La hambruna crece por día en el planeta. A fines de 2009, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) confirmó la existencia de más de 1 mil millones de personas flageladas por la inseguridad alimentaria y la malnutrición.

El incremento del hambre ganó intensidad el año pasado, con 105 millones de víctimas reportadas en ese periodo, una cifra avalada por la Organización para la Agricultura y Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés).

Casi todas viven en los países más pobres, bajo conflictos armados o en vías de desarrollo, distribuidos en áreas geográficas extensas y lejanas entre sí, como el África subsahariana, el Asia meridional y algunas naciones de América Latina y el Caribe.

Se sabe que la crisis económica mundial nacida en Estados Unidos irradió sus catastróficas consecuencias al resto del mundo y, al disparar el desempleo y la recesión productiva, agudizó la pobreza, reconocida madre del hambre.

Pero hay otro factor de peso acicateando el crecimiento insoportable de la hambruna y el resto de los males de los más pobres y desprotegidos. Se trata del cambio climático, un proceso de alcance mundial, en marcha comprobada por la ciencia desde hace algunos años.

Curiosamente, también surgió acunado por la ambición e irresponsabilidad de lo que hoy es el mundo desarrollado. De sus efectos negativos se ha escuchado noticias más de una vez y apenas se cruza su umbral. Lo peor está por venir, según la opinión autorizada de especialistas.

Desafíos para la agricultura y alimentación

Augurios bien fundados suponen un futuro de guerras y agudos conflictos internos e internacionales a causa de la escasez del agua y los alimentos. De hecho, esto viene ocurriendo a escala interna en países y regiones muy vulnerables de África, por ejemplo.

Hoy día, en el mundo existen 55 millones de desplazados y refugiados debido a desastres ocasionados por el clima.

Eventos climáticos extremos, como severas y largas sequías, lluvias torrenciales inesperadas, anomalías en la duración de las estaciones y una aceleración de la desertificación y desertización castigan a millones personas de comunidades mayormente rurales.

La subida de la temperatura global debido a la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera tiene mucho que ver con esas desgracias.

Los científicos opinan que en los próximos 10 o 15 años serán una constante los problemas anteriormente citados, e insisten en la necesidad de lograr proyectos de adaptación para mitigar las consecuencias del cambio climático.

En esto, como siempre, llevan la peor parte las comunidades y naciones formadas por los países más pobres o en vías de desarrollo.

De acuerdo con expertos, las anomalías climáticas serán más severas en las zonas tropicales y subtropicales que en las templadas. Estas últimas incluso podrían beneficiarse, al menos temporalmente.

La lección de la fracasada XV Cumbre sobre el Clima, de Copenhague, realizada a fines de 2009, volvió a estremecer al mundo. Las principales potencias capitalistas no quisieron asumir su responsabilidad ante la humanidad y el planeta.

Será porque a corto y mediano plazos son todavía las menos afectadas por los desastres del clima y harán lo que sea para no poner en peligro el “glamoroso” crecimiento de sus economías. Es la manida ley de la selva o del más fuerte.

Mientras tanto, se siguen perdiendo cosechas, escasea aún más el agua, la tierra se inunda y seca. Crecen el hambre y la pobreza. Ya empezaron los conflictos por esos motivos.

Entidades de la ONU como la FAO y el Programa Mundial de Alimentos preconizan la importancia de ayudar con recursos financieros e inversiones que fomenten la productividad.

Los gobernantes deben cumplir políticas eficaces de seguridad alimentaria. Para hacerlo, los países pobres y en vías de desarrollo necesitan de la transferencia de fondos, expertos y tecnología.

No pueden lograrlo sin colaboración, hoy día. Varios siglos de colonialismo, saqueo y dependencia, impuestos por las potencias mundiales condicionaron esta realidad, injusta e inmerecida, que debe cambiar.

Pronósticos preocupantes

Estimaciones del Instituto Internacional de Política Alimentaria reflejan que hacia 2050 habrá 25 millones de niños hambrientos a consecuencia del cambio climático. En 2100 afectará a la mitad de la población mundial.

Sobre la base de un aumento de la temperatura de 1.4 a 5.8 grados, pronosticado para el actual siglo, los modelos climáticos anuncian aumento de la evaporación y precipitaciones, y las regiones propensas a la sequía sufrirán esos eventos por etapas más largas y agudas.

Los retos impuestos por el cambio climático a la alimentación, derecho humano vital y Objetivo del Milenio primordial de Naciones Unidas son enormes.

Aun cuando se consiga poner en marcha eficaces programas para la mitigación y adaptación en las naciones más afectadas y se logre reducir el hambre, restará resolver algo raigal. Y es que los principales emisores de gases de efecto invernadero y responsables directos del calentamiento global deben cumplir sus metas de reducción. ¿Tendremos tiempo de verlo?

Fuente
Prensa Latina (Cuba)

Fuente: Contralínea 179 25 de Abril de 2010