El 2 y 3 de mayo, como fue bien difundido, Bogotá soportó un paro del transporte urbano tradicional contra la existencia del sistema masivo Transmilenio, que afectó, según cuentas de la prensa, a unos cuatro millones de personas. Tuvo por objetivo impedir que la alcaldía ejecutara tres medidas: el retiro de rutas tradicionales para dar paso a la recién inaugurada troncal de Suba y su empalme con la troncal NQS; el cumplimiento de los acuerdos sobre plazos ya convenidos con los transportadores para chatarrear parte de los buses, busetas y taxis colectivos que llevan veinte años y más en servicio y provocan una sobreoferta de 6.421 vehículos en la ciudad; y la puesta en marcha de la igualmente convenida restricción de la circulación de vehículos, para bajar el daño ambiental y que debería entrar regir desde el entrante 22 de mayo en tres localidades.

Ha sido el primer paro total del transporte tradicional de la ciudad en muchos años, y no es acertado afirmar que fue promovido fundamentalmente por los pequeños propietarios del negocio porque la mano de los grandes dejó impresos allí todos sus cinco dedos.

Desde hace mucho tiempo el transporte urbano del país está alejado de la movilización de los trabajadores colombianos. En el curso de los 26 años corridos entre 1975 y 2000 el sector de transportes y comunicaciones adelantó apenas el 8,5% de las huelgas laborales y los efectivos involucrados en ellas representaron solo el 4,6% del total nacional. La porción que en esas acciones correspondió solo al transporte fue minoritaria frente a la de las comunicaciones y la del transporte urbano prácticamente marginal. En lo que va corrido del presente siglo las cosas han empeorado todavía más porque casi todos los sindicatos de asalariados del transporte desaparecieron bajo los embates de la desregulación laboral.

De manera que todo el campo de la acción quedó a disposición de los empresarios, grandes y pequeños. Los derechos de los asalariados del transporte desaparecieron del panorama. Se los tragó la ola del negocio, tan rentable que es capaz de ganar incluso con buses casi vacíos. Nadie volvió a acordarse de salarios, jornadas y prestaciones sociales de los acorralados “amos del volante”, que hacen maravillas para ajustarse el diario. Ni siquiera los sectores de izquierda.

De manera que el paro con que los caimacanes del negocio saludaron el Día Internacional de los Trabajadores no podían organizarlo y ejecutarlo sino ellos mismos. No es ninguna novedad porque eso viene ocurriendo hace rato en el transporte por carretera, por ejemplo. Solo que en esta ocasión el blanco del ataque fueron los usuarios del servicio colectivo, la inmensa mayoría que tiene el defecto de no poseer carro propio. Quienes paralizaron las rutas no fueron los pequeños dueños de un bus o media buseta, como creen algunos dirigentes de la izquierda, sino grandes inversionistas que manejan empresas afiliadoras de centenares y miles de vehículos, como lo repasaremos en nuestra próxima columna de Actualidad Colombiana. Solo ellos disponen de la fuerza física y política necesaria para paralizar la ciudad.

Los empresarios fueron agresivos y permitieron que la delincuencia común destruyera costosos bienes de la comunidad, pero significativamente el desenlace del suceso fue pacífico, como lo quería la administración distrital. El paro demostró además que el grueso de la ciudadanía no secunda la idea de ahogar a Transmilenio, con todo y sus evidentes deficiencias. Más que emprender el viaje a pie o en atestados camiones de ocasión, la gente buscó —y atestó, por supuesto— las rutas de Transmilenio.

Entonces, se pregunta uno, ¿por qué el Polo Democrático abandonó a su suerte al primer alcalde de izquierda que ha tenido la ciudad, en la más delicada situación política que hasta ahora ha enfrentado esa agrupación, de la cual Lucho Garzón fue uno de sus creadores? Sin la pretensión de analizar el problema Garzón-PDA, y solo con el ánimo de intervenir en el debate, vamos a proponer dos asuntos.

