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EE.UU. : Política interna
Estados Unidos se presenta ante el resto del mundo como una ejemplar democracia. Nada más lejos de la verdad. Los padres fundadores, ferozmente opuestos a la noción de «soberanía popular», concibieron un original sistema en el que se consulta regularmente al pueblo para que valide instituciones que ponen el poder en manos de una oligarquía. Ese sistema logra perpetuarse en el plano interno gracias a una serie de parámetros jurídicos que impiden el surgimiento de alternativas y, en caso de necesidad, mediante trucos y manipulaciones que incluyen el uso de máquinas de votar cuyo buen funcionamiento es imposible de verificar. En el plano externo, la propaganda esconde las rarezas de las instituciones estadounidenses. Estas últimas prevén, por ejemplo, la elección del presidente por parte de un colegio designado por los gobernadores de los Estados (en vez de una elección de segundo grado, como recordó la Corte Suprema en 2000, cuando se negó a tener en cuenta los votos de los ciudadanos de la Florida). El sistema tampoco tiene un carácter republicano ya que rechaza el concepto de «interés general» tildándolo de totalitario y le antepone la noción de coalición mayoritaria de grupos de presión. Esta filosofía conduce a la institucionalización de los grupos de presión [también llamados lobbys o grupos de cabildeo. Nota del Traductor.] e incluso legisla la corrupción de los parlamentarios.
Más allá de los partidos gemelos demócrata y republicano, existe una contestación interna de larga data. Esta conoció un amplio desarrollo durante los mandatos de George W. Bush, cuyo estilo de cowboy hacía demasiado evidente el control policial sobre la población y las injusticias sociales. A pesar de haber sido calificada hasta entonces de «antiamericana», esa contestación logró legitimidad al poner de relieve las numerosas violaciones de los ideales estadounidenses que cometía la administración Bush, desde sus aventuras coloniales hasta su justificación de la tortura. El encanto desplegado por el presidente Obama marginó nuevamente la contestación interna, pero ninguna de las críticas de fondo que esta planteaba encontró respuesta en la nueva administración. En el actual contexto de crisis económica están resurgiendo profundas fracturas sociales, que datan de antes de la Guerra de Secesión. Estas fracturas sociales se expresan tanto a través de la rebelión fiscal y de la condena popular contra el mundo de las finanzas, como de tendencias separatistas, sin olvidar los conflictos étnicos. Es precisamente de esos movimientos contradictorios y de su correlación de fuerzas que depende la capacidad de Estados Unidos para reformarse o dislocarse.