¿Existe algo en común entre el 26-27 de octubre de los colombianos y los recientes 14 de marzo español y 28 de marzo francés? Acaso sean manifestaciones de una misma profunda tendencia. Comenzó el naufragio inexorable del imperio de la mentira, la insensibilidad y la prepotencia.
Igual que el presidente Uribe, el señor José María Aznar se creía un Titanic al que nada podía hundir. Uno y otro habían caído bajo el canto seductor de las encuestas y ambos se arropaban con la misma certidumbre: no hay alternativas.
Al señor Jacques Chirac, igual que en octubre al uribismo en Colombia, los ha perdido la insensibilidad social. La lógica imperante hasta hace poco de que una mayor desigualdad podía ser ventajosa para el crecimiento y que era posible comprar un mayor crecimiento a cambio de una mayor desigualdad NO ENTIENDO, los ha llevado a uno y a otro a desmontar el régimen pensional y por allí mismo, al desastre político.
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Se viene consolidando un nuevo tiempo político. Junto con el proyecto de las fuerzas de ocupación en Irak van a rodar por el suelo los regímenes al servicio de las grandes empresas transnacionales que fraguaron esta guerra para su provecho y que la impusieron con mentira y engaño.
Se abre paso un nuevo tiempo político, que es el renacimiento de la esperanza, de la participación de los jóvenes, hartos de un pensamiento inmóvil que sólo les ofrece un horizonte sin futuro. Con la esperanza retornarán la imaginación y la audacia a la política. Sorprende la capacidad de respuesta de los españoles ante la utilización de la tragedia del 11 de marzo que pretendió hacer la derecha de su país. Una reacción moral que no surgió de ningún periódico ni de ninguna cadena de radio, sino del voz a voz, de los mensajes por internet y del clima adverso a la impostura.
Entramos en un nuevo tiempo político marcado por lo social, por la presencia de los movimientos sociales, por las preocupaciones de la gente de la calle, por el impulso solidario de quienes no se resignan a ver crecer las estadísticas de la miseria como un subproducto necesario de la bienandanza de unos pocos.
El desafío es estar a la altura de los tiempos.
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Entre nosotros, el presidente Uribe no aprendió del 26 y el 27 de octubre pasados. Pasado el shock que lo mantuvo ensimismado en su rabia por tres días y curado de sus malos humores removiendo ministros y generales, tornó sin pudor a las andanzas que no gustan a la gente.
El uribismo persiste en su política liberticida como mecanismo efectivo para ganar la guerra. A nombre de la lucha contra el terrorismo se va a borrar la frontera entre lo público y lo privado -manifestación auténtica del totalitarismo-, como antes abrogó la distinción entre población civil y combatientes. No habrá comunicación que no pueda interferirse, ni movimiento que el Estado no pueda registrar. Entre tanto, la corrupción crece en los cuerpos armados, las disputas entre ellos se hacen más enconadas y sus equivocaciones cobran vidas de civiles inermes.
A la sombra de la guerra, el uribismo aprieta el cuello de los colombianos para saciar la voracidad de la banca internacional, asegurar la bonanza del gran capital y cumplir con las metas impuestas por el Fondo Monetario. Ahora se viene como solución mágica al déficit la reestructuración del régimen de transferencias: los municipios quedarán con las obligaciones y sin los recursos, lo que va a repercutir en alejar la salud y la educación para la gente de a pie.
Hoy la administración de Uribe Vélez pretende perpetrar la mayor entrega en la historia de Colombia a los intereses estadounidenses. Si el Gobierno avanza para desgracia del país en el tratado bilateral de libre comercio estaremos condenados a la triste condición de estado libre asociado, sin agricultura, sin industria, sin soberanía.
Por si fuera poco, persiste la farsa que legitima el despojo y cubre las atrocidades con un manto de absoluta impunidad. Después de todo, se trata de devolver favores con demostrada gratitud.
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No hay duda de que el tiempo ha cambiado de rumbo y ahora corren vientos de libertad favorables a la democracia. Es el momento de articular una política de oposición eficaz al autoritarismo, antes de que arrase con lo que va quedando de libertad y democracia.
El país tiene probadas reservas democráticas. Pese al decir de las encuestas, hay insatisfacción con la cascada tributaria y las ejecutorias del gobierno están lejos de ser satisfactorias. Lo que viene ocurriendo es que las iniciativas opositoras en lugar de hacerse fuertes por la coordinación, se neutralizan y debilitan en la dispersión.
Es preciso construir entre todas y todos un espacio en el que se pueda concertar una agenda básica para la defensa de la democracia, en la que las distintas iniciativas puedan conjugarse en función de obtener resultados efectivos. Un espacio en el que puedan participar las fuerzas políticas y los movimientos sociales, las organizaciones profesionales y las no gubernamentales, la gente de la academia y las iglesias, todos unidos para enfrentar esta emergencia nacional.
Ya es hora de abandonar las actitudes testimoniales que apenas suscriben constancias para la posteridad. Una política que no se ocupa por su efectividad a la hora de los efectos no puede ganar la confianza de la gente. Pero sobre todo, ha llegado el momento de relegar al olvido todo sentimiento de impotencia, de superar la intimidación ante el supuesto poderío de quienes controlan los medios y manipulan el miedo.
A trabajar, que el viento está a favor nuestro.
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