Todas la informaciones recabadas coinciden en que la repeticion del golpe militar en Venezuela es irremediable. No se trata de una conjetura. Sólo cuando Hugo Chávez se vaya la élite dominante regresará a sus cuarteles...
El gobierno de Hugo Chávez ha roto la marca de asonadas militares con más de una docena en menos de un lustro; no obstante, en esta nueva oportunidad, si el Gobierno actúa como lo hizo el 11 Abril lo más probable es que Chávez pase a ser un accidente histórico en nuestra vida republicana. La nueva conducción del golpe militar le garantiza a los conspiradores 98% de posibilidades de éxito. Hasta ahora, la casi totalidad de los levantamientos contra Chávez han sido abortados por sus propios organizadores.
Ellos, en realidad, no estaban preparados para la operación «quirúrgica» que como escarmiento siguen recomendando en el Pentágono. En esta coyuntura la situación da un giro de 180 grados porque en esta ocasión los cuadros son instruidos sin perder ni el más mínimo detalle, de tal manera que puedan asistir con el menor riesgo posible a lo que han previsto será la batalla final.
Ya, sin lugar a duda posible, se puede presenciar abiertamente el trabajo conspirativo a través de los medios de comunicación.
Pero... vayamos a la historia con un ejemplo: no había concluido el proceso electoral del 6 de diciembre de 1998 cuando ya estaba montado el primer intento de golpe de Estado para impedir que Chávez se convirtiera en Presidente electo al final de la tarde de ese domingo, día de San Nicolás. Efectivamente, en Valencia, alentados por el entonces comandante general del Ejército, un grupo de oficiales se aprestaron para sacar los tanques a la calle.
Esa conjura contaba con el apoyo de Henrique Salas Römer; sin embargo no tuvo éxito gracias a la actuación inmediata del general Víctor Cruz Weffer, entonces un general de profunda ascendencia en el Ejército.
Hasta la fecha, la única sublevación que se materializó fue la ocurrida el 11 de abril de 2002. No podemos olvidar que para esa fecha se fraguó una subterránea intervención que desde el exterior (Estados Unidos, Colombia, España y República Dominicana) financiaron los costos de aquella aventura. Ellos no olvidan que parte del dinero se quedó en el camino desviado por los emisarios encargados de entregarlos a la sedición.
Hoy vuelve a ponerse en marcha un nuevo intento de golpe de Estado, si es que alguna vez sus organizadores se tomaron un receso. En esta oportunidad es mucho más amplia la variopinta comprometida, directa e indirectamente. Desde empresarios, curas y sindicalistas, hasta funcionarios y voceros políticos del propio Gobierno. No obstante, el papel fundamental de la intervención extranjera lo juega el sector comercial de Colombia, tremendamente afectado en su balanza tras ver esfumarse sus tinglados en el intercambio con Venezuela. Incluso, en esta ocasión, contra Chávez conspira lo más granado del narcotráfico latinoamericano.
Irónicamente, la excusa para desalojar al primer mandatario del poder es precisamente una matriz de opinión mediante la cual se quiere hacer ver a su Gobierno ligado con las mafias de la droga; argumento que si se evalúa no tiene el menor soporte, porque si alguna administración ha sido dura con el tráfico de drogas, esa ha sido la presidida por Hugo Chávez.
Entretanto el papel del narcotráfico, como elemento esencial en las directrices del Plan Colombia, representa la columna fundamental en la campaña de descrédito que en los próximos días iniciarán los enemigos de Chávez en el exterior. Desde ahora han sido contratados y entrenados varios conductores de programas de opinión de los distintos medios de comunicación venezolanos, con la finalidad de orquestar y dirigir la publicidad que justifique la intervención extranjera bajo el pretexto de desalojar del poder a un régimen que se presume narcotraficante.
Brutal será la represión contra los componentes de los medios de comunicación que incluso ahora son delirantes adversarios del Gobierno. También las organizaciones de los derechos humanos que ahora forman parte de la estrategia desestabilizadora, serán silenciadas.
Uno de los puntos más trabajados por la subversión es el referente a la corrupción, llegándose al extremo de comprometer a voceros del Poder Electoral y la Asamblea Nacional con la empresa que conducirá los próximos comicios y consultas (si es que se dan). Al frente de este esquema se encuentra un antiguo oficial de la Fuerza Armada ahora convertido en intermediario de la transnacional que ha prometido un fraude, que como estrategia conducirá a abrir las puertas del caos. Con el referido militar retirado viajó a Italia un conocido representante del CNE, en diligencias que aceleraron la adjudicación del proceso a la firma cuestionada.
