La coalición que llegó al poder en Ucrania gracias a la «revolución naranja» se desmembró luego de nueve meses de existencia. Como saben nuestros lectores, la crisis era algo latente desde hace tiempo entre las diferentes facciones que trataban de apropiarse al mismo tiempo del poder político y de las riquezas económicas.

El conflicto se inició tan pronto como Viktor Yushchenko obtuvo la victoria. Tanto Yulia Tymoshenko como Petro Porochenko ambicionaban el puesto de primer ministro en nombre de clanes de oligarcas rivales. La primera se llevó en definitiva el premio gordo. Sin embargo, no fue sino en los últimos días que la situación se degradó verdaderamente.
La primera ministra no perdía ocasión alguna para socavar la autoridad presidencial. Se aprovechó de las dificultades económicas ocasionadas por el alza del dólar y la escasez de combustible para tratar de concentrar mayor poder entre sus manos. Fue ella quien hizo público el suntuoso tren de vida del hijo del presidente. Reveló sobre todo que el joven se había apropiado de la «revolución naranja» al registrar marcas en el Instituto de la Propiedad Intelectual y al cobrar royalties por cualquier mención que se hiciera a algún momento de historia nacional.
El primer golpe directamente asestado al presidente fue la estrepitosa dimisión de Alexander Zintchenko, ex director de campaña de Yushchenko. En entrevista concedida a Izvestia, Zintchenko pasó a la ofensiva y ajustó sus cuentas al denunciar la corrupción de Petro Porochenko y de otras muchas personalidades, arremetiendo igualmente contra Boris Berezovski, el oligarca ruso en el exilio.
En un inicio, la respuesta del presidente fue apoyar a Porochenko, pero luego comenzó a analizar qué cabezas debían rodar en el seno de los servicios de seguridad y lucha contra la corrupción. En definitiva, al verse incapacitado de poner orden de manera pública entre sus aliados, despidió a todo el gobierno cuando éste debía presentar el proyecto de presupuesto al Parlamento.

Es probable que las tensiones entre los dos clanes hayan favorecido la influencia rusa en Ucrania. El presidente Yushchenko acaba de proponerle a la Duma una especie de pacto de estabilidad. Ayer, su ex adversario durante las elecciones presidenciales, Viktor Yanukovych, anunció que no excluía la posibilidad de establecer una alianza con los partidarios de la ex primera ministra, lo que hace pensar que Tymoshenko se ha acercado a Rusia para quien se había convertido en una pesadilla.
Ante esta cadena de dimisiones y bruscos cambios de opinión, el ex presidente ucraniano, Leonid Kravtchuk, no se privó de intervenir en el Parlamento para denunciar la incapacidad de su sucesor para gobernar. Gazeta SNG, el diario de la CEI, reproduce esta intervención en la que estigmatiza el nepotismo del presidente Viktor Yushchenko y la corrupción en el gobierno. En su opinión, la única alternativa del gobierno es llegar a una conclusión lógica: organizar elecciones presidenciales anticipadas.

Esta crisis política pondría en peligro el ingreso de Ucrania en la OMC y afectaría su acercamiento a la OTAN y a la Unión Europea, situación que no disgustaría al diputado comunista ucraniano Georgi Kriutchkov, quien en entrevista concedida a Regnum.ru recuerda su oposición a este doble ingreso. Considera sin embargo que las élites ucranianas pro estadounidenses harán todo lo que esté a su alcance para ingresar a la organización atlántica. Ello fortalecería la posición de Washington contra Rusia en detrimento de Moscú, pero también de la independencia de Europa. Lanza por consiguiente un llamamiento a los países de la vieja Europa, en particular a Francia, para que se opongan a la integración ucraniana.

Entre tanto, ante una crisis que opone esencialmente a clanes de oligarcas, la prensa occidental parece desconcertada. Aferrada a su descripción romántica de la «revolución naranja» que en su opinión oponía reformistas pro occidentales a un poder corrupto y rusófilo, no logra explicar la crisis. Hoy vacila para decidir qué facción debe ser presentada como reformista y cuál debe ser denunciada por corrupta.

La crisis en Ucrania tiene lugar en momentos en que otra adhesión a la Unión Europea deseada por los medios atlantistas (pero no sólo por ellos) es objeto de debate. Los que se oponen a la adhesión de Ankara utilizan el tema del reconocimiento de Chipre con el fin de bloquear la apertura de las negociaciones previstas para el 3 de octubre. Como reacción, el grupo de prensa del New York Times publica textos favorables a este ingreso.
Su filial europea, el International Herald Tribune publica dos textos que estimulan la entrada de Ankara. No se trata de un debate a favor o en contra sino de una distribución de los argumentos favorables a la adhesión.
El ministro británico de Relaciones Exteriores, Jack Straw, recurre a los argumentos clásicos en los medios atlantistas: Turquía es un aliado tan esencial en la guerra contra el terrorismo como lo era durante la Guerra Fría, es preciso entonces unirla al campo occidental. Apoyándose en los atentados de Estambul de hace cerca de dos años, sugiere que si la ciudad fue punto de mira de Al Qaeda es porque Turquía es aliada de Occidente. Se muestra asimismo confiado en el plano económico: Turquía es un país en pleno crecimiento y su entrada a la Unión Europea será beneficiosa para todos. Una vez que el tema militar y económico ha sido abordado por el ministro de Tony Blair, el profesor Soli Ozel, experto de Project Syndicate, se pronuncia a favor de la entrada de su país y para ello acude al argumento de la democratización. Retomando el tema del futuro juicio del escritor Orhan Pamuk, quien denunció las masacres de kurdos y armenios, afirma que este atentado contra la libertad de expresión no debe ser analizado fuera del contexto turco. Es cierto que el juicio es condenable, pero es ante todo importante señalar la evolución del país. Contrariamente a algunas apariencias y a lo que quisieran hacer creer los que se oponen a su ingreso, Turquía se democratiza.

En el Daily Star, filial en el Medio Oriente del International Herald Tribune, el profesor Duygu Bazoglu Sezer sigue la misma línea de su colega Soli Ozel. Recuerda que si bien Turquía no es aún una democracia liberal lograda, al menos ha emprendido esa vía. El autoritarismo que se le ha reprochado al poder turco no es más que un resto agonizante de la revolución kemalista, fase autoritaria pero necesaria hacia la occidentalización del país.