Recuento su historia. Mariana Francia es una joven que vive en Paraná. En 1997, en plena adolescencia, fue alcanzada por la leucemia. En el Hospital Británico de Buenos Aires supo que su única posibilidad de salvación estaba en un trasplante de médula. Había que realizarlo en Londres: 300 mil dólares. Cifra imposible.

Pero los amigos de Mariana movieron cielo y tierra y pavimento. Rifas. Difusión en diarios, radios, tevé; así, con la porfiadez de las hormigas, llegaron a Buenos Aires. Fanny Mandelbaum, entonces movilera, organizó una colecta por Canal 11. Pusieron una alcancía en Florida y Corrientes. En mayo del 98 la imposible cifra por fin había sido reunida, y Mariana, trasplante mediante, nació de nuevo. Ciencia y solidaridad hicieron un milagro que no cayó del cielo.

Y Mariana me contó esto: “El día de la colecta, en Florida y Corrientes había un pibe de unos 8 años que hacía su trabajo callejero: abría y cerraba las puertas a los pasajeros de taxis. Estuvimos todo el día allí. Al caer la tarde el pibe se acercó, sacó de sus bolsillos las monedas que había juntado con su trabajo y las depositó en la alcancía. Muy rápido dejó sus dos puñados de monedas, y se hizo humo. No alcanzamos a preguntarle ni cómo se llamaba. Nada. Sólo recuerdo que tenía una cicatriz en la ceja izquierda”.

Siempre me pregunto: ¿dónde andará ese niño? ¿Estará sanito? Más aún: ¿estará vivo? Lo de Cejaizquierda parece relato de una mala ficción. Algo que no cierra; algo de otro mundo. ¿Quién se anima, hace falta coraje también para creer lo increíble? Pero pasó, pasó aquí, en esta patria idolatrada. Flor de trompada al mentón de la in-diferencia nuestra de cada día.

Este pibe nos enseña sin canciones de protesta, sin spots publicitarios, sin solemnes sermones, que no es casual que la palabra solidaridad incluya la palabra sol. Que la solidaridad (y la esperanza) es algo que también perdimos en la festichola que se agudizó en la década del Invertebrado Señor de los Anillacos, mientras la Argentina era saqueada, loteada, donada y analfabetizada.

Además nos enseña que no tenemos razón cuando justificamos nuestra abúlica inacción diciendo: “Lo que pasa es que aquí no hay ejemplos”. Hay ejemplos, y a patadas. No los busquemos en la perfección congelada del bronce. Busquémoslos más acá de nuestras narices. Abrir los ojos, aprender a mirar con el corazón, ésa es nuestra cuestión.

A todo esto, otra vez: ¿qué será de la vida del pibe que entregó aquella nochecita todas sus monedas? Uno se repregunta sobre el destino de un ser ya tan excepcional siendo criatura: ¿Cuánto, qué puede llegar a ser de adulto? Imaginemos un ser de esta índole siendo médico, político, docente, jurista, periodista. Pero.

Pero el pibe aquél, ¿seguirá a la intemperie?, ¿estará vivo el pibe? Uno piensa que, cuando fue censado y se le preguntó sobre su actividad, debió haber contestado “héroe”. Distraídos como estamos por la histeria del miedo (tan sembrada por los medios de des-comunicación), mientras crecen eufóricamente los reclamos de “mano dura” y de “tolerancia cero”, ojo, no vaya a ser que nos crucemos con Cejaizquierda. Y sigamos de largo. O le escupamos una puteada porque insiste en limpiarnos el parabrisas.

* Nota publicada por la Agencia Pelota de Trapo (http://www.pelotadetrapo.org.ar/)