Este personaje aparece como si estuviera alineado con el Gobierno, o al menos ese es el papel que le han asignado los medios de comunicación. Habrá fraude si hay votaciones porque la idea es abonar el camino a la confusión.
Las componendas políticas están a la orden del día. Las mismas conducen a crear un ambiente de desmoralización en el seno del pueblo, tanto entre los seguidores del Gobierno como en sus contrarios. La conjura maneja indistintamente y sin escrúpulo alguno todo lo que tenga que ver con la movilización de los distintos sectores de la sociedad.
Por ejemplo, la sedición penetró el estamento bolivariano en sus formas organizativas y, entre otros, un importante dirigente responsable de las últimas jornadas referente a los revocatorios de mandatos, actúa y trabaja en función de los acuerdos que desprestigian al sector oficial, de tal manera que el solo hecho de mentir una y otra vez con relación a los procesos de recolección de firmas para los referéndum revocatorios, es una forma de generar un mayor desconcierto.
Es mucho el dinero que han aportado las organizaciones internacionales comprometidas para este tipo de arreglos. Todo ello encaja perfectamente en una estrategia de profundizar la corrupción en los mandos oficiales, tanto en el nivel administrativo como en el partidista.
El sistema judicial venezolano no esta exento de esta política finamente diseñada en los laboratorios de las agencias de inteligencia extranjera. De allí las vueltas que dan desde el Tribunal Supremo de la República hasta el menos encumbrado de los juzgados. No hay una explicación sobre ninguno de sus actos y decisiones, todas contradictorias, unas favoreciendo aparentemente al Gobierno y las más de las veces condenándolo.
El círculo sedicioso ha ido cerrando sus tentáculos desde dentro del propio régimen. Hasta ahora hay más de un alto funcionario comprometido con un escenario similar al vivido en la Grenada intervenida por la administración Reagan. Otra vez vuelve a aparecer el apoyo financiero como soporte de la red golpista, ganando cada vez más adeptos en las filas del Gobierno. De esa manera se abren cuentas bancarias en el exterior contando con la «vista gorda» de los distintos Gobiernos comprometidos con el derrocamiento de Hugo Chávez.
En el plan que avanza para sacar a Chávez de Miraflores han sido reclutados tres gobernadores que aparecen como partidarios de la gestión bolivariana; inclusive, uno de ellos es mencionado como potencial miembro de una junta de Gobierno cuya posible composición cuenta con un escollo en los sectores radicalizados del Pentágono; no olvidemos que los halcones aspiran a un Gobierno que desde su advenimiento se anuncie con la consigna «dictadura ya». Se trata -según sus mentores- del proyecto para aniquilar todo indicio izquierdizante fortalecido al calor de todos estos años.
En los planes de la escalada subversiva figuran los motines y huelgas que deben multiplicarse en los próximos meses. De esta última práctica está dispuesta una nueva conmoción en Pdvsa. Los golpistas manejan la tesis de la división que por distintas rencillas libran diferentes facciones por el control de los negociados en el interior de la industria petrolera. Poco a poco, la llamada organización Gente del Petróleo ha ido ganando terreno discretamente. En esta agrupación descansa uno de los mayores esfuerzos financieros de la acción desestabilizadora.
Está previsto que una huelga del transporte fomentada y sostenida tras bastidores por la derecha colombiana, se convierta en el detonante que acelerará la implosión que reclamará, en poco tiempo, una intervención militar extranjera cuyo fin primordial será capturar a Hugo Chávez para llevarlo a una cárcel estadounidense mientras se le abre juicio por cargos de terrorismo y apoyo a las actividades del narcotráfico.
Sobre Venezuela se cierne una terrible amenaza, más que el costo político y represivo -que de ella se deriva- hará que los bandos en pugna no obtengan dividendo alguno, al final de la jornada los conspiradores quedarán fuera del juego. Este es el fondo de la estrategia diseñada por el Departamento de Estado.
Hasta ahora la Fuerza Aérea Venezolana ha sido el componente de la Fuerza Armada Nacional mejor trabajado por los organismos foráneos encargados de conducir los planes que deben llevar al derrocamiento de Hugo Chávez. Por lo menos una docena de oficiales superiores ha sido ganada para la idea que pasa por bombardear el Palacio de Miraflores en el momento más crítico de la crisis que se avecina.
