El intento de Donald Trump de reequilibrar el intercambio comercial entre China y Estados Unidos va más allá de su deseo de lograr que regresen las empresas estadounidenses que optaron por producir en China. El desarrollo de nuevas infraestructuras de transporte y comunicación está convirtiéndose rápidamente en una amenaza para la posición de Estados Unidos como líder mundial. La contienda alrededor de Huawei nos permite percibir la confluencia entre las preocupaciones económicas y las inquietudes de carácter militar. Ya varios países han observado que la inteligencia estadounidense no logra desencriptar los teléfonos de esa marca china. Al igual que Siria, esos países han equipado sus propios servicios de inteligencia con material de Huawei y han prohibido a sus funcionarios el uso de smartphones de cualquier otra marca.
Luego de haber impuesto fuertes gravámenes a una serie de mercancías chinas –por un monto de 250 000 millones de dólares– el presidente Donald Trump aceptó en el G20 una «tregua», posponiendo con ello la adopción de nuevas medidas, sobre todo porque la respuesta china está afectando la economía estadounidense.
Pero, además de las razones comerciales, hay también razones de orden estratégico. Bajo la presión del Pentágono y de las agencias de inteligencia, Estados Unidos ha prohibido los smartphones y los equipos de telecomunicaciones de la empresa china Huawei, afirmando que pueden ser utilizados para espiar a los usuarios, y está presionando a sus aliados para que también los prohíban.
La advertencia de Estados Unidos –principalmente a Italia, Alemania y Japón, los países donde se hallan las mayores bases militares estadounidenses– sobre el peligro de espionaje chino viene de las mismas agencias de inteligencia estadounidenses que han estado espiando durante años las comunicaciones telefónicas de sus aliados, sobre todo en Alemania e Italia.
La marca estadounidense Apple, en otra época líder absoluto en ese sector, se ha visto rebasada en ventas por Huawei. Esta última, una empresa china que pertenece a sus trabajadores –quienes son a la vez accionistas–, se ha situado en segundo lugar en ventas a nivel mundial, detrás de la marca sudcoreana Samsung, lo cual es emblemático de una tendencia general.
Estados Unidos, cuya supremacía económica se basa artificialmente en el dólar –hasta ahora la principal divisa de los mercados mundiales y las reservas monetarias– va quedándose cada vez más a la saga de China, tanto en capacidad productiva como en calidad de su producción. El New York Times escribe:
«Occidente estaba seguro de que el enfoque chino no funcionaría. De que sólo tenía que esperar. Y todavía está esperando. China está proyectando una gran red global de comercio, inversiones e infraestructuras que van a reconfigurar los vínculos financieros y geopolíticos.»
Eso es lo que está sucediendo principalmente –aunque no sólo allí– a lo largo de la Nueva Ruta de la Seda que China está implementando a través de 70 países de Asia, Europa y África.
El New York Times analizó 600 proyectos realizados por China en 112 países (41 oleoductos y gasoductos; 199 centrales de generación eléctrica, principalmente hidroeléctricas, entre ellas 7 represas en Cambodia, que garantizan el 50% de la electricidad que necesita ese país; 203 puentes, carreteras y vías férreas; y varios grandes puertos en Pakistán, Sry Lanka, Malasia y otros países).
Washington ve todo eso como «una agresión a nuestros intereses vitales», como subraya el Pentágono en la Estrategia de Defensa Nacional de los Estados Unidos de América 2018. El Pentágono define a China como un «competidor estratégico que utiliza una economía depredadora para intimidar a sus vecinos», ignorando toda la serie de guerras que Estados Unidos desató hasta 1949, incluso contra China, para apoderarse de los recursos de otros países.
Mientras China construye represas, vías férreas y puentes, ciertamente útiles a su propio desarrollo comercial pero también al desarrollo de los países donde se construyen, las guerras estadounidenses lo primero que destruyen es precisamente las represas, vías férreas y puentes. El Pentágono acusa a China de «querer imponer a corto plazo su hegemonía en la región indo-pacífica y de querer tomar desprevenido a Estados Unidos para apoderarse en el futuro de la predominio global», lo cual estaría haciendo en complicidad con Rusia, acusada a su vez de querer «destruir la OTAN» y «subvertir los procesos democráticos en Crimea y en el este de Ucrania».
De ahí el incidente en el Estrecho de Kerch, provocado por Kiev bajo la dirección del Pentágono, para que se cancelara el encuentro entre Trump y Putin previsto al margen del G20 (efectivamente cancelado) y meter a Ucrania en la OTAN, aunque de hecho ya es miembro de ese bloque militar.
La «competición estratégica a largo plazo con China y Rusia» es vista por el Pentágono como una «prioridad principal». Por eso, el Pentágono «modernizará sus fuerzas nucleares y fortalecerá la alianza transatlántica de la OTAN».
Tras la fachada de la guerra comercial se prepara la guerra nuclear.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
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