Álvaro Vargas Llosa tiene muchas confusiones. Su padre es un famoso peruano que decidió convertirse en español después de haber sido derrotado en unas elecciones presidenciales por un chino, que en realidad era japonés. Además, se ha propuesto reclamar el derecho a ser famoso porque su padre lo es. Primer intento de nepotismo literario, con pocas posibilidades de éxito, a juzgar por lo que produce.

Otra de sus confusiones que tiene es su sentimiento hacia Bolivia. Hace pocos días escribió un artículo para la prensa chilena diciendo que la cancillería peruana se estaba "bolivianizando". (Como el papá se hizo español, el hijo parece decidido a hacerse chileno, aunque todavía no ha sido derrotado por chino alguno en el Perú.) Lo que quiso decir es que la cancillería peruana se estaba haciendo caótica, temperamental, inspirada por impulsos no meditados. Y en lugar de ser coherente, decidió aclarar que el término no era despectivo porque una de sus abuelas era boliviana. Pero el texto del artículo fue una demostración de que no siente mucho cariño por aquella abuela ni por el país donde ella nació.

Lo peor, sin embargo, es que este hijo de famoso no entiende lo que está pasando en la región. Cree a pie juntillas lo que dicen las noticias. Y a pesar de eso se las quiere dar de entendido. Todo era en alusión a los acuerdos entre Bolivia y Perú en ocasión de la
visita del presidente Carlos Mesa a Ilo y Lima. Alvarito cree que Perú ha entrado
en el juego de Bolivia.

Los hechos, en cambio, dicen otra cosa. Dicen que Chile y Perú están perfeccionando sus métodos para administrar el encierro de Bolivia, como lo han advertido, todavía tímidamente, las autoridades de la Cancillería boliviana. Una sola empresa administra ahora los puertos de Arica, Iquique y Matarani. Es el "Consorcio Portuario Arica", conformado por empresas chilenas y peruanas.

Quizá fue un acuerdo pensando entre los dos países, o diseñado por uno de ellos. Lo cierto es que ahora todo el comercio exterior boliviano que se hace por el Pacífico es manejado en puertos que controla aquella empresa privada conformada por Ultramar, Angunsa, Saam y el grupo Romero.

Parece que, como siempre, una cosa es lo que dicen las noticias y repiten los discursos y otra es la realidad. Eso es, por lo menos, lo que sospechan en la cancillería boliviana al observar lo que se ha consolidado en el frente de los puertos. El encierro de Bolivia es un negocio. Bolivia había estado pretendiendo que podía optar por uno o por otro, para sacar de ellos ventajas económicas y políticas.

Pero la realidad muestra que los dos países, o por lo menos los empresarios de los dos países, han decidido que Bolivia no tenga escapatoria. Ahora estamos ante un monopolio binacional. Las ventajas han sido distribuidas de manera equitativa entre los socios. Es la primera vez que el Tratado de 1929 se traduce en un entendimiento empresarial. El dueño del candado se hace socio del dueño de la llave del encierro, y ambos viven felices.

Lo único que no encaja en este esquema es el proyecto de exportación de gas boliviano a ultramar. Bueno, pero es un proyecto que tampoco encaja con la realidad. La salida por el Pacífico está descartada. Lo saben todos. Todos, menos Alvarito./BIP