Los bombardeos nucleares contra Hiroshima y Nagasaki no eran una necesidad militar. Tokio ‎ya había tomado la decisión de rendirse cuando Estados Unidos lanzó sendas bombas ‎atómicas sobre esas dos ciudades japonesas. Pero en Washington querían evitar que Japón ‎optara por capitular ante las tropas soviéticas, que ya avanzaban en Manchuria. Washington ‎utilizó el fuego nuclear contra dos ciudades japonesas sólo para que Japón se rindiera ante ‎Estados Unidos y no ante la URSS.‎

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, hace 77 años, los europeos –exceptuando sólo a ‎los ex yugoslavos– han vivido en condiciones de paz dentro de sus fronteras. La guerra era ‎para ellos un lejano recuerdo y hoy la redescubren con horror en el contexto del conflicto ‎en Ucrania.

Pero los africanos de la región de los Grandes Lagos, los pueblos de la ‎ex Yugoslavia y los musulmanes –desde Afganistán hasta Libia y pasando por el Cuerno de África– ‎los observan con desprecio y repugnancia. Y es que durante largas décadas los europeos ‎simplemente ignoraron los sufrimientos de esos pueblos, acusándolos incluso de ser ‎responsables de sus propias desgracias. ‎

La guerra de Ucrania comenzó con el nazismo, señalan algunos. Otros dicen que se inició hace ‎‎8 años pero el hecho es que, en la conciencia colectiva de Occidente, sólo tiene algo más de ‎‎2 meses. Los occidentales ven una parte de los sufrimientos que se derivan del conflicto, pero ‎aún no lo perciben en toda su dimension. Lo peor es que están cometiendo el error de ‎interpretarlo según la experiencia de las generaciones que vivieron la dos guerras mundiales ‎en vez de hacerlo en función de lo que ellos mismos están viviendo. ‎

Cada guerra es una larga sucesión
de crímenes

 En cuanto comienza, la guerra excluye los matices. Obliga a todos posicionarse por uno de los ‎dos bandos. Quienes no lo hacen se ven de inmediato atrapados en las fauces de la bestia.‎
 La exclusión de los matices hace que todos se vean obligados a reescribir los hechos. Sólo hay ‎dos bandos: los «buenos», que somos nosotros, y los «malos», los del otro bando. ‎La propaganda de guerra es tan poderosa que, en poco tiempo, ya nadie distingue la diferencia ‎entre la realidad de los hechos y la manera como se describen. Nos vemos todos sumidos en la ‎oscuridad, sin nadie que sepa cómo encender la luz.
 La guerra ocasiona sufrimiento y mata de forma indiscriminada, no distingue entre culpables e ‎inocentes. Se sufre y se muere no sólo bajo los golpes del enemigo sino también bajo el fuego ‎de nuestro propio bando. La guerra no sólo es sufrimiento y muerte sino también injusticia, que ‎es mucho más difícil de soportar.
 Ninguna de las reglas de las naciones civilizadas subsiste ante la guerra. Muchos ceden a ‎la locura y dejan de comportarse como seres humanos. En la guerra ya no hay autoridad capaz ‎de poner a cada cual ante las consecuencias de sus actos. Desaparece la posibilidad de contar ‎con el prójimo. El hombre se convierte en el lobo del hombre. ‎

Pero sucede entonces algo fascinante. Mientras algunos se convierten en crueles bestias, otros ‎se transforman en fuentes de luz y su mirada se hace capaz de aclarar la nuestra. ‎

Yo pasé una década en los campos de batalla, sin regresar a mi país. Si hoy estoy lejos del ‎sufrimiento y de la muerte, todavía siento la fascinación irresistible de las miradas que aclaran. ‎Detesto la guerra, y sin embargo tengo que decir que la extraño porque en medio de esa ‎confusión de horrores siempre resplandece una forma sublime de humanidad. ‎

Las guerras del siglo XXI

Por eso quisiera compartir hoy algunas reflexiones que no conciernen un solo conflicto ‎en particular y todavía menos a este o aquel bando. Sólo quiero levantar una esquina del velo e ‎invitarlos a ustedes a ver lo que bajo él se esconde. Es posible que algunos sientan reticencia ‎ante lo que voy a mencionar, pero sólo podemos encontrar la paz aceptando la realidad. ‎

