La mayor frustración de la política norteamericana hacía Cuba reside en que, a pesar de contar con todos los recursos de la superpotencia: una ramificada comunidad de inteligencia, poderosas fuerzas armadas y sofisticados tanques pensantes, no ha cosechado un solo resultado plausible.

De nada ha servido el respaldo de las oligarquías latinoamericanas, la servil subordinación de Europa y el asesoramiento de eminencias de la disidencia mundial como Lew Walesa y Vaclac Havel. Todo han sido fracasos en el empeño por estructurar en Cuba una oposición política suficientemente solvente.

La pieza clave de los esfuerzos norteamericanos contra Cuba es la obsesión por asesinar a Fidel Castro, para lo cual han fraguado más de 600 conspiraciones en las que han intervenido una ralea que incluye desde Allen Dulles hasta matones de la calaña de Orlando Bosh y Luis Posada Carriles.

Bajo la protección de sucesivas administraciones se auspició la emigración desde la Isla y se construyó en Miami un enclave sustentado en el negocio del anticastrismo y controlado por una mafia que, además de a la comunidad, rige poderosas organizaciones dotadas con recursos del erario público como la Fundación Nacional Cubano Americana y camarillas beligerantes como los Hermanos al Rescate y las flotillas marítimas que incursionaban en los cielos y aguas cubanas, así como instrumentos tan caros e inútiles como las Radio y TV Martí.

Con la caída de la Unión Soviética que arrastró a la isla a la crisis, las esperanzas imperiales se renovaron. Algunos de los que hicieron las maletas para el regreso, tramitaron licencias para matar, secundados por las administraciones que aprobaron leyes terminales como las Torricelli y Helms-Burton.

Como parte de la borrachera triunfalista, se fraguaron planes liderados por lumbreras como Powell y Rice, primero para apoyar la transición y luego para acelerarla, llegando al ridículo de nombrar las autoridades de ocupación y realizar tramites para demandar al Congreso norteamericano que acepte a Cuba como el estado número 51.

El optimismo se justificaba, no sólo por la presunción de que la isla se quedaría sola y aislada, sino por la posibilidad de emplear contra ella la poderosa maquinaria subversiva que estuvo destinada a organizar la subversión contra la Unión Soviética y los países de Europa Oriental.

Recientemente, John Negroponte, zar de la inteligencia norteamericana, creó un aparato para coordinar la actividad contra Cuba y Venezuela. Tal vez sienta nostalgia por JM&WAVE, la dependencia de la CIA más grande fuera de Lanley, basificada en La Florida y ocupada exclusivamente de la actividad anticubana que contó con más de 1.500 oficiales, decenas de empresas, bancos y casas de seguridad, además de embarcaciones y aviones y todo lo necesario para organizar la subversión en una escala nunca antes vista.

No encuentro qué más podría hacer Estados Unidos contra Cuba. Los secretos de Bush no pueden ser peores que sus actitudes públicas. Con lo que el imperialismo ha hecho contra Cuba y con lo que ha anunciado que hará, caso de que se le presente una peregrina oportunidad, es suficiente para concitar el repudio, no sólo del pueblo cubano, sino de las personas decentes que creen que la soberanía de las naciones y la voluntad de los pueblos deben ser respetadas.

Por Cuba no hay problemas. La actitud del pueblo y de sus combatientes, no obedece a los secretos que ignoran, sino a las verdades que conocen. No hace falta retórica. Las órdenes están dadas, los combatientes están en sus puestos y los jefes al mando. La momentánea ausencia de Fidel no debilita la invulnerabilidad militar del país sino que es otra razón para reforzarla.

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