(Por Lidia Fagale).- “Los periodistas siempre somos funcionales al sistema porque, en el mejor de los casos, resolvemos en forma simbólica lo que habría que resolver en las calles".
Quizás esta sea una de las reflexiones de Oscar Raúl Cardoso que mejor lo situaban en la intersección entre su formación en Filosofía, la profesión que ejerció durante más de 30 años informando e interpretando guerras, revoluciones, genocidios, esperanzas de cambio, desilusiones, y su apego a las causas populares. Era un hombre que militó ideas. Y las compartió, generosamente con muchos y no sólo a través de sus profundos artículos en Clarín.
De vez en cuando tomábamos un café para que nos cuente sin apremios su mirada del mundo. De ese mundo que narró, según su decir, “en forma simbólica” y que muchas veces lo llevaba hacia la zona oscura de los márgenes, de lo no escrito, de la distancia entre realidad y escritura, a pesar de forzar ese límite todos los días, como subrayaba cada vez que podía desde una posición docente. Una tensión que trataba de superar utilizando el significado de las palabras hasta el hueso, aunque no siempre ese esfuerzo intelectual fuera directamente proporcional a sus sensibilidades ideológicas. Así lo interpretamos cuando a su regreso de Ruanda, con los ojos aún cargados de las más terribles e imperdonables imágenes del genocidio ruandés, se desplomó sobre una mesa de un bar para decir: El mundo es otro. No es el que soñamos, no es el que queremos, eso ya lo sabemos hace tiempo, pero lo que vi en Ruanda es inenarrable. El horror, las mujeres, el hambre, las matanzas. La especie humana se devora a sí misma, remató con esa voz que conservaba su registro inconfundible, pero con un tono que no logró levantar en el resto de la charla.
Oscar Raúl Cardoso murió el 1 de julio. Su última columna hablaba sobre el golpe militar en Honduras, una zona por él conocida tras sus coberturas años atrás en Centroamérica. Como siempre su mirada tenía la virtud de acercarse al hecho –brutal por cierto- para ir por las causas y anticipar consecuencias, a partir de su fina lectura de los contextos políticos y económicos internacionales.
Su capacidad y el respeto que ella generaba le permitían a Oscar construir una cantidad de relaciones políticas, sociales, intelectuales, culturales, ámbitos que sufren hoy un golpe muy duro. Desde cada una de esas expresiones hay un recuerdo, una reivindicación y mucho dolor. Vale, como organización, que era también la suya, compartir ese sentimiento. Y vale decirnos que Oscar era aquella condición humana necesaria para jugarle a la injusticia con los atributos intelectuales y de compromiso más nobles.
Secretaria General Adjunta UTPBA
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