Pero no vamos a hablar de Rodallega. En el equipo colombiano hay otros jugadores que han sido vitales en el resultado de este campeonato: Toja, y Freddy Guarín, se ven menos y éste último es el prototipo más cercano para una gran cantidad de muchachos de nuestro país.

En una entrevista, un periodista le pregunta a la madre de Freddy Guarín cómo había sido la formación del muchacho y ella respondió: “A él se le dejó decidir, si el fútbol o el estudio y el escogió el fútbol... y ahí triunfó...”.

Esto me hizo recordar a Álvaro, un excelente jugador que tenía la fortuna de tener como padre un futbolista frustrado. Mientras todos los papás de la escuela le decían a sus hijos: “estudie mijo, para que no sea como yo, un obrero que no gana ni el mínimo”, el papá de Álvaro le repetía una y mil veces “juegue fútbol bien, para que sea una figura”. Su padre quería verse realizado como futbolista a través de su hijo y por eso le perdonaba sus faltas académicas.

Lo único que motivaba a Álvaro para ir a la escuela era el recreo, espacio y tiempo del fútbol. Media hora antes de salir al recreo ya había conformado los equipos: entre los datos inútiles de las guerras del Peloponeso veíamos pasar los papelitos con las alineaciones. El partido comenzaba con el campanazo de salida al patio y terminaba con el de entrada. Pero el descanso terminaba para él media hora después de que ingresabamos los estudiantes, ya que en medio del cansancio y la tierra pegada al sudor de todas las pieles, surgía un bisbeo sobre los incidentes del partido, que ninguno de los profesores fue capaz de romper .

Álvaro era un líder en la cancha de fútbol y un dormilón en las clases. Mientras que la mayoría de los estudiantes no sabían para qué estudiaban ni tenían clara su futura profesión, el si lo sabía: iba a la escuela para gozarse el recreo y para dejar que el tiempo pasara. Su meta era ser futbolista, disfrutaba y se preparaba para eso.

Las materias que le interesaban eran las que tenían que ver con su futuro: la anatomía, por eso del buen estado físico, el cuidado muscular, de ligamentos, meniscos, tobillos, tibia y peroné. La geografía, para saber de dónde eran los futbolistas que tenía en sus figuritas, de las que era coleccionista, y para soñarse en uno de los grandes equipos. De la historia, le gustaba sólo la de los mundiales, al resto no le daba importancia porque no le veía ninguna relación con el balompié. Al lenguaje lo odiaba. Inglés no lo estudiaba porque quería jugar con el Milán y en la escuela no enseñaban italiano. Las matemáticas no le gustaban porque como futbolista sólo veía necesarias las cuatro operaciones: sumar goles y pesos a favor, restar derrotas, multiplicar contratos y dividir su sueldo con su familia y, especialmente, con su papá que sería su manager. Y así iba descartando materias. Obviamente, en educación física era el mejor.

Terminó su bachillerato contra su voluntad, repitiendo cosas que los profesores querían escuchar, pero que él ni quiso, ni pudo aprender. Paradójicamente, fue de los pocos que pudo conseguir trabajo, porque en una fábrica al jefe de personal también le apasionaba el fútbol y contrataba los obreros con dos condiciones: que fueran cualificados técnicamente y que jugaran bien a la pelota.

Viendo a Freddy Guarín recordé a Álvaro. Guarín es un ejemplo de los jóvenes que desde niños saben qué quieren ser y hacer y lo logran. Mi amigo Álvaro, es hoy un obrero técnico, futbolista aficionado que quiere verse realizado en sus dos hijos.

Y mientras tanto, la sociedad sigue sin saber cómo responder a una de tantas preguntas de nuestros muchachos: ¿Para qué ésta educación?