Pacific LNG ya había decidido el puerto, los precios y hasta la estrategia para dividir al país antes de proponer el gran negocio del gas al gobierno de Jorge Quiroga. Sin embargo, éste actuó durante meses como si de verdad no hubiera estado enterado de nada. Pero fue desenmascarado desde Chile, donde le culparon por no haber revelado a su país que la única opción para exportar el gas boliviano a Estados Unidos era un puerto chileno, debido a que las transnacionales así se habían dividido el territorio del negocio en el continente; y que por este fracaso tuvo que disculparse ante su homólogo Ricardo Lagos. Prueba más clara de la sumisión de la oligarquía señorial (de culitos blancos, como les gusta llamarse a sí mismos) al capital extranjero no podía haber.

Nunca como ahora habían hecho tanta falta Sergio Almaraz, Carlos Montenegro, Marcelo Quiroga Santa Cruz y René Zavaleta Mercado. Pero tampoco nunca como ahora habían tenido tantos seguidores. Mirko Orgaz García recoge la obra de estos brillantes pensadores y defensores del patrimonio nacional para demostrar que la suerte del país sigue en poder de un grupo apátrida que convirtió al Estado boliviano en un Estado subsidiario de una red transnacional de Estados.

En el capítulo I de su libro, Orgaz revisa la evolución de los conceptos de pueblo, comunidad y Estado desde diversas corrientes filosóficas, pero con más contundencia teórica desde el Anarquismo. En este marco, afirma que en Bolivia no existe Estado Moderno, sino una racionalidad de dominio estatal o poder con características estatales, debido a que no hubo en el país una clase social con capacidad para retener los excedentes económicos generados por la plata, la goma, el estaño y el petróleo (y está a punto de suceder lo mismo con el gas) y erigir una estructura de esa naturaleza, pese a la Revolución del 52 que había creado una disponibilidad ideológica de las masas para alcanzar ese objetivo. En ese sentido, remarca la vigencia de la comunidad, como forma de organización y unión social frente a la ausencia del Estado, y deposita en ella el motor de la regeneración social y política, de la unidad del pueblo en la nación para organizar a toda la masa de los desheredados del campo y las ciudades y lograr la nacionalización de los recursos estratégicos.

En el capítulo II desentraña los intereses petroleros estadounidenses encarnados por la Standar Oil y la Gulf Oil, que sometieron con sistemática facilidad a los gobiernos de turno, a excepción de Toro y Busch y de Ovando y Torres, a tal extremo de ocultar los descubrimientos de las inmensas reservas de gas, lo que desmitifica que esta racha no se produjo gracias a la Capitalización, sino que fue una estrategia medida de la política energética de Estados Unidos, en la década del 50. Fue precisamente, en ese tiempo cuando el gas comenzó a desplazar al estaño, primero geopolíticamente y gradualmente en la generación de divisas. Este proceso entreguista culmina con la Capitalización, ejecutada por el neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada, entre 1993 y 1997, quien deja a los bolivianos sin gas y convierte al Estado en una repartición administrativa de los intereses petroleros internacionales, sin ninguna capacidad de gestión y control, sino la de secundar acuerdos entre empresas. Orgaz prueba que la Capitalización fue un mal negocio realizado a través procedimientos dolosos y que causó la tupackamarización de YPFB y del Estado, ahora reducido al papel de un recaudador de impuestos. El autor pone al descubierto que el gonismo abrogó la dimensión nacional en su materialidad entregando los recursos naturales a las transnacionales y generó un Estado débil y sin autonomía financiera, como los países coloniales de hace siglo y medio.

Tras establecer que nace una nueva estructura de poder alrededor del gas, cuyo epicentro ocupan las transnacionales estadounidenses y brasileñas (Petrobras) rodeados por los grupos oligárquicos intermediarios del negocio, en la última parte de su obra, Orgaz asegura que el dictador elegido, Banzer, expresa el paréntesis restaurador de la legitimidad oligárquica y la prosecución de la Capitalización a través del reforzamiento de la estatalidad en su factum represivo. Pero esta gestión, por su torpeza y brutalidad en el uso de la fuerza represiva, a la vez incubó en las jornadas de abril y septiembre del 2000 la reconfiguración de la multitud -forma modificada de la clase y compuesta por campesinos y obreros- que vertebra la continuidad del largo proceso de lucha de lo nacional popular en Bolivia.

A lo largo de estas páginas, el lector constatará que la oligarquía, acostumbrada en la historia a intermediar el saqueo de los recursos naturales de la nación, fue y es una maldición para Bolivia y que la única solución es expulsarla del poder. Este libro es un juicio histórico a ese grupo social que redujo al país a una colonia, pero a la vez es una convocatoria a que te unas al movimiento de liberación nacional y popular, que comenzó en abril del 2000, para la apropiación de los excedentes económicos generados por el único recurso que le queda al país para sobrevivir como Nación, en la perspectiva de organizar una nueva sociedad comunitaria y anticapitalista, derivada de nuestra especificidad histórica, superando el esquema del capitalismo o el estado y sus proyectos modernizadores.

En el siglo pasado, fueron la Standar Oil y la Gulf Oil, hoy es Pacific LNG, que aglutina a las transnacionales Repsol-YPF, British Gas, British Petroleum Group y Total Fina-Elf. La historia en Bolivia se repite, así como el grupo apátrida que la gobierna. A tal extremo llega la coincidencia y la desgracia histórica, que el personaje que capitalizó a las transnacionales con el patrimonio del país vuelve al gobierno con la intención de terminar la subasta. Sánchez de Lozada dejó en estado de coma a Bolivia, entre el 93 y el 97, ahora se apresta a retirarle la máscara de oxígeno que aún le mantiene con vida: el gas. No dejes que te la quite.

*Este texto del periodista Andrés Gómez Vela figura como parte de la presentación del libro La guerra del gas

ensayo
La guerra del gas

Mirko Orgaz

La Paz, 2002