Tel Aviv presenta el uso de francotiradores contra los manifestantes palestinos en la línea de demarcación de la franja de Gaza como una medida de seguridad necesaria o moderada, alegato que repite la prensa mainstream. Desde Ciudad Panamá, el especialista en derecho internacional Julio Yao nos recuerda que está lejos de ser la primera vez que los grandes medios de la prensa occidental eligen un bando ante la realidad de los hechos o simplemente tratan de ocultarlos. Los panameños lo han vivido en carne propia.
Mientras Siria, con la ayuda de Rusia y de otros aliados, libera la Ghouta Oriental y expulsa a terroristas patrocinados ilegalmente por Estados Unidos, vuelve a encenderse la mecha en Palestina.
El 30 de marzo, Día de la Tierra Palestina y de la Gran Marcha del Retorno, Israel asesinó a 18 palestinos e hirió a más de 1 400. En vez de desplegar un procedimiento de control de multitudes, las “fuerzas del orden” de Israel desplegaron 1 000 francotiradores, que nada tienen que envidiar a los utilizados en los años 1980 contra el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en El Salvador, o contra el pueblo venezolano en este siglo.
La masacre del Viernes Santo pone de relieve la necesidad inaplazable de resolver la cuestión de Palestina (Cisjordania y la Franja de Gaza), el bloqueo a los territorios ocupados y el problema de los refugiados, de conformidad con las resoluciones de la ONU que contemplan la coexistencia de Israel y Palestina como Estados independientes.
Este nuevo genocidio ha sido condenado mundialmente aunque Estados Unidos, mentor de Israel, vetó la resolución condenatoria presentada al Consejo de Seguridad. Pero la matanza no debe quedar impune, como una travesura más del sionismo, cuyo Apartheid ha convertido el asesinato de palestinos en una especie de deporte nacional.
Nada extraño en un país [Israel] que no cuenta con una Constitución y que nunca acata las normas del derecho internacional. En Israel no existe racionalidad constitucional sino la aplicación de leyes religiosas bastante anteriores a Cristo, lo cual explicaría por qué, por ejemplo, niños palestinos son condenados sin derecho a una defensa real en tribunales militares israelíes.
Debemos denunciar la agresión y llamar –en el caso de Panamá– a nuestra embajadora en Israel para consultas, que es el procedimiento contemplado en la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas.
El presidente Juan Carlos Varela manifestó en Roma que Panamá abrirá una embajada en Jordania y una Oficina de Intereses en Palestina como paso previo a la apertura de plenas relaciones diplomáticas.
Si bien aplaudimos las relaciones con la República Popular China y consideramos la apertura de una Oficina de Intereses en Palestina como un paso correcto y necesario, también es cierto que ese paso llega con bastante retraso.
Panamá siempre ha simpatizado con la causa palestina, pero en los dos últimos gobiernos el interés por Palestina ha decaído notablemente, en gran parte debido a la continua presión de Israel, desde la década de 1970, y a la invasión militar contra Panamá perpetrada en 1989 por Estados Unidos, mentor estratégico de Israel, invasión que intentó borrar la memoria histórica del país canalero.
Así se convirtió Panamá en el único país latinoamericano que no tiene relaciones con Palestina, reconocida por casi todo el planeta, con excepción de Estados Unidos, Canadá y algunos países del Caribe. Por este rezago y deuda vergonzosa –ahora que Israel abre un nuevo ciclo de represión contra el pueblo palestino– lo justo es que Panamá reconozca inmediatamente a Palestina que, al contrario de Israel, siempre ha apoyado la lucha del pueblo panameño por el control del Canal interoceánico.
El pueblo panameño no tiene por qué cuidarle las espaldas a los socios de Israel y el gobierno de Panamá debe velar exclusivamente por los intereses nacionales.
Panamá debe reconocer a Palestina porque siempre ha sido un país de diálogo, de concertación y de paz, y porque la historia y la geografía le han asignado al Istmo un papel de primer orden que nos obliga a mantener el paso interoceánico libre de amenazas bélicas y al margen del perfil ideológico o político de los usuarios de vía acuática.
Próximamente llegará a Panamá una delegación del Comité de la ONU para el Ejercicio de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino. La misma está integrada por los embajadores de Senegal, Nicaragua, Cuba, Malasia y Palestina ante la ONU, así como por la División de los Derechos de los Palestinos del Departamento de Asuntos Políticos de la ONU.
En 1989, Panamá, víctima de una invasión militar estadounidense, con un saldo de al menos 7 000 panameños muertos –en su casi totalidad no combatientes– y decenas de miles de heridos, no fue noticia importante en los medios internacionales porque “Occidente” le dio preeminencia al derrocamiento de Ceausescu en Rumanía, al Muro de Berlín, a la crisis planificada en la Unión Soviética y, en definitiva, porque Estados Unidos prohibió que la prensa reportara la invasión.
La nueva masacre de Gaza no debe ser invisibilizada como sucedió con la invasión Panamá.
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