Los sumos titiriteros de la política han colocado en el escenario electoral a tres personas distintas y una sola opción no más. Sebastián Piñera Echenique, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Marco Enríquez-Ominami son diferentes en cuanto personas, en la edad, el físico, el carácter, etc. Pero hasta ahí no más llegan las diferencias. Por eso, tanto la propaganda como la contrapropaganda se empeñan en explotar esos aspectos, a falta de otros de mayor significación. Los tres candidatos ungidos por el poder en las sombras como eventuales ganadores, representan más de lo mismo: profundización del modelo -capitalista a ultranza- implantado por la dictadura y perfeccionado por la Concertación, primacía del lucro por sobre los intereses de la comunidad, lo personal por sobre lo social, lo mío por encima de los derechos de los demás.

Hay un cuarto candidato, Jorge Arrate Mac Niven, del Juntos Podemos Más (Partido Comunista e Izquierda Cristiana). El único que plantea un programa diferente en temas sustantivos, como la renacionalización del cobre o la convocatoria a una Asamblea Constituyente para una nueva Constitución Política. Desgraciadamente, Arrate no tiene posibilidad de ir más allá del 3 a 5% que han logrado los candidatos anteriores que levantó el PC.
El escenario en que se resuelven las elecciones ha sido acondicionado previamente. Los titiriteros se han encargado -con inteligencia, tiempo y medios- de fabricar una opinión pública adocenada que apoya, elección tras elección, el sistema que instauraron militares y empresarios en 17 años de dictadura, corregido y aumentado por la Concertación. El “sentido común”, fruto del método oligárquico que conduce el país desde hace un cuarto de siglo, pondrá en el sillón de O’Higgins -nuestro maltratado Padre de la Patria- a un continuador del mismo modelo.

Pero esta vez la mayor posibilidad de ganar ya no la tiene la Concertación. Esta vez pertenece al candidato de la derecha: el especulador financiero Sebastián Piñera. Buena parte de la tarea de despejar el camino se la ha hecho la propia Concertación. El bloque de partidos en el gobierno se encargó de borrar las fronteras que la diferenciaban de la derecha. Asimismo, mientras la Concertación se convertía al liberalismo, lo que llevó a la Democracia Cristiana y al Partido Socialista a abjurar de sus principios socialcristianos y socialistas, la Alianza por Chile -cínico seudónimo de la derecha-, rompió con el pinochetismo convirtiéndose en “democrática”. Incluso fue más allá en su audacia política: consiguió fusionarse en el imaginario popular con la Concertación. Hoy ambos conglomerados se parecen como una gota de agua a otra. Al punto que Piñera no sólo critica la avaricia insaciable de los bancos -asunto que él conoce bien-, sino también, al igual que Frei y Enríquez-Ominami, se declara continuador de los programas sociales de la presidenta Bachelet.

Sin embargo, en esta operación de travestismo político de la Concertación y la derecha, fue necesario consumar un crimen político: el asesinato de las ideologías. Ambos sectores declararon la muerte de las ideologías y la defunción quedó certificada como dogma de fe. Así se derribó el último muro que separaba a los dos bloques y surgieron contrabandos como el “transversalismo”, el “progresismo”, el gobierno “con los mejores” y otras ñoñerías que abusan del rebaño de ovejas en que se convirtió a los ciudadanos. La inexistencia de una alternativa antisistemática que ponga en apuros a la ideología capitalista, hace que la victoria electoral de la derecha sea muy probable. La continuidad lógica de lo que viene sucediendo será la constitución de una nueva coalición de centro derecha, con Renovación Nacional, la UDI (a regañadientes), la DC -o parte de ella-, sectores del PPD y hasta del PS, que de socialista sólo le queda el apellido. El triunfo de Piñera no sería un hecho sorprendente. La derecha mantiene desde 1990 una cota superior al 40% electoral y en las dos últimas elecciones presidenciales ha estado a punto de ganar. Ricardo Lagos escapó jabonado de perder ante Joaquín Lavín gracias a los votos de Izquierda que desoyeron el llamado del PC a votar nulo en segunda vuelta. Michelle Bachelet también casi pierde: obtuvo 45,96% de los votos contra 48,64% de la derecha con dos candidatos: Piñera (25,41%) y Lavín (23,23%). El candidato comunista-humanista Tomás Hirsch obtuvo 5,40%. Esa vez el PC llamó a votar por Bachelet en segunda vuelta, lo cual su electorado habría hecho de todos modos.

Así fue como Bachelet alcanzó el 53,50% que la convirtió en la primera mujer presidenta de la República de Chile. Sin embargo, Piñera alcanzó un nada despreciable 46,50%. Ese porcentaje es el más alto alcanzado por la derecha en el último medio siglo. El empresario Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964) ganó la presidencia con 31,2% y fue elegido en el Congreso Pleno con apoyo del Partido Radical; y el 4 de septiembre de 1970 alcanzó 34,9% contra 36,3% de Salvador Allende (elegido en el Congreso Pleno) y 27,9% de Radomiro Tomic, de la DC.

