Se ha dicho mucho de la gran crisis. Se ha dicho que el capitalismo, en su fase actual, sólo puede sostenerse si agudiza el caos y las guerras. Se ha dicho que la crisis obedece al mercado, una deidad mafiosa con poder de veto sobre la vida y la muerte de la especie humana y el mismísimo planeta.
Se ha dicho que ya estamos en recesión. Que ha habido gentes que prefirió suicidarse cuando estalló Wal Street. Y que un día, quizás, desaparezca el dólar. Se dice que caen puestos de trabajo y esperanzas. Se convoca a armar brigadas estatales de rescate y equipos transnacionales de sabios, para ayudar al sistema a salir de su laberinto. Ciclópea tarea.
Se dijo que cayeron las bolsas. Y que subieron. Y que se acaba el mundo. Y que no. La locura. Y la ignorancia, o la esquizofrenia, de llamar terrorista al accionar del “mundo” financiero, eximiendo al “mundo” productivo, de donde se extrae plus valor del sudor de otras frentes. Dos caras de una misma moneda. Mejor saberlo.
Los más optimistas, tienen planes: nuevas burbujas, viejas estafas. Los menos optimistas auguran un 2010 a puro desplome.
El Pentágono, por si acaso, prepara otros genocidios. Nada queda librado al azar. El capitalismo se realimenta comiéndose a sus propios hijos y se desnuda impúdico: estampa viva de la barbarie.
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