La prensa occidental promueve a Svetlana Tijanovskaya presentándola como ganadora de la elección presidencial en Bielorrusia y denigra al presidente saliente Alexander Lukachenko acusándolo de recurrir a la violencia, de practicar el nepotismo y de haber “arreglado” la elección. Sin embargo, el análisis objetivo demuestra que la política del presidente Lukachenko sí corresponde a los deseos de la población. Detrás de este “conflicto” fabricado se alza el espectro del Euromaidan ucraniano y se vislumbra un intento de provocar una ruptura entre Bielorrusia y la Federación Rusa.
Uno de los objetivos del golpe de Estado del Euromaidan (Ucrania, 2013-2014) era bloquear la nueva ruta de la seda en Europa. China reaccionó modificando su trayectoria y haciéndola pasar por Bielorrusia. A partir de entonces, el gobierno bielorruso trató de protegerse contra una desestabilización similar a la que se vio en Ucrania. Y lo hizo apostando a los dos bandos, o sea participando en maniobras militares junto a Rusia y aceptando, al mismo tiempo, implicarse en las entregas de armas al Emirato Islámico (Daesh), financiado y armado por Occidente y combatido por Rusia en suelo sirio.
A pesar de todo, la CIA intervino en la elección presidencial bielorrusa que acaba de tener lugar. Svetlana Tijanovskaya, hasta ahora desconocida, desafió en esa elección al presidente saliente, Alexander Lukachenko, que competía por un sexto mandato. Tijanovskaya obtuvo sólo un 10% de los votos, pero igual afirmó que la elección había sido fraudulenta y huyó a Lituania, donde el “filósofo” francés Bernard-Henri Levy corrió a recibirla. De inmediato, la prensa occidental denunció a coro al «dictador» y asumió la “defensa” de Svetlana Tijanovskaya declarándola ganadora de la elección bielorrusa.
Como siempre, la realidad es mucho más compleja.
En primer lugar, aun siendo posible que la elección haya sido manipulada para favorecer al presidente saliente, es altamente improbable que Svetlana Tijanovskaya haya llegado ni siquiera a aproximarse a la mayoría, simplemente porque lo que ella representa no tiene absolutamente nada que ver con los intereses de la gran mayoría de los bielorrusos.
Hace unos 30 años que se discute en Bielorrusia sobre la realidad de la identidad nacional del país. ¿Es Bielorrusia un país culturalmente cercano a la Europa occidental proestadounidense o más bien es parte de la Europa eslava, culturalmente cercana a Rusia? Indudablemente, la respuesta es que los bielorrusos son culturalmente rusos, aunque algunos de ellos no hablen exactamente la misma lengua. Existen, ciertamente, dos pequeñas minorías que profesan opiniones divergentes:
– una dice ser «nacionalista», agitando como referencia la efímera República Popular Bielorrusa (1918-1919) cuyos órganos en el exilio colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y, después de la guerra, con las redes stay-behind de la OTAN;
– la otra dice ser favorable al modelo liberal y a la Unión Europea.
A diferencia de Ucrania, que es un país dividido en dos zonas culturalmente diferentes (el oeste de Ucrania es germanófilo mientras que el este que reivindica su legado cultural ruso), Bielorrusia se ve a sí misma como fundamentalmente rusa, aunque políticamente independiente de Moscú.
En segundo lugar, si alguien tuviese alguna duda sobre la implicación de la CIA en los acontecimientos de Bielorrusia, la inmediata aparición del “filósofo” francés Bernard-Henri Levy junto a la señora Tijanovskaya debería bastar para disipar tal duda. Este rico heredero de una empresa importadora de maderas preciosas hizo carrera escribiendo ensayos antisoviéticos. Antes presentado por su editor como un «nuevo filósofo», Bernard-Henri Levy aún sigue haciéndose pasar por filósofo.
Pero su trayectoria lo dice todo:
– Bernard-Henri Levy apoyó a los «combatientes de la libertad» (freedom fighters) en Afganistán –o sea a los mercenarios árabes de la Hermandad Musulmana movilizados para luchar contra los soviéticos bajo las órdenes de un tal... Osama ben Laden.
– En Nicaragua abrazó la causa de los Contras –los mercenarios del estadounidense John Negroponte, armados gracias al tráfico de armas montado por el iraní Hachemi Rafsandyani.
– Bernard-Henri Levy se jacta de haber sido consejero de prensa del presidente bosnio Alija Izetbegovic cuando este pronazi tenía como consejero político al neoconservador estadounidense Richard Perle y como consejero militar al ya mencionado Osama ben Laden. Recuerdo que en aquella época Bernard-Henri me impresionó explicándome que había que bombardear Belgrado para derrocar al «dictador» Slobodan Milosevic. Yo no entendía por qué había considerar que considerar un «dictador» al comunista Milosevic mientras que el pronazi Izetbegovic tenía que ser considerado un «demócrata». Pero, sigamos adelante.
