En “Memorias del subsuelo”, este escritor ruso nos advirtió: “La inercia nos aplasta”. Efectivamente, la fuerza rutinaria, la obligación veloz y constante del quehacer moderno generó una gran corriente de inercia que pasó a dominar el andar mundano y así sepultó otras posibles formas de vida, modos de pensamiento, búsquedas de ideas, desarrollos superadores de deseo y voluntad, estímulos, sabores, angustias y mareos de amor.

Las máquinas se nos parecen cada vez más. La automatización abre sus ojos con el despertador en la mañana, y velozmente encadena la corrida en el trajín rumbo al trabajo, las traiciones y bajezas que se deben superar en las labores, el almuerzo sin pausa ni respiro, la vuelta a casa sin mayores ambiciones que las de desmayarse sobre la silla, comer a media máquina y morir en la cama casi sin aliento.

Todos esos colapsos voluptuosos golpean la mente, el deseo y la razón del hombre. Le impiden mirar, mirarse y reconocerse. No se trata de costumbre: “me acostumbraba a todo. Mejor dicho, no era que me acostumbrase, sino que lo soportaba todo con resignación”, dijo con razón el pobre Fiódor. Parece costumbre, pero es resignación.

La idea de poder pensar cuáles son nuestros sueños, cuáles los deseos y dejar libre a nuestra voluntad para decidir parece algo muy lejano, loco, que carece de lugar en nuestro imaginario. Pero sin embargo, con solo pensarlo unos segundos, el concepto toma una única dirección: esa es la forma de vivir, la manera en que yo quiero vivir.

Sepultados en el lodo del 2009, la lucha interior se hace cruda; los intereses exteriores, los estereotipos, los hábitos y la forma dominante ejercen su poder y supremacía, haciendo callar cualquier amago por vivir.

“… En lo que me concierne personalmente, no he hecho otra cosa en mi vida que llevar hasta el fin lo que ustedes sólo han llevado hasta la mitad, aunque se han consolado con la mentira de llamar prudencia a la cobardía…”. Nos sigue pegando el viejo Fiódor, y bien duro por cierto.

Pero el sacudón tiene que contribuir a despejar, a permitir que los rayos del sol aclaren las brumas que ciegan. Pensar, desear, darle libertad a la voluntad, despojarse de conveniencias, de intereses mezquinos y de ventajas mal entendidas, son ideas y costumbres que se muestran como superadoras.

Esa línea sinuosa, despiadada, peligrosa y oscura conduce a un estado elevado, superior y de plenitud que seguramente llenará algunos huecos que hoy el alma, el espíritu o lo que cada uno haya optado por cultivar en su cuerpo, necesita cubrir.

Los límites de mi razón y la domesticada forma en que escribo me impiden ser más claro, trascender la idea y poder compartirla con fuerza. Pero la esencia está, les aseguro que está, entre líneas, al costado de alguna coma o detrás de la última a que cierre este texto.

“El hombre sólo aspira a tener una voluntad independiente, cualesquiera que sean el precio y los resultados”, abolir eso es asesinato, y nos vienen matando desde hace años. El rumbo que queremos para el mundo no es este.

A este paso, en unos pocos minutos, alguien tendrá licencia para plantarse delante de cualquiera de nosotros e insultar nuestros deseos, nuestro amor, nuestras pasiones. “Y todavía te echarán en cara el sitio que ocupas y la poca prisa con que te mueres”.

Fuente
La Oreja que Piensa (Argentina)