Cuando la maestra les pregunta quién quiere irse a Estados Unidos, todos alzan la mano. Sus padres ya se han marchado o están por marcharse. Los niños de La Cañada entienden que se van porque ahí no les gusta y no hay dinero. Sí les pagan, dicen, les dan un billete. “¿Qué creen que hay allá?, los cuestiona, e imaginan el dinero tirado, los regalos y las cadenas de oro. Si se van, dejarán sola a La Cañada. “¿Qué sucederá con los que se queden?” Se pondrán tristes, contestan.

Producida por La Sombra del Guayabo –compañía fundada por Juan Carlos Rulfo, Carlos Hagerman y Nicolás Vale–, con financiamiento de la Fundación BBVA Bancomer, Los que se quedan es un ensayo de la ausencia. Próxima a estrenarse (en octubre), la cinta retrata a las familias de migrantes que esperan la llegada o la huida, que no olvidan al que falta. Es una discreta e íntima exploración del día a día: la separación y la soledad, y esperanza de quienes permanecen.

La película obtuvo el Premio del Jurado de Largometraje de Creación del Festival Documenta Madrid 2009. Fue clasificada en esa categoría, pues su realización no siguió la pauta documental centrada en el testimonio, sino que construye un relato a través de la cotidianidad de personas reales. Fue reconocida como mejor documental del Festival de Cine Independiente de Los Ángeles 2009 y del Vigésimo Cuarto Festival Internacional de Cine de Guadalajara.

En entrevista con Contralínea, los productores Juan Carlos Rulfo (realizador de En el hoyo, 2006; Del olvido al no me acuerdo, 1999; El abuelo Cheno y otras historias, 1995) y Carlos Hagerman (realizador de Diminutos de calvario, 2001; El alma mexicana, 2000; Ciudad, 1999; Angels don’t know, 1996; The storyteller, 1995; Sisyphus, 1994; La manifestación del concepto, 1991) advierten que sólo dándole la voz a los involucrados es posible abarcar un problema tan complejo.

La propuesta, dicen, es honrar y hablar de la dignidad de la gente: “Se trata de retratar sus historias desde lo cotidiano, no desde el dolor, sino de lo que se siente estar aquí”.

—¿Realizar este proyecto cambió su percepción sobre la migración?

—Sí –responde Hagerman–. Es un fenómeno que abarca cada rincón: el que las familias tengan una ausencia y estén rotas por la separación. De ese vacío y tristeza está impregnado el país.

—¿Es necesario adoptar la visión de quienes se quedan para solucionar el problema?

—Todos hablan del país –opina Rulfo–, pero no hay hechos concretos. Son palabras de instituciones. No puedo pedir que el gobierno mire a la gente: dada la situación, no lo sabría hacer. Por eso hay que girar la óptica, comenzar por las expresiones culturales, desde la iniciativa privada y desde nosotros mismos. Si se crean más productos de este tipo, si a este pequeño esfuerzo se suman otros, entonces tendremos una visión mayor de lo que somos.

Durante la reunión del G-8 en Italia, Margarita Zavala entregó a Michelle Obama y a cada una de las primeras damas una copia de la cinta. Para el realizador Carlos Hagerman fue el gesto de una actitud muy madura. “Es como decir: ‘Conozcámonos’, ‘sepan quiénes somos’, ‘acérquense a nosotros’”.

Los retratos

Los que se quedan recoge historias en Yucatán, Chiapas, Michoacán, Jalisco, Puebla y Zacatecas. Cada una es distinta, pero tienen en común la partida, el regreso, la coincidencia y el desencuentro. En todas están la despedida y la fiesta; las casas vacías y las construidas; el amor de cerca y de lejos; un país que se vive (México) y uno imaginado (Estados Unidos), y el cambio profundo que une y desune a la familia.

“De Norte a Sur se reunieron experiencias –menciona Hagerman– de familias que de manera generosa nos abrieron la puerta de sus historias y secretos”. Sobre el propósito de contarlas, el cineasta expresa que se pretendía hacerlo de una forma muy íntima, pues así se siente la ausencia, a partir de la experiencia de vivir sin ese alguien que no está.

En ese sentido, describe, la cinta es una llamada de atención para conocernos más: “La idea es conectarnos no sólo con estas familias, si no con las millones que pasan por esta situación. Al atender el sentimiento que nos dejan sus historias, nos acercamos más a ellas y la concepción cambia”.

Ahí están quienes ansían reunirse. Sólo por el teléfono de Marisela se oye la ausencia. Es la voz de un marido que no puede vivir sin su familia. Él le pregunta a Evelyn, su primogénita, que si sabe cuántas ganas tiene de verla. “¿Cuántas?”, pregunta; “como de aquí hasta donde estás tú”. Se empacará lo necesario para alcanzarlo; donde él esté, ellas pertenecen.