Esta vez a favor de Piñera juegan algunos factores suplementarios: la erosión ideológica y el empobrecimiento de la política aliada a los negocios y a la farándula; el desgaste de la Concertación, sobre todo por la corrupción, después de 20 años en La Moneda; y el desmoronamiento orgánico del bloque de gobierno. La Democracia Cristiana y los partidos Socialista y PPD han sufrido importantes deserciones de parlamentarios, dirigentes y militantes. Desde luego los candidatos Enríquez-Ominami y Arrate provienen del PS. También era socialista el senador Alejandro Navarro que desistió de postular a la Presidencia. Lo mismo el senador Carlos Ominami. La DC experimentó la fuga del senador Adolfo Zaldívar y un grupo de diputados -que formaron el Partido Regionalista de los Independientes (PRI)-. Del PPD emigraron el senador Fernando Flores y compañía para crear Chile Primero, que apoya a Piñera, y el senador Roberto Muñoz Barra. No es insignificante que un partido de extrema derecha como la UDI, sentina del pinochetismo, ocupe hoy las presidencias del Senado y la Cámara de Diputados. Pronostica un bajón importante -que se da como seguro- de la Concertación en la Cámara de Diputados. Esto la ha llevado a aferrarse con dientes y muelas a un pacto con el Partido Comunista. Bajo pretexto de terminar con la “exclusión” del PC, este acuerdo intenta doblar en algunos distritos y a cambio contar con los votos del Juntos Podemos para Frei, en segunda vuelta. La tragedia se desencadenará si la votación concertacionista baja a un nivel que haga imposible cumplir los compromisos con el PC.

Otro factor que preanuncia la derrota de la Concertación en diciembre es la candidatura transversal de Marco Enríquez-Ominami, ex diputado socialista que convoca apoyos de centro y derecha. Lo que en sus inicios muchos vimos como un intento de construir desde la base un movimiento político-social en lucha por cambios profundos, ha devenido en plataforma electoral personalista que admite de todo, desde ex miristas y socialistas hasta paracaidistas del neoliberalismo. La derecha descubrió en las pretensiones de Enríquez-Ominami -y en su nueva postura liberal-progresista-, un modo de dañar más a la Concertación. A esto se debe el caudaloso apoyo que le presta la prensa mercurial. Así las cosas, en el tinglado electoral -que admite sólo a candidatos del sistema- se ha desencadenado una competencia demagógica como hacía tiempo no se veía en estas tierras. Piñera, desde luego, bate récords. Ofrece desde un millón de empleos hasta doblar el salario mínimo, construir viviendas dignas y -¡oh, milagros de la demagogia!- crear un servicio fiscal que frene los abusos de los bancos. Frei y Enríquez-Ominami tampoco lo hacen mal en materia de demagogia. Prometen y prometen sin límites. Los tres parecen haber entendido que cuando mueren las ideologías -como ellos dicen- la política es reemplazada por el mercado y sus leyes. Oferta y demanda, libre concurrencia de promesas, puja como en la Bolsa para comprar el sillón de O’Higgins.

No hay debate de ideas -por más esfuerzos que hace Arrate-. Sólo ofertas y contraofertas. Singular contienda en que se ofrece lo que no se tiene ni se puede. Cohecho masivo y publicitado a través de cadenas de televisión y radio. Piñera ha llegado al extremo de comprometer un bono de 40 mil pesos (70 dólares) a pagar en cuanto asuma la Presidencia. Es probable que los otros dos candidatos suban la postura. ¿Por qué no, si hasta el gobierno está echando la casa por la ventana para fortalecer las posibilidades de Frei?

El despliegue faraónico de la demagogia no alcanza a esconder la pobreza de una elección entrampada entre quienes representan los mismos intereses fundamentales. Se soslayan temas como la recuperación del cobre, la crítica al desmesurado gasto militar -que en 2008 dobló al de Argentina y Venezuela-, la salud y educación de calidad para ricos, la convocatoria a una Asamblea Constituyente para una Constitución democrática y participativa. No está en debate la crisis del capitalismo -mientras desde Ginebra la OIT advierte sin que se la escuche que 61 millones de cesantes aumentarán este año a 241 millones el desempleo, la cifra más alta de la historia; y que en 2010 habrá otros 59 millones sin trabajo y que el número de pobres aumentará en 90 millones-. Los candidatos no discuten asuntos que significarían cuestionar el sistema. Ni hablar del agotamiento de los recursos vitales del planeta debido al irracional modo de producción capitalista que Chile se ufana en defender.

Sin embargo, la propia inconsistencia de la demagogia para alcanzar mezquinas metas de poder, indica la urgencia de levantar también en Chile, como sucede en otros países de América Latina, una alternativa anticapitalista de cara al futuro. La utopía necesaria.

Fuente : Punto Final