En septiembre de 1984 las Madres convocaron a una jornada de reflexión y debate en torno a la entrega del Informe Nunca Más. Durante la actividad, Hebe de Bonafini se dirigió al público y expuso los puntos centrales de la postura política de la Asociación, que rechazaba acudir a la marcha convocada desde el propio gobierno, partidos políticos en amplio espectro y organismos de derechos humanos, para acompañar su entrega.

Se trata de un discurso ejemplar. Lo fue en su momento y lo sigue siendo hoy, después de más de veinte años, cuando sus denuncias, sus fundadas sospechas sobre el camino alfonsinista y sus vaticinios, se han visto cumplidos punto por punto, mientras una Plaza de Mayo cubierta, entonces, por más de 70.000 personas, acompañó y aplaudió lo que las Madres, con su sola voz, a fuerza de jornadas militantes, denunciaron y repudiaron con claridad política y confianza en su propia lectura de la historia.

Los puntos de discordia eran básicamente tres: la caracterización oficial de la generación secuestrada, torturada y desaparecida como terrorista, la profundización de un camino de impunidad (justicia militar, ascenso de represores, confirmación de los jueces de la dictadura) y el escamoteo de la lista de represores denunciados hasta ese momento.

Las Madres consideraban que, para entonces, ya habían sido suficientes los indicios de que el gobierno se encaminaba, con decisión, hacia esa política de olvido por ellas denunciada, y se negaban, por tanto, a avalar un Informe cerrado, del que sólo meses después se conocería su versión pública, editada por la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA). Denunciaban y preanunciaban. Todas sus sospechas y denuncias se vieron confirmadas poco tiempo después, en noviembre de 1984, cuando el Informe estuvo en la calle.

Un fragmento de aquel discurso histórico señala: “…cuando Tróccoli habló, en el programa ‘Nunca Más’, ni el gobierno ni la CONADEP, salieron a decir que no estaban de acuerdo con lo que dijo Tróccoli, y nosotros no vamos a apostar, no vamos a convocar, ni vamos a ir a aplaudir un Informe que a lo mejor dice que hubo terrorismo y por eso hubo terrorismo de estado. Y aquí, todos sabemos por qué hubo terrorismo de estado, y como no vamos a permitir que nadie juzgue a nuestros hijos, porque nadie los juzgó, porque nadie los defendió, porque no sabemos dónde están, no vamos a participar de esa marcha”. Las Madres, como la mayor parte de la población que acompañó la entrega del Informe, desconocían el contenido concreto del documento, pero, ellas, en cambio, habían escuchado atentamente la presentación que Ernesto Sábato (presidente de la CONADEP) y Antonio Tróccoli (ministro de interior de Alfonsín) realizaran con motivo de la edición televisiva del Nunca Más, en julio de 1984. Allí había sido explícita la estigmatización de las y los desaparecidos como violentos y prácticamente, provocadores -con su lucha- de la represión dictatorial. Ellas maliciaban que por ahí discurriría el mentado prólogo del Nunca Más y así lo expresaron intentando ser escuchadas por quienes, prácticamente a la rastra, pretendían llevarlas al acto oficial.

“Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda.” Así comienza, en definitiva, el Prólogo del Nunca Más, cincelando la Teoría de los Dos Demonios para varias generaciones de jóvenes que, en muchos casos, tomaron conocimiento primigenio de lo ocurrido durante la dictadura militar a través de estos pilares ideológicos de la complicidad con el genocidio.

Sin embargo, sucede que la historia nunca está quieta y siempre se nutre de las confrontaciones y la lucha de intereses en pugna. Con motivo de los 30 años de cumplido el terrorismo de Estado sobre nuestra sociedad, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación reeditó el libro Nunca Más, ampliado y enriquecido en sus anexos.
Como toda reedición política de un texto, lleva un prólogo que sitúa la reedición en su contexto y establece la mirada desde la que, pretende, se lea el material reeditado. En ese sentido, se han producido novedades. O se ha escuchado la voz oracular de las Madres pronunciada hace más veinte años. Leemos: “Es preciso dejar claramente establecido –porque lo requiere la construcción del futuro sobre bases firmes- que es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas, como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado que son irrenunciables.”

