Un afortunado pensionista a los 50 años de edad ha denunciado como “sanguijuelas” a sus colegas de planilla. Sí señor. Ha acusado de parásitos a los cófrades junto a los cuales, puntualmente, cobra la mesada que extrae del cuerpo del pueblo peruano.

Con singular cinismo, este quincuagenario, activo pero paradójicamente “retirado”, ha hablado mal de sus consocios, los miembros del Club de los 10 Mil Dólares de la Plaza Bolívar. Frente a este hecho, me parece que es necesario dejar en claro que es una afrenta a la política y a los sectores populares que una persona joven, en total capacidad física y mental para trabajar, reciba cada 30 días, para su consumo personal, miles de dólares que deberían ir a financiar el Vaso de Leche o la atención médica para los pobres.

Dirán algunos que este lozano miembro de las listas pasivas del Estado “tiene derecho” a recibir su pensión. Sin embargo, el Perú es un país en que hay millones de personas con derechos similares que no reciben el mismo tratamiento con el que se premia a nuestro inmaduro retirado. ¿Por qué será que se le reconoce el derecho a este dinámico jubilado y no a tantos otros peruanos que se mueren en las calles reclamando pensiones no de miles de dólares sino de algunas decenas de soles?

Mientras Alan García Pérez siga recibiendo una pensión del Estado, estando en capacidad y aptitud de trabajar, se mantendrá en la misma categoría de “sanguijuela”, con la que ha motejado a sus colegas de banquete en el congreso de la república. Y es que el pensionista a los 50 años y los congresistas de 10 mil dólares mensuales, todos ellos, son sanguijuelas. El uno y los otros forman parte de la misma casta parasitaria en la que se ha convertido la actual clase política peruana. A todos ellos, al joven retirado a los 50 años y a las “sanguijuelas” que cobran junto a el, debería aplicárseles el aforismo bíblico: “El que no trabaja, que no coma”.