11. diciembre, 2013 Sergio Ortiz Borbolla Contraluz

Ser testigo de las relaciones interpersonales de quienes viven en situación de calle ha generado en cada imagen la necesidad imperiosa de transmitir los sentimientos que la sociedad poco a poco ha ido reservando sólo para ocasiones especiales.

Un abrazo o un tiempo destinado para recordar a los compañeros que se han ido es un breve espacio entre el rojo y el verde en uno de los cruceros más convulsos de la Ciudad de México, para hallar entre auto y auto el recurso necesario para unos tacos de canasta, una coca o una efímera dosis de activo.

Para Juan, perder a su pareja es un recuerdo al que tiene que sobreponerse día con día. Ahora su duelo es mitigado por la presencia de un pequeño perro color arena que despierta en cada uno de los miembros del grupo una motivación para alimentarlo, porque él también es uno de ellos, ya que la amistad y el compañerismo es una constante que no se detiene a cuestionar estrato social, gustos o inclinación sexual.

Alex se divierte con un juego de canicas, corre, se burla de Mario que, borracho, intenta jugar con él; ambos ríen de sus propios y comunes disparates. Para la cámara no hay retrato más honesto que el de un niño; en sus ojos aún es fácil revelar sentimientos desprovistos de cualquier tipo de trauma; sin embargo, en esta ocasión, la mirada de su compañero de juegos, un hombre de 42 años es igual de honesta y desprovista de prejuicios.

El espacio para la solidaridad y la amistad mitiga apenas la tragedia a la que estos grupos son sometidos, y los actos delictivos que padecen de manera cotidiana.

Bajemos la ventana del auto, caminemos más despacio, seamos intérpretes de una vida en la que un abrazo o una sonrisa valen lo mismo.