Las Madres ven enmendado así el indigno desconocimiento de su palabra por parte de los gobiernos postdictatoriales, particularmente desde la política de impunidad de Alfonsín, que ha llevado años revertir en el plano de los discursos y aún llevará más tiempo lograrlo cabalmente en el plano de la justicia.

Las Madres siembran para el futuro. Siempre. Y como parte del pueblo que lucha y se alegra de sus triunfos, sienten satisfacción por este gesto que coloca a los 30.000 desaparecidos en un sitio que ya no es el de demonio causante de la furia de otros demonios: “No hay dos demonios. Nuestros hijos no eran demonios. Eran revolucionarios, guerrilleros, maravillosos y únicos que defendieron a la Patria y dieron su sangre por ella”, manifestó Hebe de Bonafini el jueves 18 de mayo, en Plaza de Mayo, al término de la marcha habitual.

Pero existe otro logro de escucha de la palabra de las Madres en el texto de la Secretaría de Derechos Humanos: si las y los desaparecidos ya no son demonios, tampoco se los ubica como meras víctimas, sometidas a una metodología de represión aberrante de la cual nadie se pregunta cuáles han sido sus objetivos políticos. Esta re-presentación del Nunca Más a la sociedad de 2006 denuncia la metodología atroz como instrumento de un plan político atroz: “La dictadura se propuso imponer un sistema económico de tipo neoliberal y arrasar con las conquistas sociales de muchas décadas, que la resistencia popular impedía fueran conculcadas. La pedagogía del terror convirtió a los militares golpistas en señores de la vida y la muerte de todos los habitantes del país. En la aplicación de estas políticas, con la finalidad de evitar el resurgimiento de los movimientos políticos y sociales, la dictadura hizo desaparecer a 30.000 personas, conforme a la doctrina de la seguridad nacional, al servicio del privilegio y de intereses extranacionales. Disciplinar a la sociedad ahogando en sangre toda disidencia o contestación fue su propósito manifiesto.”

Sin embargo, la nueva presentación del Informe va más lejos, fijando sus propias metas: “El NUNCA MÁS del Estado y de la sociedad argentina debe dirigirse tanto a los crímenes del terrorismo de Estado –la desaparición forzada, la apropiación de niños, los asesinatos y la tortura- como a las injusticias sociales que son una afrenta a la dignidad humana.” Esta visión resulta coherente con la impugnación de la Teoría de los Dos Demonios y la contextualización de la metodología de terror como parte de una estrategia político-económico-cultural genocida. En efecto, la batalla cultural contra los pilares ideológicos de la impunidad, la batalla judicial contra la iniquidad de cientos de represores libres debe continuarse con la batalla político-económica por eliminar las bases de la desigualdad y la exclusión social. Para alcanzar esto hace falta algo más que buenas ideas o mejores intenciones. Hace falta una fuerza social capaz de sostener con su conciencia y su lucha la transformación profunda de nuestra sociedad. Sólo el desarrollo del conjunto del proceso político puesto en marcha por el actual gobierno permitirá saber si se ha cumplido esta declaración de principios expresada en el prólogo a la edición 2006 del Nunca Más.

En tanto, de aquellos tres puntos de discordia mantenidos por las Madres de Plaza de Mayo con respecto al discurso dominante en 1984, resta cumplir aún dos aspectos evidentemente refractarios a los cambios producidos en materia de reversión de la impunidad: la remoción de los más de cuatrocientos jueces de la dictadura que hicieron su parte en el genocidio y en la propia política constitucional de perdón y olvido, y el hecho histórico de que el pueblo pueda conocer, con el peso de una declaración oficial, la lista de represores militares y civiles que hicieron el horror. También esta documentación forma parte del trabajo de recopilación de la CONADEP y ha sido puntual y deliberadamente omitida por Alfonsín, en 1984, con el taimado argumento de la presunción de inocencia de quienes aún no habían sido juzgados ni condenados. Claro que la relojería de la impunidad radical pretendió que esa “presunción” fuera eterna merced a las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida.

Frente a esto, las Madres fueron las primeras en pintar los nombres de los represores en paredes, pancartas, cordones de la Plaza de Mayo, y en denunciarlos con detalle a través de las páginas de su periódico, de cuadernillos especiales (Proyecto Impunidad, Memoria Fértil) y de la red de internet.

Estos aspectos de la voz valiente de las Madres también merecen ser escuchados.