El actual conflicto diplomático entre Ecuador y Colombia, como la mayoría de los conflictos entre países hermanos de la América Latina, responde en gran medida a los intereses del gran capital mundial y específicamente norteamericano en alianza con los capitales nacionales; digamos a los intereses de los grupos de poder internacional en alianza con grupos locales. Si somos capaces de tomar cierta distancia de la perspectiva del poder hegemónico, cuya ofensiva mediática vuelve difícil la tarea, podremos mirar que como pueblos nos une una historia común y un deseo de construir un futuro digno mucho más vinculante, que las ideas traídas por aquellos que buscan sus propios beneficios políticos y económicos en detrimento de nuestros pueblos.

El pueblo ecuatoriano desde aproximadamente dos décadas viene resistiendo y luchando en contra de algunas políticas del Estado norteamericano. Dentro de las principales luchas que se levantaron fue la negativa rotunda a ser parte del Plan Colombia, pues considerábamos que era una estrategia norteamericana para regionalizar el conflicto y con esto abrir puertas para el control político de la región, además de esto, asegurar el saqueo de recursos naturales, es decir, entendimos que había una clara intención de control geopolítico de la región.

Se sostuvieron duras luchas contra varios gobiernos para impedir la vinculación al Plan Colombia que incluso terminaron en derrocamientos de presidentes, pues esta reivindicación era una de las fundamentales en las luchas populares de este país junto con el rechazo al TLC y a la concesión de la Base de Manta a los Norteamericanos.

Desde antes del Gobierno de Rafael correa, el Ecuador ya se negó a ser parte del Plan Colombia y, sin embargo, fuimos y seguimos siendo afectado por su aplicación, me refiero específicamente a dos cosas: 1) los daños que sufrimos en la zona fronteriza por efecto de las fumigaciones con Glisofato que han producido deterioro ambiental, han dañado cultivos y han enfermado a los pobladores de las comunidades que allí habitan, y 2) se ha aumentado el número de refugiados colombianos en nuestro país por las acciones del Plan Colombia en los territorios de su frontera, lo que ha demandado mucho esfuerzo de nuestro país. Si bien es cierto que es una obligación nuestra recibir a cualquier ser humano que padece desplazamiento forzoso o cualquier otro tipo de violencia, sea del lugar que sea y aún más si en un hermano latinoamericano, sabemos que el aumento del desplazamiento tiene que ver en mucho con la política del Gobierno Colombiano bajo las directrices de los norteamericanos.

La cosa no quedó allí y el 1 de marzo del 2008 vino el ataque directo al territorio ecuatoriano, agresión que creo tiene, entre otros, cuatro objetivos claros: a) involucrarnos obligadamente en el conflicto interno de Colombia y así obligarnos a aceptar un Plan de Guerra que lo habíamos rechazado, obligarnos a movilizar tropas a la frontera en un acto de legítima defensa de nuestra soberanía y entrar en confrontación con la guerrilla con la cual nunca hubo enfrentamientos bélicos, b) sondear la respuesta latinoamericana a una violación de la soberanía del Estado Nacional probando con el “más débil”, puede ser un sondeo de las respuestas posibles que los agredidos tengan contra el agresor, un análisis político-militar del escenario de intervención, c) mirar que tan consolidados están los procesos progresista en el sub-continente y que tan consolidadas están las relaciones entre nuestros países; d) truncar el proceso de negociaciones que se venía realizando para el canje humanitario entre los Gobiernos de Venezuela, Francia y Ecuador y el vocero oficial de la guerrilla Raúl Reyes.

La respuesta del gobierno ecuatoriano fue coherente con el proceso de autonomía política que algunos gobiernos latinoamericanos (Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Argentina y Brasil) están impulsando respecto a la política norteamericana. Se consiguió algunos logros, años atrás impensables, como la Resolución de la Cumbre de Río y, a partir de ella, la Resolución de la OEA. Sin embargo, es necesario y fundamental entender que aquí no terminó el problema, la presión va a continuar, pues lo que se busca es configurar una realidad de inseguridad en todo el sub-continente sobre la base de: a) dificultar la negociación política para superar el conflicto en Colombia; b) presionar a los países de América Latina para que reconozca a la guerrilla colombiana como grupo terrorista y así justificar una intervención militar para “salvaguardar la seguridad y la paz en la región”, exactamente como lo hacen en Medio Oriente; c) lanzar una ofensiva ideológica a través de los medios de comunicación para introducir todos los argumentos que sean necesarios para la intervención militar en Latinoamérica. Las continuas acusaciones que involucran al Gobierno ecuatoriano y venezolano en relaciones de apoyo a la guerrilla buscan desacreditar los procesos que se desarrollan en estos dos países de la cuenca del Amazonas.

Somos absoluta e incondicionalmente solidarios con el pueblo colombiano sabiendo la compleja y difícil situación que atraviesan, así como somos respetuosos de su soberanía. No nos hemos involucrado en su conflicto, no nos involucraremos a nos ser si nuestra participación es consentida por el pueblo colombiano para la búsqueda de una salida política y negociada a su conflicto, que será de beneficio para toda la región. Creemos firmemente en que se debe ir a la construcción de un Organismo de Estados Latinoamericanos solidario, soberano, recíproco que sea el rector de nuestra vida política internacional tanto al interior de la región como hacia el exterior. Un Organismo de Estados Latinoamericanos con total autonomía respecto de otros Organismos Internacionales y de cualquier Estado o Grupo de Estados externos a la Región.

Por último, el pueblo ecuatoriano ha ratificado su hospitalidad a los hermanos colombianos refugiados en nuestro país, siempre se estará dispuesto a brindar toda la ayuda necesaria para calmar el sufrimiento de cualquier latinoamericano, de cualquier ser humano que demande nuestra concurrencia.