Traducción íntegra de la transcripción de este video

Hace ya 4 años que los Estados occidentales iniciaron una gran campaña de rediseño del «Medio Oriente ampliado», destinada a poner en el poder a la Hermandad Musulmana en todos los países del mundo árabe. Primeramente, Estados Unidos se las arregló por sí solo para expulsar del poder a Ben Ali, en Túnez, y a Hosni Mubarak, en Egipto, mientras se hacía creer a los pueblos que eran ellos quienes acababan de derrocar a ambos dictadores. Vinieron después las guerras de agresión contra Libia y Siria, disfrazadas ambas de acciones de respaldo a «revoluciones democráticas», cuando en realidad esas guerras se apoyaban en las fuerzas de al-Qaeda.

Pero, al cabo de 2 años, resulta que ese dispositivo no da para más y ya es evidente que no será posible imponer en Siria un cambio de régimen mediante el uso de la fuerza. Pero continúa la guerra, extremadamente sangrienta. ¿Por qué? Simplemente, porque a los occidentales les resulta difícil aceptar su fracaso.

Desde marzo de 2013, Estados Unidos emprendió negociaciones secretas con Irán, negociaciones separadas de las que desarrollan las 5 potencias del Consejo de Seguridad, más Alemania, sobre el programa nuclear iraní.

Lo que planea Washington es renunciar a su estrategia del «caos contructor» y estabilizar el «Medio Oriente ampliado» para poder retirar sus tropas de esa región y proyectarlas hacia sus próximos blancos: Rusia y China. Es con esa perspectiva que Estados Unidos pensó inicialmente compartir el control de la región con Rusia –ese era el objetivo de la primera conferencia de Ginebra, en junio de 2012. Pero la voluntad de Rusia de reafirmarse como igual de Washington y no como su vasallo hizo fracasar ese plan. En un segundo tiempo, Estados Unidos concluyó que sería mejor regresar al modo de organización que existió en la región en los años 1970: confiar a Irán el papel de gendarme.

Explotando la división de la sociedad iraní, Washington logró entrar en negociaciones con Teherán, desde marzo de 2013. Esas negociaciones se iniciaron secretamente en Omán, a espaldas del presidente Ahmadinejad y de los Guardianes de la Revolución. Después de 27 meses de negociaciones, deberían desembocar en un acuerdo bilateral, en las próximas semanas, permitiendo de paso la firma del acuerdo multilateral sobre el tema nuclear.

Nadie sabe lo que han acordado Washington y Teherán. El secretismo que rodea esas negociaciones y su duración hacen pensar que se trata de un acuerdo estratégico que implica el levantamiento de las sanciones internacionales y la reintegración de Irán al comercio internacional a cambio del abandono de la revolución de Khomeini. Diplomáticos estadounidenses han afirmado que este acuerdo sentará las reglas del juego regional para la próxima década.

Israel ha tratado de saber más y desplegó sus servicios de espionaje para sacarle información a su amo. Inútilmente. Así que, “volando a ciegas”, Tel Aviv está tratando de adaptarse desde ahora al nuevo entorno.

Israel ya ha integrado
 En primer lugar, que el acuerdo entre Estados Unidos e Irán implica el fin de la guerra en Siria y la estabilización del «Eje de la Resistencia», o sea no sólo de Irán sino también del sur de Irak, así como de Siria, Líbano y Palestina.
 Segundo, que ese acuerdo marca tanto el fin del sueño de la Hermandad Musulmana y el retroceso del yihadismo en la región, o sea una derrota para Turquía que actualmente dirige al mismo tiempo la guerra contra Siria, la Hermandad Musulmana y el terrorismo internacional.

Mientras tanto, desde diciembre de 2013, o sea desde hace 17 meses, Israel está enfrascado en negociaciones secretas con la única potencia regional que queda: Arabia Saudita. Esas negociaciones se han realizado en la India, Italia y la República Checa.

Y no se desarrollan a espaldas de Estados Unidos sino con su consentimiento. En efecto, es Estados Unidos quien estableció el principio de que, cuando sus tropas salgan del Medio Oriente, la seguridad de Israel tendría que ser garantizada por el Consejo de Cooperación del Golfo, posiblemente con ayuda de las otras monarquías árabes: Jordania y Marruecos.

Ese principio, dado a conocer por el presidente Obama en su Estrategia de Seguridad Nacional, se está aplicando por vez primera en Yemen. Actualmente, son israelíes quienes pilotean muchos de los bombarderos de Arabia Saudita. Además, el cuartel general de la operación contra Yemen no está en Riad, ni siquiera está en suelo saudita sino en Somalilandia, Estado no reconocido, que se halla del otro lado del Mar Rojo, apadrinado por Israel.

Israel y Arabia Saudita se han puesto de acuerdo sobre varios objetivos.

En el plano político:
 «Democratizar» los países del Golfo, o sea acercar los pueblos a la administración de esos países pero reafirmando como intangibles la monarquía y el modo de vida wahabita;
 modificar el sistema político en Irán (y ya no se trataría de hacerle la guerra);
 crear un Kurdistán independiente para debilitar a Irán, Turquía (a pesar que este país fue por mucho tiempo aliado de Israel) e Irak, pero no a Siria, ya debilitada para rato.

En el plano económico:
 Explotar el campo petrolero de Rub’al-Khali y organizar una federación entre Arabia Saudita, Yemen y quizás Omán y los Emiratos Árabes Unidos;
 explotar los campos petroleros de Ogadén, bajo control etíope; garantizar el control del puerto de Adén, en Yemen; y poner en manos del Saudi Bin Laden Group la construcción de un puente entre Yibuti y Yemen.

Si se firma el acuerdo entre Washington y Teherán, veremos la guerra contra Siria ir apagándose poco a poco. Los yihadistas ya no recibirán armas, dinero ni refuerzos y serán enviados a otra parte. Irán ayudará a la liberación de Palmira y construirá un gasoducto para conectar los yacimientos de Fars con el Mediterráneo. Arabia Saudita e Israel se volverán entonces hacia el sur, hacia el estrecho de Bab el-Mandeb, tratando de tomar el control de Yemen y Etiopía.

Obsérvese que Israel y Arabia Saudita ya controlan Sudán del Sur y Somalilandia.

Los dos grandes perdedores serán entonces el pueblo palestino y Turquía.
 Los palestinos porque tendrán que renunciar al derecho al regreso por el que varias generaciones de patriotas sufrieron, lucharon y murieron. Se les propondrá, para que se consuelen, un seudo Estado sin fronteras establecidas y al que se le prohibirá todo tipo de política exterior o de defensa.
 Turquía porque la obstinación de Erdogan habrá destruido el crecimiento económico y fracturado la sociedad turca. Además, Erdogan ha cometido el error de asumir simultáneamente las funciones de jefe de Estado y de coordinador mundial del terrorismo.

Pero todo indica que ese «Medio Oriente ampliado» no será más sostenible que el anterior. Por ejemplo, dominar Yemen es imposible y lo mismo sucede con Afganistán. Nadie lo ha logrado, nunca. En todo caso, para Siria todo esto es una buena noticia. La paz es la recompensa por una resistencia que nunca cejó, ni siquiera cuando el mundo entero creía que el país ya estaba liquidado.