Es incuestionable el uso de la fuerza para el acceso al poder por parte de Hitler, Musolini y Franco, de quien por cierto es legítimo heredero el gobierno actual español. Pero no es esta variable (la violencia), de hecho en muchos casos una alternativa válida, la que define el fascismo. Es su colocación como un valor ético mediante lo que se ha llamado «el culto a la violencia».

Y nadie puede negar que tanto los líderes de la CD, como los medios de comunicación masiva privados, han hecho de esta devoción un valor que pretende convertir la barbarie en una conducta cívica. De hecho, en estas circunstancias la violencia es el mensaje, no sólo de estos partidos y grupos de interés, sino de la cúpula católica que estuvo, y esta asociada en el caso de España, con este comportamiento que avergüenza la tradición humanista de la civilización occidental.

En este caso, los sectores genuinamente democráticos - aquellos a quienes se nos ha llamado «ninies» - se encuentran aislados. Secuestrados por quienes se han adueñado de los espacios públicos. Y, paradójicamente, por ser los depositarios de la fuerza del Estado, los soldados de la República, resisten la tentación de utilizar sus capacidades para responderle a la violencia de-satada con la fuerza. Han entendido que el mejor triunfo bélico es aquel que se obtiene sin pelear, limitando su acción a mantener el control de los puntos clave del país, cuyo dominio garantiza la continuidad de la vida de la nación. Dejan que estos bárbaros se desgasten en sus «guarimbas», a la par de contener por la disuasión las respuestas agresivas de quienes apoyan al poder nacional que cuenta, por lo menos, con la legitimidad de origen. En verdad, en pocas oportunidades me he sentido tan orgulloso de ser un soldado venezolano.

Otra notable fue, cuando de una manera irreprochable, estratégica y técnicamente, se realizó en 1987 la movilización que disuadió la acción militar colombiana, al servicio de los intereses imperiales, sobre el Golfo de Venezuela. En ambos casos nuestros soldados estaban do el sufragio; y, abriendo espacios para reorganizar el sistema político, a través de la acción eficaz del Poder Electoral.

Se podría afirmar que ante este cuadro el mantenimiento de la actitud institucional de la Fuerza Armada, el rechazo a la cultura de la violencia del movimiento fascista y, la eficacia del Consejo Nacional Electoral, conjuntamente con la actitud cívica de la mayoría de los venezolanos, que incluye el respeto al gobierno legalmente establecido, serán las variables que mantendrán la vigencia del Estado. Y con ello, la garantía de la paz que es condición indispensable para el desarrollo humano de los venezolanos.

Mientras grupos conservadores impugnan el comunicado conjunto de los presidentes de Venezuela y Guyana, ignoran el acuerdo colombo-español que incrementa la capacidad ofensiva militar de nuestro incómodo vecino.

Guyana, Colombia, Haití

Asociaciones civiles y de militares retirados se han movilizado para rechazar el comunicado conjunto suscrito por los presidentes de Venezuela y Guyana durante la visita del primero a aquel país. Sin embargo, han ignorado la adquisición de tanques por parte del Ejército colombiano. En esa declaración conjunta no hay ningún elemento que afecte la reclamación venezolana en relación con sus derechos en la región.

Y, por lo demás, de la vecina Guyana no se vislumbra ninguna amenaza militar que ponga en riesgo la seguridad estratégica de Venezuela. En todo caso, el pronunciamiento revela una comprensión del gobierno de Caracas sobre la difícil situación que confronta la población guyanesa y, profundiza la empatía de las naciones angloparlantes del Caribe hacia nuestro país. Un hecho de singular importancia geopolítica, dado el significado de nuestra frontera marítima en el marco de nuestras posibilidades de supervivencia como pueblo independiente. No es lo mismo la situación planteada en nuestras fronteras terrestres y marítimas occidentales.

En esas áreas estratégicas hemos sufrido presiones políticas y militares permanentes desde principios del siglo XX. Y en las circunstancias presentes, desde finales de la década del 90, con la aplicación del llamado «Plan Colombia» -la alianza estratégica entre la oligarquía colombiana y el establecimiento militar-industrial norteamericano- ese regalo español termina de romper el balance estratégico en la zona andina, abriendo las compuertas para un conflicto regional de mediana intensidad en el futuro próximo.
Efectivamente, la venta de 46 tanques AMX 30, con su apoyo de combate y logístico incluidos, por 6 millones de dólares, cuando cada unidad tiene un precio de mercado de 10 millones, es un presente. Y este tiene que inscribirse dentro de ese Plan, cuya finalidad es el control de las importantes reservas petroleras del área andina.