Las guerras evolucionan. Y no me refiero a la evolución del armamento o de las estrategias ‎militares sino a las razones de los conflictos, a su dimensión humana. El paso del capitalismo ‎industrial a la globalización financiera transforma nuestras sociedades y pulveriza los principios ‎que las organizaban, de la misma manera esa evolución modifica las guerras. El problema es que ‎ya somos incapaces de adaptar nuestras sociedades a ese cambio estructural y, por consiguiente, ‎somos aún más incapaces de reflexionar sobre la evolución de la guerra.

 La guerra busca siempre resolver los problemas que la política no ha podido solucionar. ‎La guerra no llega cuando se está preparado para ella sino cuando se han eliminado todas las ‎demás soluciones. ‎

Eso es exactamente lo que está sucediendo hoy. Los straussianos estadounidenses –discípulos del ‎filósofo Leo Strauss– han logrado obligar a Rusia a intervenir en Ucrania al eliminar toda otra ‎opción que no fuese entrar en guerra. Ahora, si los países de la OTAN se obstinan en seguir ‎hostigando a Rusia, acabarán provocando una guerra mundial. ‎

Los periodos de transición entre dos épocas, durante los cuales hay que repensar las relaciones ‎entre los grupos humanos, favorecen la aparición de ese tipo de catástrofes. Algunos siguen ‎razonando en función de principios que en algún momento fueron eficaces, pero que ya ‎no están adaptados al mundo actual. Pero esa gente sigue adelante y puede provocar guerras, ‎quizás sin querer hacerlo. ‎

Durante la noche del 9 de mayo de 1945, la fuerza aérea de ‎Estados Unidos bombardeó Tokio. Más de 100 000 personas murieron en una noche y más ‎de un millón quedaron sin techo. Fue la mayor masacre de civiles que registra la historia.

 En tiempo de paz existe una clara distinción entre la población civil y las fuerzas militares. Pero las guerras modernas han echado abajo esa manera de pensar. Las democracias barrieron la ‎organización de las sociedades en castas o en órdenes guerreras. Ahora todos pueden convertirse en ‎combatientes. El reclutamiento masivo y las guerras totales han sembrado la confusión. ‎Hoy en día son dirigentes civiles quienes dan órdenes a los militares. Los civiles han dejado de ser ‎inocentes víctimas y se han convertido en los primeros responsables de la desgracia generalizada ‎mientras que los militares han pasado a ser simples ejecutantes de esas desgracias. ‎

En Occidente, durante la Edad Media, la guerra era cosa de los nobles y las poblaciones ‎no participaban. La iglesia católica había establecido ciertas normas de la guerra para limitar ‎el impacto de los conflictos sobre las poblaciones. Nada de aquello corresponde a lo que hoy ‎estamos viendo. ‎

La igualdad entre hombres y mujeres también ha modificado viejos paradigmas. Hoy hay mujeres ‎soldados pero las mujeres también pueden ser comandantes civiles. El fanatismo ha dejado de ser ‎una exclusividad del llamado «sexo fuerte». Algunas mujeres resultan incluso más peligrosas y ‎crueles que ciertos hombres. ‎

Pero seguimos sin tener conciencia de todos esos cambios. O, en todo caso, no sacamos ‎de ellos ninguna conclusión. Así vemos posiciones tan inmorales como la negativa de los países ‎occidentales a repatriar las familias de los yihadistas que ellos mismos empujaron a irse luchar en ‎otras latitudes. Todos sabemos que las mujeres que tomaron ese camino están a menudo mucho ‎más fanatizadas que sus maridos. Todos sabemos que representan, por consiguiente, un peligro ‎mucho más grave… pero nadie lo dice. Así que las potencias occidentales prefieren pagar a ‎mercenarios kurdos para que se encarguen de mantenerlas a buen recaudo –con sus hijos– en ‎campos de prisioneros, lo más lejos posible de Occidente. ‎

