Serguey Lavrov, ministro ruso de Asuntos Exteriores.
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El 8 de agosto es el primer aniversario de los sucesos trágicos en Osetia del Sur. En aquella noche el régimen de Mijaíl Saakashvili cometió un ataque vil e inhumano contra sus habitantes así como contra los pacificadores rusos que durante muchos años defendían la paz y la seguridad de los pueblos que viven en la frágil región transcaucásica transcaucásica.

En el transcurso de la agresión georgiana se usaban masivamente tipos inhumanos de armamentos, incluidas las municiones de racimo, sistemas de fuego a salvas y bombas de 500 milímetros. Como resultado, murieron centenas de civiles de Tsjinvali y localidades adyacentes; decenas de militares rusos, incluidos los pacificadores, mientras que el número de heridos y perjudicados es mucho mayor. Hasta la fecha es imposible identificar a muchos perecidos. Las destrucciones son verdaderamente horribles.

Numerosísimas víctimas humanas y miles de refugiados atestiguan que no se trata de un “error” o una “casualidad” sino de acciones criminales planeadas de antemano. Lo confirman claramente asimismo los documentos de trofeo del ejército georgiano, incluido el famoso plan “Campo raso”.

Los rusos experimentan ira y dolor evocando recuerdos de los sucesos de agosto del año pasado. Lamentamos junto con el pueblo suroseto, rendimos homenaje a la memoria de los perecidos y prometemos continuar ayudando a todos los que quedaron perjudicados en el transcurso del conflicto.

Los sucesos trágicos en Osetia del Sur volvieron a demostrar a la comunidad internacional entera la falta de alternativa para los métodos pacíficos de negociaciones del arreglo de los litigios y conflictos. Lamentablemente, a costa de la vida de las personas inocentes. Ello no se perdona. Los criminales de guerra deben ser castigados. La historia contemporánea de Europa conoce bastantes ejemplos a este respecto.

La bárbara agresión de Georgia contra la antigua parte de su propio Estado reveló patentemente las profundas grietas en el sistema de seguridad europea que existía. Éste resultó incapaz de prevenir ataques repentinos y de gran envergadura en los territorios que se encuentran bajo atención de los institutos internacionales más importantes.

La Federación de Rusia defendía consecuentemente los principios políticos del arreglo pacífico en Transcaucasia y actuaba como un mediador imparcial y concienzudo en las negociaciones en el marco de la ONU y la OSCE. Durante 17 años cumplíamos con las funciones pacificadoras de responsabilidad y estábamos dispuestos, en caso del arreglo, a asumir el papel de garante en los acuerdos de las partes en conflicto. Sin embargo, las autoridades georgianas prefirieron “fusilar” la integridad territorial de su Estado valiéndose de las instalaciones “Grad” poniendo cruz y raya en la recuperación de la comunidad étnica con las etnias vecinas. Más aún, en los primeros días pasados después del derramamiento de la sangre en Tsjinvali el régimen de Mijaíl Saakashvili agravó aún más la situación intentando acusar Rusia del desencadenamiento del conflicto y continuando con amenazas a sus vecinos.

En aquellas circunstancias no teníamos otra opción para garantizar la paz y la seguridad de los pueblos de Osetia del Sur y Abjasia que no sea la de reconocer su independencia y concederles la elección libre y democrática de su desarrollo nacional. Rusia fue la primera en comprender la realidad objetiva. Fue la decisión más eficaz de la que ganaron todos, hasta los que no lo quieren reconocer.

La presencia de nuestros militares y guardafronteras basándose en los acuerdos bilaterales ratificados en los parlamentos es absolutamente legítima. Garantiza la seguridad de las repúblicas y crea condiciones para su desarrollo independiente. Rusia continuará prestando a los pueblo hermanos de Abjasia y Osetia del Sur una ayuda social y económica de gran envergadura, sobre todo en lo que se refiere al restablecimiento de las viviendas y la infraestructura civil, como también a la asistencia en la defensa y la protección de las fronteras.

Pasado un año tras la agresión georgiana, los pueblos de Transcaucasia siguen experimentando muchos retos y problemas. El principal de ellos sigue siendo la política de revancha y la perspectiva de la reincidencia de acciones armadas de parte de Georgia. Pese al fracaso de la aventura de agosto las autoridades georgianas, tal como parece, no tienen la intención de abandonar los planes de recuperar la “integridad de Georgia”. Por tanto insistimos en asumir compromisos legales de no hacer uso de la fuerza. Además, Georgia debe asumir esos compromisos sin reservas, no con respecto a Rusia sino con respecto a las repúblicas vecinas, Osetia del Sur y Abjasia. Únicamente así Tiflis puede recuperar una confianza mínima de parte de los países vecinos y la comunidad internacional. Los convenios del no-uso de la fuerza deben contener garantías precisas de la seguridad para los pueblos de Abjasia y Osetia del Sur. Ello prevendrá que se repita la tragedia. Todos los Estados y pueblos democráticos deben estar interesados en impedir que surjan nuevos arrebatos de violencia en la Región.

Es inapreciable la necesidad para todos los países de abstenerse durante un período prolongado de los suministros a Georgia de los armamentos y medios técnicos ofensivos y, como ideal, de todos. Los suministros masivos de armamentos que se realizaban en los últimos años desde el exterior crearon en las autoridades georgianas una ilusión de la impunidad generando la tentación de resolver sus problemas por vía militar. Las secuelas nefastas de todo ello son evidentes hoy en día. La comunidad internacional debe manifestar un enfoque responsable en este caso y reconocer los cambios geopolíticos que se formaron en Transcaucasia después de los sucesos de agosto.

Los intentos de actuar como si no pasara nada y menospreciar por completo la existencia independiente de Osetia del Sur y Abjasia comportaron al cierre en esos países y Georgia de las presencias internacionales que, en general, prestaban una asistencia útil a los pueblos de la Región. No fue nuestra opción. Tampoco Rusia es responsable por la salida de las Oficinas internacionales, por más que lo traten de presentar.

No obstante, suponemos que si todos las partes interesadas sacan lecciones y conclusiones de la tragedia de agosto del año pasado, la comunidad internacional será capaz de entablar una interacción constructiva en Transcaucasia. Las vías fundamentales para ello figuran en el Plan Medvédev–Sarkozy cuyas disposiciones son cumplidas plenamente por Rusia y lo seguirá haciendo. Únicamente con esfuerzos comunes podremos mantener la paz en nuestro Continente Europeo.

Los sucesos de agosto de 2008 seguirán ocupando aún durante mucho tiempo la mayor atención de los políticos y politólogos. Lo principal es que el proceso de su intelección no sea rehén de criterios ideologizados o de bloques sino que contribuya a la búsqueda de vías y medios adecuados para garantizar la estabilidad y seguridad en Transcaucasia.