La estrecha colaboración del gobierno lacayo neofranquista de Madrid con los neoconservadores de Washington, coloca esta operación de transferencia de armas, ilegal en principio, dentro del marco del unilateralismo bushoniano.Es una transferencia ilegitima, pues desconoce los derechos franceses sobre el destino final de unas armas cuya patente es de esa nacionalidad. Corresponde al fortalecimiento de la capacidad ofensiva colombiana, ya potenciada con el aumento de su capacidad aeromóvil, dirigida especialmente contra Venezuela.
Así, el gobierno de Venezuela esta obligado a darle una contundente respuesta a esta acción. La organización y despliegue de una brigada de cazadores aeromóvil en la región fronteriza sería una replica adecuada. Y la adquisición del material aeromóvil de Rusia, un país con el cual tenemos coincidencias políticas y económicas, sería una decisión acertada para acrecentar nuestra libertad estratégica. Hay que revalorar la política de los gobiernos de Cipriano Castro y Juan V. Gómez en relación con este incómodo tema.

La OEA y el caso Haití

No sorprende la conducta de la OEA frente a la clara intervención unilateral de la Casa Blanca en los asuntos internos de Haití, un Estado soberano miembro de la comunidad de naciones del hemisferio. En realidad este comportamiento de la institución regional de carácter supranacional, no es sino una recaída de un enfermo terminal, después de haber sido reanimado por un tratamiento sintomático que lo revivió para seguir actuando como foro político de los pueblos de América en la búsqueda de un reordenamiento de sus relaciones.

Realmente este organismo, conjuntamente con el Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR), una de las instituciones asociadas, sufrió un golpe mortal que lo colocó en estado agónico después de su fracaso frente a la crisis anglo-argentina del Atlántico Sur en 1982. Pero la organización regional se vigorizó después de la iniciativa del Presidente Bill Clinton de convocar la I Cumbre de las Américas en 1994, mientras el TIAR ha seguido postrado a pesar de los esfuerzos realizados en la Conferencia Especial de Seguridad celebrada en México en octubre del 2003.

La reanimación de la OEA fue el resultado de un cambio en el orden mundial originado por el fin de la guerra fría y el planteamiento del juego político global dentro del esquema ganar-ganar que privilegiaba la cooperación entre los actores internacionales. Mientras el TIAR continuaba aniquilado por inanición en un ambiente donde había desaparecido el comunismo internacional considerado como «enemigo común» de las comunidades políticas hemisféricas y había sido substituido por los mecanismos de mediación activa de la ONU en el marco del conflicto centroamericano durante la década de los 80 del siglo pasado. Agravándose su situación a partir del 21 de septiembre de 1999 cuando se implementó el Plan Colombia percibido como una amenaza en la mayoría de los países sudamericanos.

Empero, a pesar de estas circunstancias favorables para la OEA, el cambio del juego político mundial un esquema radicalizado del modelo «suma cero», con un dominio total de los procesos conflictivos sobre los de carácter cooperativo, anuló las estructuras de la organización mundial. Incuestionablemente, la acción unilateral de Washington de declarar en septiembre de 2001 «la guerra contra el terrorismo», dentro de un claro patrón de responde al concepto del «terrorismo bélico», colocó como inoficiosa, y casi en estado cataléptico, a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), diseñada para administrar unas relaciones internacionales de carácter mixto (cooperación/conflicto) prevalentes después del fin de la II Guerra Mundial (1945) y muy aptas para gerenciar las de cooperación iniciadas después de la caída del Muro de Berlín.

Sin embargo la OEA sobrevivió el trastazo sufrido por las instituciones de orden supranacionales. Desde ese momento, y dentro de su marco, hasta la deposición forzada del Presidente de Haití, se administraban unas relaciones mixtas hemisféricas, que de alguna manera permitieron a la región substraerse del escenario bélico que se implantó en el Asia Central, el Medio Oriente, y el Lejano Oriente.