Ayer recien los dueños de los canales de Televisión desafiaron al gobierno con cintillos al concluir una cadena televisiva donde el Presidente se refirió a la conmemoración del 11 de Abril. Por los demas es cada vez mas frecuente ver en televisión a los responsables de los programas de opinión llamar a un golpe militar sin el menor sonrojo.
La principal base aérea ubicada en el centro del país se ha convertido en el baluarte de la ola conspirativa. Ella servirá de muro de contención a cualquier respuesta oficial cuando estalle la rebelión militar. Estos planes tienen un lunar en las cada vez mayores apetencias secesionistas de un grupo criollo apoyado por Washington, el cual tendría en la cabeza de un Gobierno transitorio a la figura del gobernador Manuel Rosales, que en realidad persigue «liberar» al Estado Zulia para convertirlo en la punta de lanza de un proceso de desmoronamiento de la República que puede convertir a los estados centrales en la nación más pobre de América Latina.
Las intenciones de capturar al Presidente venezolano para llevarlo a suelo norteamericano pueden verse frustradas por el propósito de una columna palaciega que insiste en el magnicidio. La idea seduce a un grupo de exiliados cubanos radicalizados que juega al efecto dominó que conllevaría el asesinato de Hugo Chávez; por lo tanto, en este escenario serán los medios de comunicación quienes llevarán la mayor responsabilidad por el papel que se les tiene asignado, el cual no es otro sino convencer a los sectores políticos que no les atrae la idea del magnicidio, aunque en el fondo no les disgusta.
Entretanto, mientras se resuelven algunas diferencias, en la Fuerza Armada Nacional continúa la labor de captación de los oficiales que deben conducir el levantamiento militar, sabiendo de antemano que será inevitablemente cruento. Incluso, está previsto el fusilamiento de algunos oficiales que en la primera instancia estarían en disposición de salir en defensa del Gobierno. No debe dejarse de lado que del sector afecto al régimen saldrá (así se trabaja) el general que transitoriamente debe llevar las riendas de un nuevo Gobierno mientras se hace realidad la consigna de «dictadura ya». Esa junta será eventual mientras no se consolide el sector de extrema derecha que se estima se convertirá en el brazo ejecutor de una política destinada a barrer con todos los cimientos que puedan quedar del chavismo.
En los próximos meses, mientras se ajustan los mecanismos del golpe militar, Venezuela será víctima de una colosal sedición internacional. El Gobierno venezolano ha cometido dos errores imperdonables: uno, estimar que la convocatoria eventual de las masas en las calles lo mantendrán en el poder, dejando de lado que la subversión se combate con los mecanismos de defensa previstos en la Constitución y la otra, permitir que los elementos sediciosos se fortalezcan a la luz de la más descarada impunidad. Todo pareciera conducir a que el Gobierno perderá esta confrontación salvo que, a diferencia de las anteriores, esta vez será sangrienta.
Nadie puede garantizar que los miembros del actual Alto Mando Militar invocarán su condición institucional para defender a un Gobierno que sometido a toda las presiones inimaginables será despojado de su legitimidad en las pantallas. Sí, porque el mando de Hugo Chávez habrá perdido entonces la más importante de las guerras, la guerra de la información.
El Gobierno insiste en confiar en la solidaridad internacional y por eso hace esfuerzos enviando a sus pocos diplomáticos por el mundo, a convencer a los gobernantes de que Venezuela es un país asediado por Estados Unidos. Sobre Venezuela pesa la experiencia política y militar que ha adquirido el Pentágono en su beligerancia pasada frente a Nicaragua y Chile. Por eso la estrategia desestabilizadora es ahora mucho más cruel y su destino está en convertir a Caracas en un inmenso Chorrillos, aquel barrio panameño barrido por los bombarderos estadounidenses.
La certidumbre de un nuevo golpe militar no ha sido digerida por el Gobierno venezolano. Para contrarrestar la ineficacia de sus cuerpos de inteligencia, el gobierno de Chávez recurre a la demagogia de las concentraciones populares, utilizando un discurso antiimperialista, sosteniendo que sólo así fortalecerá su imagen de país agredido. En otro escenario se maneja con la denuncia ante los foros internacionales, subestimando la capacidad de maniobra con la que cuenta Washington apoyado en los Gobiernos latinoamericanos que ven en Chávez a un potencial intruso político. Chávez se engaña pensando que Argentina y Brasil saldrán en su ayuda de producirse una intervención extranjera. Olvida que esa solidaridad es semejante a la del público que asiste a los ruedos para congraciarse con el toro malherido.
