Detrás de la parafernalia informativa y del secreto con que discurrieron la instalación de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) en Cartagena, hay hechos que no han sido registrados por los medios y que son altamente preocupantes para el país.
El primero de ellos: en Colombia no se puede disentir sobre un tema tan sensible como la política comercial del país. Los hechos de Cartagena lo demostraron de manera clara. Por si quedaban dudas, las declaraciones de miembros del gabinete gubernamental como el Ministro de Defensa, tildando a los movimientos en contra del TLC como «cavernícolas» ratifican lo afirmado.
No hay nada más antidemocrático que la firma de este Tratado de Libre Comercio. A pesar de mecanismos como el famoso «cuarto de al lado» que terminó convertido en un cuarto oscuro ante la insistencia de los negociadores norteamericanos de plena discreción sobre el avance de las negociaciones, y de la existencia de una supuesta afluencia de todos los sectores de la economía, el futuro económico y social del país está en manos de unos pocos individuos que en cuestión de pocos meses armaron un plan de negociación, mientras los norteamericanos llevan años trabajando el mismo tema.
Como no hay diálogo democrático, ni claridad en los términos de la negociación, entonces no podemos concluir como avanzaron las negociaciones. Si esto sucedió en Cartagena donde estábamos de locales, cómo será en Atlanta, donde seguramente no asistirá la cantidad de delegados de gremios y de sectores sociales nacionales que se vio aquí, muchos de ellos impedidos por que no tienen las visas que los mismos norteamericanos se niegan a negociar en el TLC.
Ya hemos advertido que la negociación es totalmente desigual. Ni siquiera armando un grupo con Ecuador y Perú lograremos ventajas comparativas diferentes a las ya obtenidas, todo ello a cambio de abrir nuestro mercado a las importaciones, especialmente en el sector público, hacer más duras las reglamentaciones de patentes que tendrán implicaciones negativas para la economía nacional especialmente en el campo de la salud, y lo peor no lograr eliminar las distorsiones de precios de la agricultura estadounidense, porque para ellos si existe ese interés político en algo que nuestros grandes economistas desprecian: la seguridad alimentaria.
Para todos es claro que para bien o para mal el TLC cambiará la estructura y la dinámica de la economía nacional de manera permanente, en México eso fue una realidad y sí en el corto plazo hubo efectos benéficos (aumento del PIB, disminución del desempleo, crecimiento de las exportaciones) pasados varios años la situación se revierte: la productividad decae rápidamente, el desempleo aumenta en las ciudades porque los salarios mexicanos son muy costosos comparados con los pagados en la China, así que las maquilas se trasladan en masa para allá. Además, las flexibles condiciones ambientales y sanitarias han llevado a la reaparición de epidemias, la descomposición social aumenta en un país con graves desigualdades en la distribución del ingreso (no tan graves como las nuestras, eso sí).
El México de hoy dista mucho de ser la nación desarrollada que se prometía ser, promesa que nuestros dirigentes hacen hoy, sin ser conscientes que para el desarrollo económico y social de un país se necesita mucho más que afiliarse a los intereses norteamericanos.
Sin duda la prosperidad de hoy o mañana, la pagaremos bien caro en unos años, porque el libre comercio no es malo en si mismo sino por las dimensiones de la negociación con la mayor economía del mundo, por los requerimientos de la negociación. Digamos la verdad, lo de libre comercio es solo una palabra vacía, porque realmente lo que se está negociando es una sobrerregulación del mercado favoreciendo claro está al más fuerte. Por ello es el principio del fin.
Pobres ingenuos quienes aún creen que lo que se discutió en Cartagena estuvo basado en las enseñanzas de los economistas clásicos librecambistas como Adam Smith o David Ricardo. Seguramente no se habló -ni se hablará- de ventajas competitivas o comparativas, de liberación de precios, de alteraciones a los mecanismos de mercado, y mucho menos sobre la influencia de los subsidios en la producción norteamericana. En definitiva no se trata de un debate ideológico, sino de la forma en que la economía colombiana -y de paso las economías andinas- se adaptan a las necesidades económicas de los Estados Unidos, eso es finalmente todo lo que hay que negociar.
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