Primero: el palo. Garzón es un creador de ideas de todo orden, no se siente dependiente de nadie y tiene un manejo difícil y a veces insoportable. Precisamente por poseer una mentalidad independiente y creativa se vio precisado a retirarse del partido comunista cuando ocupaba puesto en su más elevado aparato de dirección. Sus camaradas no le perdonan eso. Le pasó lo mismo que a figuras como Diego Montaña Cuéllar, Bernardo Jaramillo o Julio Silva Colmenares. El partido le exigía militancia contestataria y él ideaba proyectos para ponerlos en ejecución, socializarlos. Quería ser izquierdista de nuevo tipo, como tantos otros latinoamericanos, y lo consiguió. Pero insisto en que él no es fácilmente soportable. Es una persona de decisiones firmes. Medita las cosas, tantea, pero es capaz de tomar una determinación y no echarse atrás. Así se metió a zanjar el caos de dirección que había enla CUT a fines de los años 90 y se convirtió en su presidente más emblemático. Fue como si hubiera dado un golpe de mano, como dicen algunos. Son los accesos creativos de los grandes políticos, como los de Lenin frente a su partido socialdemócrata. Garzón es capaz de dejar hablando solo a cualquiera de sus más cercanos compañeros de lucha y no se le da nada. Recordemos que destituyó a todos los alcaldes locales que había nombrado. Desde el inicio de su mandato distrital abandonó muchas relaciones personales que tenía, comenzando con las de la izquierda radical. Es un trabajador infatigable y organizado que no les pasa al teléfono a sus funcionarios. Desde el inicio de su mandato mis amigos comunistas se quejan de que solo quiere trabajar con la “derecha”.

Ahora la Contraloría distrital —y no sé si el alcalde también— se viene lanza en ristre contra las alcaldesas de Ciudad Bolívar y Sumapaz, a quienes la prensa presenta como presuntas defraudadoras del erario público sujetas a investigación. La primera es hija de un abogado comunista que fue asesinado en pleno ejercicio de exterminio de la UP y la segunda es militante comunista, y si las dos son delincuentes comunes yo soy Jesucristo. Así que la extravagancia en el Distrito parece avanzar a pasos firmes. Los políticos de izquierda, como los demás, se enamoran del poder y quieren siempre más. Mientras eso continúe ocurriendo, estemos seguros de que el apoyo del Polo al alcalde va a seguir despeñándose y Garzón va a verse forzado a buscar respaldos en el gobierno y en los partidos de centro-derecha, como ya ocurrió para resolver el paro del transporte.

Segundo: el Polo. En la izquierda colombiana no hay casi mentalidades formadas en la idea de la administración del Estado, y encima de eso la izquierda —sobre todo la radical—no conoce el multifacético problema urbano contemporáneo. Solo Garzón y otros pocos dirigentes han estudiado y tratan de aplicar las valiosas experiencias de los gobiernos de izquierda en el sur del continente y en Ciudad de México. Por eso mismo el alcalde se ha visto precisado a buscar equipo de gobierno por fuera de unas alineaciones políticas, expertas en la contestación pero pobres en la creación de sociedad y ciudadanía, sobre todo sociedad y ciudadanía urbanas en los tiempos que corren.

Los dos factores —desconfianza política y serias limitaciones de sociedad y democracia urbanas—convergieron y horadaron peligrosamente la imagen del PDA en la prueba política más difícil que ha tenido hasta ahora. La población sabe que el alcalde fue abandonado por su partido, que salió a respaldar a una mafia que viene impidiendo su derecho a tener servicios dignos y eficaces y aire menos contaminado. Los testimonios, crónicas y estudios publicados ampliamente por la prensa sobre ese negocio abominable producen asco y rabia, pero los dirigentes del Polo optan por cerrar la boca para no perjudicar planes electorales individuales y de grupo, cuando quedan apenas dos semanas para impedir que Uribe gane en la primea vuelta. Hasta el candidato de la izquierda optó por salirse por la tangente y contestar a los periodistas que él, un hombre honesto de vasta cultura, “no conoce bien” el problema de transporte de la principal concentración urbana del país. Así es la lucha social, y no de otra manera. “Peor le ha ido a Lula en el Brasil”, dirán algunos. Hasta en eso seguimos siendo copietas.