Ilave sigue haciéndonos pensar. No a todos, lamentablemente. Así, mientras Alan García habla de la necesidad de refundar la República -¡enhorabuena, ya era tiempo!-, su bancada parlamentaria sigue jugando dominó. Al igual que el oficialismo, ni entiende ni parece importarle el problema. Lo prueba su frívola algarabía luego de ocurrida la censura al ministro Rospigliosi. ¿Habían pisado Ilave? ¿Habían siquiera realizado un serio diagnóstico del problema? No lo creo. Tampoco creo que se hayan equivocado al censurar a Rospigliosi. Coincido con Javier Valle Riestra, quien en su peculiar y concluyente estilo ha dicho que alguien tenía que ser decapitado. De lo contrario, lo ocurrido en Ilave quedaba impune y como únicos culpables aparecían los aymaras protagonistas de los hechos, con lo cual sólo se echaba más leña al fuego. El problema radica en que esa censura llegaba a destiempo. Los errores de Rospigliosi comenzaron mucho antes de Ilave. Y el Congreso calló, gracias a lo cual Rospigliosi se ha ido del gobierno casi en olor a santidad, cosa que estoy seguro alegra a sus ya numerosos aulicos, quienes se desviven en querer ver en él al gran político que el país necesita.
Vayamos por partes. Nadie niega que Rospigliosi ha sabido sacar muy buen provecho de la blandenguería del actual gobierno.
De ahí que haya sabido proyectar una imagen de autoridad y firmeza de la cual el mismo Toledo es la perfecta antípoda. Negarle esa virtud sería mezquino. Nobleza obliga. Sin embargo, eso nada tiene que ver con su gestión al frente del Interior, que no es tan grata como muchos la pintan. No olvidemos que sobre los hombros de Rospigliosi no solo pesa Ilave sino también Arequipa. Ambos desenlaces fueron consecuencia de los errores que él cometió en el manejo político del ministerio.
Específicamente, las alianzas que equivocadamente estableció dentro de la policía (donde aun perviven, nos guste o no, ex-GCs, ex-GRs y ex-PIPs), priorizando a unos y marginando al resto. Si a ello se agrega su despótica relación con los oficiales de la policía -quebrando jerarquías y mellando liderazgos-, se puede entender mejor la resistencia pasiva que se inició en su contra. La negligencia policial demostrada en Arequipa fue parte de ella. ¿Quién era entonces el jefe de la región policial? El general Pérez Rocha, el primero que cayó en desgracia cuando Rospigliosi inició su segunda gestión. Cambiando de aliados, esta vez Rospigliosi repitió el mismo error de establecer alianzas, con lo cual se incrementó la resistencia. Dejar hacer, dejar pasar se convirtió en el lema. Por eso, precisamente, en Ilave no se hizo nada. !Ni una bomba lacrimógena! ¿Y quién se había encargado, semanas antes, de atizar el fuego contra Rospigliosi? El general Pérez Rocha. ¿Gratuitamente? Lo dudo.
De todo ello, en mi opinión, debieron haberse percatado con anticipación nuestros sacrosantos parlamentarios. Pero no la vieron. !Pobres! Es que estaban tan concentrados en la anécdota, las gollerías y la inmortalidad propia, que ya no tenían fuerzas para ver más allá de sus propias narices.
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