Bernard-Henri Lévy, a quien entonces ya comenzaban a designar en la prensa como «BHL», también aportó su más sonoro respaldo a los miembros chechenos de la Hermandad Musulmana que proclamaron el Emirato Islámico de Ichkeria, en suelo ruso. Más tarde, un informe de los servicios exteriores la Yamahiriya Árabe Libia reportaba la participación de este personaje en una reunión organizada en 2011, en El Cairo, por el senador republicano estadounidense John McCain para ultimar detalles sobre el derrocamiento del «régimen de Kadhafi». Los franceses quedaron muy sorprendidos cuando «BHL» les anunció –en lugar del ministro francés de Exteriores– el compromiso de Francia contra el «dictador» libio –nótese que para Bernard-Henri Levi sólo son «dictadores» los dirigentes de quienes Occidente quiere deshacerse. Y, por supuesto, «BHL» también estaba en la plaza Maidan, en Kiev, durante la «revolución de color» que desembocó en el golpe de Estado de los pronazis ucranianos.
Conociendo ya esos antecedentes, hay que precisar que siempre es posible que los bielorrusos tengan algo que reprochar al presidente Lukachenko, pero no en contra de su política. Todos los conocedores de Bielorrusia reconocen que las políticas del presidente Lukachenko responden a las preocupaciones de los bielorrusos. Todos aquellos que han tenido la oportunidad de acercarse a Lukachenko y de intercambiar con él se han quedado asombrados ante su inteligencia, su carisma y su incorruptibilidad. Quienes lo acusaban de predicar la unión con Rusia por cálculo político y no por convicción acabaron reconociendo que se equivocaban cuando el presidente bielorruso mantuvo su posición a pesar de los desplantes que Moscú le infligió y de la sorprendente guerra del gas entre ambos países. Todos quedaron sorprendidos ante las capacidades fuera de lo común de este hombre que llegó a poner en peligro el poder del entonces presidente ruso Boris Yeltsin al proponer la unión de su país con Rusia.
El principal reproche que pudiera hacerse al presidente Lukachenko es haber hecho desaparecer a varios líderes de la oposición, lo cual él desmiente rotundamente acusando a esas personas de haberse metido en negocios con organizaciones criminales, que probablemente acabaron deshaciéndose de ellos cuando se convirtieron en un estorbo.
Durante años los opositores de Lukachenko lo han acusado de haberse enriquecido a costa de la nación… sin aportar nunca prueba de ello. Además, todos los operadores internacionales saben que cuando Bielorrusia firma un contrato, las “comisiones” nunca pasan del 5% –muy por debajo de las comisiones del 10% que se pagan en Estados Unidos, del 50% que se pagaba en la Rusia de Yeltsin (bajo el presidente Putin se redujeron al 10%... como en Estados Unidos) y del 60% que se paga en Irán. Así que no hay más remedio que reconocer que Lukachenko no siente atracción por el dinero. A falta de poder acusarlo de corrupción, la propaganda occidental ha comenzado a acusarlo preventivamente de nepotismo a favor de su hijo Nikolai, conocido como «Kolia».
El único reproche real que se puede hacer a Lukachenko son las declaraciones antisemitas y homófobas que hace frecuentemente, aunque nunca ha apoyado actos antisemitas ni de homofobia. Sin embargo, su actitud en ese sentido se inscribe, desgraciadamente, en la continuidad de los dirigentes de su país.
Desde el inicio de la actual crisis, el presidente Lukachenko ha venido declarando que la oposición de Svetlana Tijanovskaya y de sus aliados no es una querella política de carácter nacional sino resultado de un problema geopolítico. Mientras tanto, esa oposición jura una y otra vez que no está al servicio de ninguna potencia extranjera.
Además de la abrupta irrupción de Bernard-Henri Levy en la cuestión bielorrusa, hay otros elementos que hacen pensar que el presidente Alexander Lukachenko está en lo cierto:
– El Grupo de Acción Sicológica de las fuerzas especiales de Polonia parece extremadamente activo al servicio de la señora Tijanovskaya;
– grupos armados neonazis de Ucrania también están implicados;
– y el gobierno lituano, que actualmente acoge a Svetlana Tijanovskaya, está igualmente muy implicado.
Sin embargo, al contrario de lo sucedido en el Euromaidan ucraniano, esta vez no hay huellas de presencia de la Unión Europea. Lo más probable es que Washington esté utilizando esta vez a los actores regionales geográficamente más inmediatos –Polonia, Ucrania y Lituania– en contra del mundo eslavo.
En todo caso, el presidente ruso, Vladimir Putin, acaba de conformar una fuerza de reserva capaz de intervenir en Bielorrusia en apoyo de las instituciones de ese país y del presidente Lukachenko, a pesar de que las relaciones entre ambos dirigentes han sido a veces muy conflictivas.
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