El 25 de mayo de 2008, Michel Sleiman fue elegido presidente de la República por la Cámara de diputados en flagrante violación de la Constitución libanesa cuyo artículo 49 prohíbe la elección de los altos funcionarios hasta 2 años después de haber dejado el cargo que ocupaban. Sleiman ni siquiera recibió el cargo de manos de su predecesor, Emile Lahoud, sino del emir de Qatar y en presencia del representante de la ex potencia colonial –el francés Bernard Kouchner– a quien se le dio un asiento en el espacio reservado para el gobierno.

El presidente del Líbano, Michel Sleiman, acaba de descubrir que es presidente de un país que puede ejercer su independencia y su soberanía sobre su territorio. Claro, eso no es malo. El problema es que a ese presidente se le ha mantenido constantemente informado de todas las violaciones cometidas contra la integridad territorial de su patria, por aire, por tierra y por mar.

Desde el fin de las hostilidades israelíes contra el Líbano, que se prolongaron por 33 días durante el verano de 2006, el Estado hebreo no ha dejado pasar ni un solo día sin cometer alguna violación de las resoluciones de la ONU o de las reglas más elementales del derecho internacional y los derechos humanos.

Israel, cuyos crímenes contra las poblaciones libanesas y palestinas son harto conocidos, recurre a todos los medios a su alcance para desestabilizar el país del cedro. Es constante el sobrevuelo del territorio libanés por los aviones de guerra israelíes, al igual que las intercepciones de pastores y pescadores o las maniobras tendientes a espantar a los turistas que visitan el sur del Líbano a través de provocaciones orquestadas precisamente ante los lugares e instalaciones turísticas.

Tampoco es posible olvidar las constantes amenazas israelíes de ataque contra el sur del Líbano, justificadas por la supuesta necesidad de sacar al Hezbollah de ese territorio libanés, que se extiende hasta la periferia sur de Beirut e incluso más allá… Como de costumbre, se trataría de proyectos preventivos para evitar riesgos a Israel, cuando en realidad es este último el único país agresor en esta región.

El presidente libanés, quien era jefe del estado mayor cuando el movimiento Fatah al-Islam trató de instalarse en el campamento palestino de Nahr el-Bared –en el norte de Trípoli–, sabe que el riesgo que representa al-Qaeda amenaza desde aquella época la seguridad del territorio libanés. Y sabe también que la lucha que el ejército libanés tuvo que librar en aquel momento costó la vida a varios cientos de soldados, oficiales y suboficiales.

Ese valiente ejército tuvo entonces que luchar solo contra una organización terrorista que trataba de sembrar el desorden y amenazaba la seguridad del territorio libanés. Sin la ayuda que Siria prestó entonces al Líbano ese combate no habría sido victorioso y habría ocasionado muchas más víctimas, civiles y militares, dada la perfecta organización de esos movimientos terroristas.

Este excelente presidente no se dio cuenta de que, desde el comienzo de su mandato, aparecieron en diferentes regiones libanesas varias zonas en las que no rige el Estado de derecho, como Akkar en el norte y Ersal en la Bekaa, sin olvidar varios barrios de Beirut y de Saida, donde los islamistas y los partidarios del clan Hariri cometen cotidianamente diferentes tipos de provocaciones contra todo aquel a quien consideran vinculado al Hezbollah.

En fin, este amado presidente tampoco notó que desde el inicio de la crisis siria se instalaron en la frontera entre su país y la vecina Siria verdaderos corredores de tráfico y envío de hombres y armas a las bandas armadas que operan en suelo sirio. Es difícil olvidar que varios políticos libaneses están implicados en ese tráfico, que pone en peligro tanto la seguridad de Siria como la del Líbano.

El Líbano se convertía ipso facto en base de retaguardia de las bandas armadas, que atacaban al ejército sirio pero cometían además numerosos desmanes contra la población civil, tanto en Siria como en territorio libanés. El ejército libanes también fue atacado repetidamente y sufrió decenas de muertos y heridos sin que este presidente –ex jefe del estado mayor– hiciera otra cosa que recurrir a declaraciones amenazantes, pero sin garantizar a su ejército la cobertura política necesaria para responder a las agresiones y arrestar a los verdaderos culpables de los incidentes.

En los últimos meses, el territorio libanés fue bombardeado de forma regular por los grupos armados que operan en territorio sirio y contra el Estado sirio y que descargaban su rabia sobre los civiles libaneses a ambos lados de la frontera. Parece que fue sólo en ese momento que el presidente Sleiman descubrió que hay libaneses que viven en Siria desde que se proclamó la independencia, precisamente debido al absurdo trazado de la frontera.

Los civiles que viven en esas regiones sabían que los grupos armados que operan contra el gobierno sirio se movían libremente entre las regiones que controlan en Siria, al igual que en las regiones libanesas donde se les garantiza un apoyo logístico en armas, combustible, atención para los heridos y lugares donde reponerse entre combates, así como campos de entrenamiento, que el ejército libanés ya había localizado.