Rusia ha sido el único país que ha repatriado esos niños, a pesar de que ya están contaminados ‎por la ideología yihadista, y los ha confiado a sus abuelos, con la esperanza de que estos logren ‎amarlos y reincorporarlos a la sociedad. ‎

Sin embargo, en este momento, hace 2 meses que nuestros países están recibiendo civiles ‎ucranianos que huyen de los combates. Considerando que son “sólo” mujeres y niños que sufren, ‎los gobiernos occidentales los reciben sin tomar ninguna precaución. Pero al menos una tercera ‎parte de esos niños se han “formado” en los campos de vacaciones de los banderistas actuales –‎cuyos predecesores fueron colaboradores de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Parte ‎de esos niños han recibido formación en el manejo de armas y se les ha inculcado la admiración ‎por Stepan Bandera, autor de crímenes contra la humanidad perpetrados en Ucrania bajo la ‎ocupación nazi. ‎

Campo de vacaciones en Ucrania, según el diario atlantista francés ‎‎“Le Monde”.
Fuente: Diario “Le Monde” (2016).

 Las Convenciones de Ginebra son hoy una reliquia de la época en la que razonábamos con lo que ‎puede llamarse “humanidad”. Pero ya no corresponden a ninguna realidad. Quienes las respetan ‎lo hacen porque se creen obligados a hacerlo, pero no porque esperen seguir siendo humanos y ‎no verse sumidos en un océano de crímenes. La noción de «crimen de guerra» carece de ‎sentido ya que el objetivo de la guerra es cometer una serie de crímenes para alcanzar la victoria ‎que no se logró por vías civilizadas y porque, en una democracia, cada elector es responsable. ‎

En otros tiempos, la iglesia católica llegó a prohibir las estrategias bélicas dirigidas contra ‎los civiles –como los asedios– y las castigaba excomulgando a quienes recurrían a ellas. ‎Actualmente, para empezar, no existe ninguna autoridad moral que imponga el respeto de reglas. ‎Pero lo peor es que el mundo, las grandes potencias occidentales y la opinión pública ‎de Occidente ven como algo normal la aplicación de «sanciones económicas» que afectan a ‎pueblos enteros, llegando incluso a provocar hambrunas como sucedió en Corea del Norte. ‎

Por otro lado, Occidente considera “prohibidas” ciertas armas… que sus propios ejércitos siguen ‎utilizando. Por ejemplo, el presidente estadounidense Barack Obama había señalado el uso de ‎armas químicas o biológicas como una «línea roja» para el gobierno de Siria. Mientras tanto, ‎Joe Biden –entonces vicepresidente de la administración Obama– instalaba en Ucrania una vasta ‎red de laboratorios dedicados a la investigación biológica con fines militares. El único país que ‎se ha prohibido a sí mismo cualquier tipo de armamento de destrucción masiva es Irán, desde ‎que el imam Khomeini clasificó las armas de destrucción masiva –incluyendo la bomba atómica– ‎como moralmente condenables. ¡Pero es precisamente Irán quien está acusado por Occidente de ‎querer fabricar armas nucleares!

 En el pasado, se hacían guerras para apoderarse de territorios. Al final, se firmaba un tratado ‎de paz que, de paso, modificaba lo que podría llamarse el “registro de propiedad” de los ‎territorios en disputa. En nuestros tiempos de redes sociales, lo que está en juego es menos ‎territorial y más ideológico. La guerra sólo se termina cuando cae el descrédito sobre una ‎manera de pensar. Aunque hay territorios que han cambiado de dueño, ciertas guerras recientes ‎han dado lugar a armisticios, pero ninguna llevado a la firma de tratados de paz ni al pago de ‎compensaciones. ‎

Hoy es evidente que, a pesar del discurso dominante en Occidente, la guerra en Ucrania no es ‎de carácter territorial sino ideológico. Por cierto, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski es el primer jefe de Estado en hacer diariamente varias declaraciones públicas en medio de una ‎guerra. Zelenski pasa más tiempo hablando que dirigiendo su ejército. Sus intervenciones están ‎concebidas alrededor de referencias históricas. Las opiniones públicas de Occidente reaccionan ‎en función de los recuerdos que Zelenski maneja hábilmente y lo que no entienden… siguen ‎ignorándolo. A los ingleses les habla como Winston Churchill… y ellos lo aplauden. ‎A los franceses, les menciona el recuerdo del general Charles de Gaulle… y ellos también ‎lo aplauden, así lo hace con todos. Y siempre concluye con un «¡Gloria a Ucrania!», referencia ‎que sus oyentes occidentales no entienden pero que también aplauden porque les parece bonita. ‎

