Cuando Fujimori estaba a punto de abandonar Japón -en viaje de aún insospechados placeres-, en Lima nos enterábamos, arduo esfuerzo mediante, que nuestro empresario más importante, el todopoderoso Dionisio Romero Seminario, había recibido un desinteresado regalo de nuestro inmaculado Poder Judicial: estaba ya libre de polvo y paja por las non sanctas reuniones que tuvo con Vladimiro Montesinos. ¿Por qué? La Tercera Sala Dizque Anticorrupción había sentenciado prescritos sus supuestos delitos porque ya habían pasado seis años del hecho. ¿Gratuita sentencia? Hmmmm.

Nada de ello es nuevo entre nosotros, por cierto. Más de una vez he dedicado este espacio a denunciar los privilegios que la clase dirigente peruana le otorga a San Dionisio, ese viejo habitué de la corrupta dictadura que hoy pocos líderes se atreven a llamar por su propio nombre. Sin embargo, el caso importa por una razón especial. ¿Recuerdan que existía una orden de captura contra Andrónico Luksic, acaso el más importante empresario chileno, también acusado, vídeo en mano, de haber negociado con Montesinos más de un favor para Lucchetti? Bueno, pues resulta que esa orden acaba de ser suspendida por el Poder Judicial. ¿Gratuita sentencia? Hmmmm.

¿Cómo explicar tan súbito cambio? ¿Un toma y daca por Fujimori o “la instalación de un mercado persa de canjes”, como sugeriría Mirko Lauer –quien, nobleza obliga, acaba de poner el tema nuevamente sobre el tapete? No lo creo. Ello, más bien, me sabe a inteligente movida de los abogados de Luksic. Saben ellos –como sostiene Herbert Mujica- que el Estado peruano cometió un gravísimo error: si los supuestos delitos de Dionisio Romero Seminario han prescrito ya, después de SEIS años, ¿por qué no se declaran también prescritos los supuestos delitos de Luksic, ocurridos SIETE años atrás?

He ahí el nudo de la madeja. El asesor legal de Luksic, Claudio Grossman –ex presidente de la Corte Interamericana de DDHH, profesional de reconocido prestigio internacional, y chileno, además-, seguramente ha puesto el dedo en la llaga: si el Estado peruano, luego de la torpeza cometida, insiste con el caso Luksic, le espera una millonaria demanda que sin duda perdería.

¿Desolador panorama? No lo dudo, especialmente si corroboramos, gracias a la última encuesta de la Universidad de Lima, que casi el 96% de peruanos no está satisfecho con esta democracia y que sólo el 2.4% confía en los políticos. Impunidades como las que goza San Dionisio –porque paga silencios, obviamente-, explican ese desencanto. Así estamos: ni siquiera sabemos ganar guerras legales.

¿Nube gris? ¿“Se perdió el celaje azul donde brillaba la ilusión, vuelve la desolacion, vivo sin luz”-como dice el vals y como le decía a un entrañable amigo hace unas horas, comentando nuestro ingrato presente? A diferencia de lo que muchos puedan pensar, por mis supuestamente “amargos” dardos semanales, no lo creo así. Esta desazón, esta melancolía puede ser creadora, si queremos. Es tiempo ya de reinventarnos. Ello no depende más de nuestros líderes sino de nosotros mismos.

(Perú21, sábado 19 de noviembre de 2005)