sentirá como diría Sinatra en el foxtrot famoso:
demasiado cerca para estar cómodo. A su vez, cuando un periodista empleado o estrella está excesivamente identificado con un medio, que a su vez lo está con alguna forma del Poder, se sentirá –en algún momento de lucidez- también incómodo, pero al cuadrado.

Por eso, en estos tiempos y en cualquier otros, sólo cabe reconocer y convivir con una saludable, mediana incomodidad. Esa tensión -se nos paga para escribir, no para vender ni siquiera para leer el diario que nos emplea- que define el más exacto estado de cosas. Una situación siempre inestable y con tendencia al desequilibrio. En ese contexto sólo nos cabe (tratar de) decir la verdad, o sea: que lo que se escriba coincida con lo que se piensa. Y (tratar de ) respetar nuestro trabajo: que lo que se escriba coincida con lo que se publique.

Claro que siempre queda el socorrido recurso de pensar y escribir boludeces. Pero eso, se sabe, no es una solución perdurable.

No la hay, además.