23-11-2013

Acabo de escuchar, y de rebote he leído por doquier, que el jefe del Instituto Nacional Penitenciario (INPE), José Luis Pérez Guadalupe, pide el costoso compromiso, y ciego, de los gobiernos regionales, locales y de los diversos ministerios para apoyar, desde sus sectores, la resocialización de los internos, por cuanto, afirma, que tal encomiable objetivo “es una tarea que le compete a todos". ¿Cómo podré, Yo, que disiento de tal embrollado y cientificista desiderátum?

¿Así que la pena y la cárcel, con su política penológica más lograda, resocializan y no desocializan, a los 67,462 reclusos que el Perú encierra, pensando dizque en su mejoría, tal como lo encarga la Constitución Política, en su Artículo 139, inciso 22?

Establece esta norma constitucional que “el régimen penitenciario tiene por objeto la reeducación, rehabilitación y reincorporación del penado a la sociedad”. El mismo concepto ilusorio repite el Artículo II del Título Preliminar del Código de Ejecución Penal (o Penitenciario), aprobado por Decreto Legislativo N° 654 del 2-8-1991 cuando prescribe que la “ejecución penal tiene por objeto la reeducación, rehabilitación y reincorporación del penado a la sociedad”. ¡Las tres mágicas R! que sirven de sustento ciego al religioso Pérez Guadalupe, sin espíritu crítico alguno. Gravísimo que él crea en añadidura que las regiones, municipios, ministerios y todos nosotros debemos ayudarlo en la realización de sus subjetivizadas ilusiones.

Advierto, pues, que esta vieja monserga teórico constitucional, y también penitenciaria, que Pérez Guadalupe ha repetido hoy hasta la saciedad, sin que cultos testigos presenciales opongan nada en contrario, sigue en pie, irrealmente, de modo anticientífico. Ilusorio, no obstante, busca un mayor presupuesto millonario sin norte alguno capaz de ser mensurado porque no es mensurable.

¿Las cárceles, peruanas, norteamericanas o alemanas, son clínicas de conducta, porque allí se monta un taller de trabajo, una escuelita vespertina o una parroquia con su curita ensotanado, pretendiendo que los Fujimori y los “gringasho” de adentro, o los Toledo o los García cuando les toque, sean mejores que antes del ingreso?

¿Reinserción social, rehabilitación o resocialización para quienes la vida en libertad, con todo su influjo favorable, no pudo con ellos, para ser honrados o ejemplos de virtud y no torcidos como fueron al incursionar en la política que les deparó el poder del que se aprovecharon a manos llenas?

¿Corregir al ser humano, dentro de la cárcel, aislándolo del resto: de su familia, amistades, trabajo y hasta arrebatándole un aparato telefónico? Es decir, ¡privemos al hombre de su libertad y aislado, encarcelado, estigmatizado, enseñémosle a vivir en libertad!

¡Un reverendo, marcadamente torpe y anquilosado contrasentido! ¿Verdad?

En nuestro concepto las penas no resocializan sino desocializan, hasta el lenguaje del interno se empobrece y los sueños se apresan sin querer. Quien entra en la cárcel, por lo que fuese, agrega a sus problemas uno nuevo: ¡estar privado de su libertad de acción!, por solo lo cual no podría salir mejor, adiestrado, para vivir con otros cuando recobre su añorada libertad.

Ni la DIROES, donde mora Fujimori, tratando de hablar compulsivamente por teléfono, de exportar sus mensajes manuscritos, sus pinturas para Caretas, donde hacía ilícitamente campaña electoral por su hija Keiko, reincorpora al penado a la sociedad. Lo sigue albergando tortuoso y tremebundo, tal como era ejerciendo el poder presidencial al alimón con Vladimiro Montesinos, el otro nefasto. Lo mismo sucedería con Alan García o Alejandro Toledo, presos, como lo ha sido con Oscar López Meneses que ya gozó de carcelería. Estos conspicuos personajes, ¡sin el poder se enferman o agravan; con él se tiranizan!

Tampoco las universidades, públicas o privadas, europeas, anglosajonas o latinoamericanas, son capaces de enderezar al ser humano torcido, que frisa en los 20, 30 ó 60 años, pues no son clínicas de conducta, ni hechas para eso. El individuo sigue en esencia como en las cavernas: egoísta, corrupto, cínico, codicioso, lujurioso y hasta coprolálico y coprolágnico. Los políticos de toda laya lo saben en demasía, cuando se arrastran por el poder, propician terrorismo financiero o venden regalado el gas de Camisea para medrar, que después convierten en inmuebles. ¿Cierto, señor Alejandro Toledo y Pedro Pablo Kuczynski?

Contra lo que cree sesgadamente el religioso Director del INPE peruano, que busca ambiciosamente “resocializar” a casi 70 mil reclusos, me quedo contento con únicamente ¡humanizar las cárceles!, lo cual sería un cometido práctico, más barato y sin falsa ciencia.

Comencemos por mejorar la alimentación de esta siempre ascendente población penitenciaria: una naranja y una manzana más en la ración cuotidiana; un vaso de leche, si es posible; agua potable, con una ducha a la mano, en pos de higiene, que les mejorará el ánimo y el olor. Menos biblia y mucho menos Ciprianis. Todo recluso nos lo agradecerá, pues su alma reside en la aletargada tripa, sin contar aún que una vez excarcelado encontrará la misma sociedad corrupta, injusta, racista y discriminadora que lo criminalizó.

En Criminología, Derecho Penal y de Ejecución Penal, siempre nos hemos preguntado: ¿Quiénes resocializarían a los jóvenes resocializadores de Pérez Guadalupe? ¿Quiénes se encargarían de esta tarea, si los reos fueran Fujimori, García, Toledo, Montesinos, López Meneses o los generales de la Policía Nacional del Perú que han sido defenestrados?

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