Pintarrajear la blanquirroja, así sea con la firma de más de 250 mil respetables ciudadanos, me parece un adefesio frívolo. ¿Qué se pidió con ese pseudo-simbólico gesto? ¿La vacancia presidencial, la lucha a muerte contra todos los corruptos o el incendio total del Congreso? ¿o la integración nacional a través de políticas de Estado anti-racistas y una educación en castellano y quechua y otras lenguas vernaculares con sentido peruanista y democrático? ¡No, nada de esto! Se ha “demandado” que la selección nacional de fútbol “gane” la Copa América.

¡Nada más idiota que pedir peras al olmo! Ni la selección deportiva nacional está en capacidad evidente de ganar un título ante equipos inmensamente superiores, ni porque lo pidan miles de ciudadanos, se garantiza la presea futbolística. Es sumamente ocioso suponer que el ser sede del evento, consagra un irreal “derecho” a campeonar.

Sin embargo, aquí hay una falta de respeto que debería llamarnos a una reflexión sumamente concienzuda. La Bandera nacional es la que flameó en el mástil de todas nuestras naves y la que llevaron batallones cuando fueron llamados al sacrificio por el Perú. Lucharon por la patria y dejaron sus restos en el supremo trance de combatir al invasor en Costa, Sierra y Selva. Fue aquella que Alfonso Ugarte se llevó a la muerte y ha sido la enseña gloriosa, y varias veces derrotada -es cierto- , que nos legaron generaciones que dieron todo de sí en el fragor de la lucha.

La Bandera preside todas nuestras actuaciones. No hay duda que el 90% de los peruanos actuales desconoce siquiera la descripción de ésta. Pero no puede obliterarse el hecho que nos congrega ante su majestuosidad tremolante, para recordarnos que hay un Estado, el peruano, y un pasado que honrar y superar. Emplear la Bandera para peticiones idiotas y en actividades comercializadas al máximo, representa un momento cumbre de la imbecilidad.

No hay globalización que anule o haga olvidar a nuestros héroes, a la historia, y a un pasado de civilización conquistadora y adelantada para su tiempo como lo fue el Imperio de los Incas. Que otros renieguen del ancestro quechua y del Ande, es un tema que no resiste el menor análisis. Aquí, quien no tiene de inga, tiene de mandinga, al decir sabroso y criollísimo de Ricardo Palma. Los que siempre se sintieron extranjeros, en país de cholos, los peruanos bamba, pueden irse cuando quieran. Y no lo hacen porque aquí se han enriquecido en nombre de la democracia y de una armazón legal injusta, sectaria y profundamente racista. El que tiene dinero, se blanquea y predomina sobre el resto, inmensamente pobre y sin mayor educación.

En momentos de absoluta falta de civismo e irrespeto a los símbolos patrios, hay que pronunciar un enérgico rechazo por aquella payasada de mancillar la Bandera con propósitos baladíes y cuestionables. Recordemos que la dictadura criminal de Videla también organizó su mundial deportivo en 1978 y el triunfo de aquella selección argentina no consiguió borrar la memoria de decenas de miles de asesinados sobre los que se pretendió echar un manto de olvido desvergonzado.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!