Pero el presidente libanés no encontraba nada que decir o hacer al respecto…

En aplicación de los acuerdos en vigor entre ambos países, las autoridades sirias solicitaron oficialmente a las autoridades libanesas que garantizaran el control y la vigilancia de sus regiones fronterizas, ya convertidas en puñales clavados en la espalda del ejército sirio. Sin embargo, luego de alcanzar un acuerdo de principio sobre un mecanismo de control, el presidente libanés no quiso respetar los compromisos de su país y no puso en manos de su ejército la tarea de garantizar la seguridad, en primer lugar, dentro de su propio territorio.

El resultado fue que los grupos armados sirios se sintieron respaldados y seguros en territorio libanés. Los individuos arrestados durante las operaciones de control del ejército libanés eran liberados casi de inmediato. Algunos se creyeron incluso autorizados a atacar puestos de control y patrullas del ejército libanés, esencialmente en la comuna de Ersal, donde varios soldados y oficiales fueron asesinados o linchados por bandas armadas que asolaban esa región.

Una vez más, el ejército libanés no fue realmente autorizado a perseguir a quienes habían pisoteado su autoridad y cometido atrocidades con los cuerpos de los soldados y oficiales asesinados después de haber tratado de arrestar a un delincuente.

Pero el presidente libanés se despertó el día que helicópteros del Ejército Árabe Sirio bombardearon posiciones de los «rebeldes» en territorio libanés, posiciones desde las cuales los puestos sirios eran hostigados impunemente día y noche causando víctimas entre los soldados sirios por elementos que luego se retiraban tranquilamente a su retaguardia en suelo libanés.

El mismo presidente que nunca antes protestó ante las violaciones ya mencionadas –y que se habían convertido en una trágica rutina para las poblaciones situadas a ambos lados de la frontera– decidió entonces protestar por los ataques sirios sobre las posiciones de los «rebeldes» en territorio libanés y presentar 2 denuncias contra Siria: una ante la Liga Árabe y otra ante la ONU.

El objetivo era utilizar contra Damasco a los «Amigos de Siria» ya que la Liga Árabe suspendió la membrecía de Siria –a pesar de ser ese país uno de sus fundadores– y posteriormente puso su escaño en manos de la Coalición de la oposición externa. La misma Liga Árabe puso finalmente el caso de Siria en manos del Consejo de Seguridad de la ONU, en un intento por lograr la adopción de una resolución contra Damasco sobre la base del capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas.

En la propia ONU, algunos países siguen tratando de otorgar el escaño de Siria a la misma Coalición de la oposición externa para que sea esta última la que obtenga la representación oficial en todas las instituciones de las Naciones Unidas. Todo esto muestra lo agradecido que es el actual presidente del Líbano hacia el Estado sirio, el único que acudió en su ayuda en sus tiempos de jefe del estado mayor del ejército libanés.

¿Qué mosca ha picado al presidente Sleiman? Hay malas lenguas que hablan de la generosidad de Qatar hacia este jefe de Estado, convertido con los años en enterrador de la misma institución armada que en algún momento dirigió –el ejército libanés– y en el político que más ha debilitado el Líbano desde que la Resistencia libanesa derrotó a las poderosas fuerzas armadas de Israel.

Sleiman ha logrado incluso inventar un centrismo convertido en inmovilismo para todas las instituciones libanesas, tanto el parlamento como el gobierno, sin olvidar una justicia que se ha transformado, en cierto número de casos, en cómplice de la colaboración con el enemigo, liberando a los colaboradores y mostrando hacia ellos una sorprendente tolerancia.

Ese es el verdadero balance del mandato del presidente Sleiman. Lo peor es que él mismo ha comprendido que se está hundiendo en el ridículo ya que emprende esta maniobra precisamente en el momento en que todo el mundo ha llegado a la conclusión de que será imposible derrocar al presidente Assad. Y para tratar de no salir tan mal parado, Sleiman afirma ahora que él nunca presentó denuncias sino simples memorándums sobre la totalidad de las violaciones del territorio libanés cometidas por todos los beligerantes del conflicto sirio.

Pero el presidente Sleiman no se cubre de ridículo una vez… sino dos, ya que además exige que el Hezbollah detenga su intervención en Siria. Pero, ¿dirige acaso ese llamado a todas las facciones libanesas que, a la vista de todos, han venido interviniendo en Siria desde hace 2 años? ¿Por qué no se ha dirigido Sleiman a los diputados y responsables políticos libaneses cuya implicación en la guerra contra Siria está claramente demostrada? ¿Por qué no ha exigido que los combatientes del Frente al-Nusra salgan de las localidades libanesas donde se han implantado?

Sólo hay una respuesta. Como presidente, Sleiman es patético.