La conspiración contra Venezuela se escudará en una comisión de delitos contra los derechos humanos que han sido exacerbados por los medios sin el menor pudor. El gobierno de Chávez rumiará amargamente su derrota por no haber tenido una política diplomática que lo apuntalara, pensando ingenuamente que los cambios son aceptados de manera pacífica por los afectados. Cuando se corra la cortina que deje al descubierto el escenario, entonces comprenderá que nunca supo tratarse entre enemigos y amigos que simularon serlo.
¿Cuándo es el golpe? No faltara la burla de los cándidos que pululan en el seno del Gobierno. Pues bien, el golpe está a la vuelta de la esquina y tendrá fecha tan pronto estén cuadrados los elementos de la Fuerza Armada Nacional que ahora aparecen como leales, pero que asumirán la responsabilidad que le asignen desde el extranjero tan pronto se establezca la hora cero. La propia Asamblea Nacional se diluirá en el mismo momento en que truenen los aviones sobre Miraflores.
«Centernares de miles de venezolanos prefieren ser mantenidos a la zaga de misiones renumeradas que incorporarse a un trabajo productivo que en definitiva no les ofrece mayores perlpestivas de crecimeinbto y mejorameitno en las calidad de vida».
Ahora no se imagina el Gobierno el alcance de la sedición. Pero lo más grave, hay una conspiración en despropósitos que parte del propio Ejecutivo. El Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia están penetrados por los conjurados; quienes hoy son señalados como simpatizantes del régimen son tan sólo parte de una comparsa fríamente calculada. Todo está concebido como parte de la manipulación mediática que conforma una especie de arma nuclear a la hora de barrer con una tambaleante opinión pública dejada al garete por una política comunicacional irresponsable, que ni el Gobierno más heterodoxo hubiera tolerado.
Otra arista de la planificación golpista consiste en la creación de una escasez, esa práctica perversa que de manera casi imperceptible se ha ido colando en la vida venezolana. Hasta ahora ha podido ser sigilosa gracias al manejo de las divisas que el Gobierno utiliza para enfrentarla; sin embargo, en cualquier momento el descontento comenzará a hacer mella en la población y los medios arremeterán de nuevo debilitando todavía más al Gobierno, preparando la situación del zarpazo final.
Los conjurados actúan en la situación política nacional a manera de convertirla en un crudo invierno ruso para el Ejército que se supone defenderá la democracia. Nadie hasta ahora, ni siquiera en el corazón de la oposición no contaminada, ha estimado la gravedad de la circunstancia, nadie ha deducido que de un momento a otro podremos encontrarnos en un país distinto. El Gobierno amenaza con enfrentar al régimen más poderoso del planeta sin tomar en cuenta que somos tan dependientes, incluso en la procedencia de una hojilla. Para el gobierno de Chávez la historia no parece contar. Si Cuba pudo aguantar un largo bloqueo fue porque las condiciones fueron totalmente distintas.
El pueblo venezolano, aunque duela decirlo, no es revolucionario porque asuma las distintas opciones del Gobierno, que en definitiva descansan sobre la advertencia de la maldita herencia petrolera denunciada hasta el cansancio por Juan Pablo Pérez Alfonso. Por ahora, incluso, la gestión más revolucionaria de este Gobierno, constituida por su proceso educativo, amenaza con convertirse en un Plan de Emergencia, y si no vayan por las calles de Venezuela y cerciórense cómo centenares de miles de venezolanos prefieren ser mantenidos a la zaga de misiones remuneradas que incorporarse a un trabajo productivo que, en definitiva, no les ofrece mayores perspectivas de crecimiento y mejoramiento en la calidad de vida.
¿Podrá esa población beneficiada con una gestión que está por encima del salario mínimo que ofrecen los empresarios, enfrentar el golpe de Estado? No, lamentablemente no, y lo que es peor tendrá que pelear aunque sea en las primeras de cambio, porque de igual manera serán agredidos por quienes buscarán chavistas hasta en el más impensado de los recovecos. El golpe militar está en marcha y salvo un imprevisto histórico será postergado. En este país conspira todo aquel que se considera excluido del régimen, y decir que no son representativos es querer tapar el sol con un dedo.
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