Esta tendencia es, desde luego, más marcada desde que se desató la crisis económica global. Un examen del Centro por el Progreso Estadounidense indica que las extensiones del seguro a nivel federal en la década de los ’50 permitieron que la tasa de desempleo se redujera al 5 por ciento en períodos de recesión (www.nelp.org, junio 2010). Actualmente dicha tasa alcanza el 9,7 por ciento. Aunque más de 700 mil desocupados consiguieron empleo en el primer semestre de este año, a este ritmo llevaría dos años reducir su proporción al 7,2 por ciento, como ocurrió en la recesión de 1985. Quién sabe: los seguros de desempleo se acabarán entre tanto para millones de personas.

El Premio Nobel de Economía Paul Krugman está indignado con la candidata republicana a senadora por Nevada, Sharron Angle, quien repite que los desempleados no buscan trabajo deliberadamente para vivir del seguro sin incomodidades. La cita: “Hemos deformado a nuestra ciudadanía”. “Más que deformada me parece desesperada”, replica Krugman (www.nytimes.com, 4/7/10) y subraya que el término de los seguros de desempleo la tornará más desesperada todavía. Hay cinco aspirantes a cada empleo que se ofrece. Hoy. Mañana será otro día.

Los legisladores opuestos a la extensión, republicanos y demócratas, aducen que es imposible en razón del déficit estatal porque costaría al erario –hasta noviembre– unos 33.000 millones de dólares. Claro que sí: el Congreso acaba de aprobar 37 mil millones suplementarios para la guerra en Afganistán/Irak/Pakistán y otros gastos del rubro. No hay dinero para más.

Las cosas van mejor del lado de enfrente. Un estudio de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) registra que la brecha entre el uno por ciento más rico del país y el 99 restante triplicó su anchura en el período 1979/2007, el último año del que hay datos disponibles (www.cbo.gov, junio 2010): era 22,7 veces más elevada que la del 20 por ciento más pobre y pasó a 74,6 en el 2007. Es la mayor concentración del ingreso en la punta de la pirámide en más de 80 años, desde la caída de 1928. Tal vez la crisis en curso disminuya algo esa lejanía, pero la experiencia de la recesión del 2001 indica que bastaría a los opulentos un par de años para recuperar el terreno perdido.

Da espeluzno la diferencia de ingresos por sector de la población. Los del uno por ciento se cuadruplicaron casi, de una media de 347.000 dólares anuales a 1.300.000: un incremento del 281 por ciento en el período considerado. Esa gente que sabe.

Este proceso de concentración se viene produciendo a nivel mundial a partir de los años ’60. Casi en cada rama de la industria y el comercio, las fusiones y alianzas dan nacimiento a nuevas transnacionales. Impera la ley del libre comercio que los ingleses inventaron hace tres siglos para sortear el proteccionismo holandés de sus colonias. Sólo que su desenvolvimiento actual tiene nuevas características: en EE.UU. y otros países europeos, el complejo militar-industrial predomina claramente sobre las industrias de consumo y crece la economía basada en los llamados productos financieros. Es decir, en la especulación.

El grupo G-20 vigoriza la dominación global de las finanzas por “el mundo anglosajón”, como adjetiva el sociólogo Jean-Claude Paye, y procura imponer medidas cuyo objetivo “no es provocar un relanzamiento de la maquinaria económica mediante un aumento de la demanda de los hogares, sino promover una redistribución de ingresos principalmente hacia el sector bancario” (www.voltairenet.org). Precisamente el sector que desencadenó el desastre. La reunión del G-20 de este año tuvo lugar en Toronto y abrió aún más las puertas al FMI y al Banco Mundial y sus políticas de ajuste. Por estos lares se conocen muy bien las consecuencias.

Este intento de reorganización del sistema capitalista parece consistir en un nuevo reparto del botín entre los ámbitos de siempre. Esto no ha de resolver la situación laboral de los desocupados del mundo, la de los 57 millones de los 30 países más desarrollados, por ejemplo.