Quienes esperan. En la sierra Pascual y Juanita aguardan un regreso, mientras los ajos crecen como se los pidió Marcos, el hijo que está lejos. “Son sus recuerdos”, dice Juanita y los recoge. Son tan blancos como su cabello: “Cuando se fue mi pelo era negro y ahorita mi cabeza ya parece como el volcán de Orizaba”. La distancia dejó sus estragos.

Y quienes regresan. Siete años separan a Rodolfo de Yaremi. La hija juega futbol, mientras el padre anda a caballo. Caminan en sentidos opuestos, pero ella teme que él vuelva a irse. “¿Entonces qué te voy a dar de comer?”, le pregunta. Quiere darle un futuro como el que no tuvo, que ella sea alguien. Él se queda si se da la cosecha de pepinos. Sólo entonces podrán andar un mismo camino.

“¿Qué será el amor? Quién sabe qué será. En eso sí ando muy errado”, confiesa Gerardo. Su mujer, Gloria, no ve el punto de tener una familia si él se ha ido tantas veces. Esperan su tercer hijo y, apenas lo bauticen, él vuelve a dejarlos. La prosperidad está del otro lado.

Francisco se alejó de su hogar por 23 años. Regresó para estar con su padre sus últimos años de vida y en su honor construyó un lienzo charro con esas piedras que los vieron crecer.

Los que nunca se irán. Amigos y hermanos se fueron. No José Elías, quien busca razones para quedarse, sea un juego en bicicleta, atender la veterinaria, vestir a su pequeño hijo para la charreada o la vida sencilla: “Si aquí nos va más o menos bien, para qué vamos tan lejos”.

Y los que nunca volverán. Raquel, una indígena chamula, hace collares de cuentas. Recuerda la última llamada de su marido. Tan pronto él colgó el teléfono, fue asesinado. Le dijo que la extrañaba y ella le preguntó que por qué no volvía: “Es que ahí no hay mucho trabajo”, le contestó. “No importa, ¡regrésate!”. Contarlo le duele mucho, baja la mirada y sigue tejiendo. Esa ausencia perdura.

Ésta, describe Rulfo, fue la historia más difícil de abordar: “Es muy injusto que, además de la marginación en la que viven los pueblos indígenas, sea ella la representante del personaje que muere. Cómo cambia el destino por querer mejorar”.

Sutileza, forma de denuncia

En Los que se quedan se impone la delicadeza. No hacen falta datos estadísticos ni la exploración desde la academia o la política. Basta que hablen los involucrados para reflejar el problema.

Sin una aproximación tenue, advierten Juan Carlos Rulfo, no es posible dejar que se expresen: “Ello merece un tiempo y un ritmo sutiles. Es un tema fuerte que merece suavidad. De esta manera se expresa la dignidad y el valor de su vida, de nuestra vida”.

Juan Carlos Rulfo dice que el cine no se toma el tiempo de escuchar: “Las personas tienen mucho que decir. Nuestra posición política es que tomen la palabra, y en general están interesados en hablar de sus preocupaciones más cotidianas: el ‘te extraño’, ‘quiero irme’, ‘quiero mejorar’, ‘quiero que nada cambie’. Se comentan los problemas grandes, las cifras, las situaciones escandalosas. Ello no es necesariamente una denuncia”.

El cine, apunta, es una herramienta útil para hablar del país; sin embargo “hay que comenzar por conocer a la gente, motivar al espectador a actuar, a creer que lo que les pase es importante, porque también le sucede a los demás. Es ahí donde nos comunicamos”.

Los que se quedan deja en sus realizadores la certeza de que es importante que el cine trate de nosotros: “En México no sabemos cómo representarnos y es importante que la gente se sienta reconocida. La vida pasa rápido y no sabemos expresarlo. Este tipo de películas te motivan a rendirte un homenaje a ti mismo”.

Ficha técnica

* Los que se quedan
* Producción de La Sombra del Guayabo con apoyo de la Fundación BBVA Bancomer
* Producida por Nicolás Vale
* Fotografía de Juan Carlos Rulfo
* Editada por Valentina Leduc
* Sonido de Mauricio Santos
* Música de Santiago Ojeda y Café Tacuba
* Duración de 1 hora 38 minutos

Sinopsis

Acercamiento íntimo a las familias de quienes se han ido a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. Un retrato de nostalgia, espera, identidad, memoria; pero, sobre todo, de sueños y amor. Una exploración sobre la cotidianidad de la ausencia que genera la migración.

Reconocimientos

* Mejor documental en Los Ángeles Independent Film Festival 2009
* Mejor película Documenta Madrid
* Mejor documental 24° Festival Internacional de Guadalajara
* Selección oficial Hot Docs Toronto 2009

Contralínea 149