Busco entre las hilachas de la memoria, el hilo conductor que me haga volver a aquella tarde perdida en los finales de la culturosa década de los 60. Yo tenía algo así como 12 o 13 años y un mundo de inquietudes, entre ella, algunas literarias. Entonces, animada por mi madre y por algunos maestros, decidí crear un diario que nos representara a todas aquellas niñas-adolescentes que cursábamos los últimos grados de la escuela primaria. Sucedía en un Escobar alejado de los “countries”, del snobismo y muy familiarizado con la naturaleza y el contacto humano.

Entonces, algún conocido de mi familia, me recomendó que fuera a ver a un tal Tilo Wenner. Me anticipó que era medio huraño, pero sabía mucho de letras y periodismo.

Llegué hasta el taller, como solía llamar Tilo al lugar en el que daba rienda suelta a la usina de sus ideas. Como su estilo, tal como me había sido anticipado, no era el latino ampuloso y abierto, me costó mucho explicarle a qué había ido hasta allí. Creo a la distancia, me entendió más por telepatía que por palabras.

Recuerdo lejanamente que me hizo muchas preguntas, como qué buscaba con ese periódico, o si simplemente lo tomaba como una diversión… Qué sabía de música, de literatura, de política, de la vida…
Mi recuerdo más claro es que estaba abrumada por el miedo. Y creo que él lo entendió así, por lo que me permitió que a partir de allí, fuera algunas tardes y en sus ratitos libres a escucharlo.

Comenzó entonces su increíble tarea docente: me explicó primero que un periódico era como un cuerpo: que era importante el armado, pero mucho más el darle un nombre que lo definiera, porque la coherencia habría de ser la meta; la verdad tenía que ser volcada a rajatablas y finalmente, me instruyó acerca del espíritu que debía primar en cada palabra dentro de ese periódico y cualquiera que hiciera a través del tiempo…

A título anecdótico, cabe contar que lamentablemente y por la corta edad, no supe filtrar tanta enseñanza y cuando pretendí volcar todo ese bagaje, las autoridades del colegio privado donde habría de confeccionarse el periódico, me miraron espantados por lo que decía una niña, que contaminada por ideología comunista pretendía que todos tuvieran las mismas oportunidades, entre otras cosas. Y me dejaron afuera de la tarea, a partir del segundo o tercer ejemplar.

Es dable recordar que por aquellos tiempos, no soplaban buenas brisas y la proscripción estaba a la orden del día. Pero todas las ideas que recogí de Tilo, si bien allí no pudieron canalizarse, crecieron como semillas a largo plazo dentro de mí.

Pocos años después pude repetir la experiencia de crear con otros compañeros un periódico estudiantil y despuntar el vicio de decir cosas que despertaran conciencia, con muchas ventajas, pues yo traía una millonésima parte de lo que era Tilo.
Ya más grande, supe hacerle consultas y entonces me habló de la libertad, de los sueños, de la igualdad, del compañerismo, de la socialización del esfuerzo común, del maravilloso milagro que se daba cuando se podía transmitir a todos lo que cada uno estaba esperando y no sabía cómo hacer la pregunta. Encontré en esas ocasiones a mucha gente muy joven que se nutría de su oxígeno.

Cuando se dejaba llevar por su entusiasmo, hablaba en prosa, pero sonaba a poesía. Me parecía un romántico de perfil épico y febril. Un aedo de los tiempos modernos. Su canto era su letra y su instrumento, la máquina de escribir….

Si bien no escogí el periodismo como meta en mi vida, y que sólo coqueteé alguna vez escribiendo algunas líneas, se con certeza que desde el lugar que me ha tocado y en el que aún me desenvuelvo, he tenido no pocas veces, oportunidad de emplear ese espectro rector que me regalara Tilo en su momento.

Y allí supe que él no había muerto, más allá del dolor que supuso esa circunstancia allá por los 70. Porque no muere quien trasciende no sólo a través de obras materiales, sino que su pensamiento llevado a la acción quizás es su mejor obra, porque eso se repite y multiplica en las generaciones que lo conocieron personalmente y las que lo harán a través de lo que él amaba: la palabra escrita.

 Fuente: www.laorejaquepiensa.com.ar.

 Abogada y lectora de La Oreja Que Piensa.

 La identificación de los restos de Tilo Wenner se concreto en abril de 2009 en una tumba anónima del cementerio municipal de Belén de Escobar, luego de 33 años de penosa búsqueda.