Pero quienes sí conocen la historia de Ucrania saben que «¡Gloria a Ucrania!» es el grito ‎de guerra de los banderistas, lo que gritaban durante la Segunda Guerra Mundial mientras ‎masacraban a más de un millón y medio de sus compatriotas ucranianos y al menos un millón de ‎judíos. ¿Qué puede justificar que un ucraniano exhorte a masacrar a otros ‎ucranianos y que un judío llame a exterminar a otros judíos? ‎

La ignorancia nos hace sordos y ciegos.

Por primera vez en la historia de la guerra, una de las partes ha censurado ‎los medios del otro bando antes del inicio mismo del conflicto. La Unión Europea decidió ‎impedir el acceso a la televisora pública rusa RT y a la agencia Sputnik, también pública, para ‎que el público europeo no pudiera conocer la otra versión de lo que iba a suceder. Después ‎de la censura contra los medios rusos, ahora se trata de censurar también los medios ‎no estatales que muestran otra imagen de lo que acontece. El sitio web de la Red Voltaire –‎voltairenet.org– está censurado en Polonia desde hace un mes, por decisión del consejo de ‎seguridad nacional polaco.

 La guerra ya no se limita al campo de batalla. Ahora es indispensable “conquistar” a los ‎telespectadores. Durante la guerra contra Afganistán, el presidente de Estados Unidos, George ‎W. Bush, y el primer ministro británico, Tony Blair, se plantearon la posibilidad de destruir el canal ‎de televisión satelital Al-Jazeera, que no tenía ningún impacto sobre las opiniones públicas ‎occidentales pero que sí daba mucho que pensar a la teleaudiencia de todo el mundo árabe. ‎

Después de la agresión de 2003 contra Irak, algunos investigadores franceses llegaron a creer que ‎la guerra militar acabaría convirtiéndose en guerra cognitiva. El cuento de las «armas de ‎destrucción masiva» de Saddam Hussein se mantuvo en pie sólo unos meses, pero fue magistral ‎la manera como Estados Unidos y Reino Unido lograron que todo el mundo se tragara aquella historia. ‎En definitiva, la OTAN agregó a sus 5 terrenos de intervención habituales (aire, tierra, mar, ‎espacio y sector cibernético) un sexto campo de batalla: el de la mente humana. Actualmente, ‎la OTAN evita el enfrentamiento con Rusia en los cuatro primeros campos de batalla (aire, ‎tierra, mar y espacio) pero ya entró en guerra en los otros dos. ‎

A medida que los sectores de intervención se amplían, la noción de parte beligerante se vuelve ‎más difusa. Ya no son hombres quienes luchan entre sí sino sistemas de pensamiento. ‎Por consiguiente, la guerra se globaliza. Durante la agresión contra Siria, más de 60 Estados ‎que nada tenían que ver con el conflicto enviaron armamento para acabar con la República ‎Árabe Siria. Hoy, una veintena de Estados están enviando armamento a Ucrania. ‎

En el caso de Siria, como los occidentales no entienden los acontecimientos en desarrollo sino ‎que los interpretan en función de su conocimiento previo sobre el mundo del pasado, ‎las opiniones públicas occidentales creyeron que las armas que Occidente enviaba eran utilizadas ‎por una oposición democrática siria, cuando en realidad esas armas acababan en manos del terrorismo ‎yihadista. Ahora, el público occidental está convencido de que el armamento occidental enviado ‎a Ucrania es para el ejército ucraniano, ignorando el hecho que esa fuerza está plagada de ‎banderistas inspirados en el “ejemplo” de los ucranianos que colaboraron con la ocupación ‎hitleriana. ‎

El camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones. ‎