Chávez obtuvo aproximadamente el doble de la cantidad de votos con que fue electo por primera vez en 1998, equivalentes a casi 60 por ciento del total de sufragios emitidos. La notable concurrencia de dos tercios del electorado a las urnas, fenómeno casi único en estos tiempos de profundo descreimiento en la democracia formal al uso, subraya la contundencia del acontecimiento. Como también la transparencia y pulcritud con que fue logrado, reconocidas por más de trescientos observadores internacionales, incluyendo al ex presidente de Estados Unidos James Carter y al secretario general de la OEA, César Gaviria. Ambos personajes, que en su supuesta labor de mediación siempre han tratado de arrimar la braza a la sardina opositora, tuvieron que rendirse a la incontrovertible ratificación popular al ocupante del Palacio de Miraflores. En medio de un creciente e inequívoco reconocimiento internacional de organizaciones sociales y gobiernos al resultado del referendo, hasta Washington se vio obligado a aceptarlo, aunque mezquinamente y a regañadientes. Al fin y al cabo, a Bush II no le conviene una situación inestable en Venezuela de aquí a noviembre, que podría disparar más en casa el precio del galón de gasolina y hacer la diferencia que lo haga perder las elecciones.

Fue la oposición quien puso la celebración del referendo como condición para solucionar su conflicto con Chávez y quien exigió el visto bueno del Centro Carter y de la OEA como condición para acatar sus resultados. Por eso cae en el desprestigio total al afirmar ahora que existió un fraude masivo, actitud que evidencia su desmoralización y resquebrajamiento. La mejor prueba de ello es la aceptación diáfana de la derrota por la confederación FEDECAMARAS de los grandes empresarios, cuyo liderazgo ha sido dominante en la actividad sediciosa contra Chávez, desde los paros patronales hasta el golpe de Estado de 2002 y los subterfugios con que se consiguió la convocatoria del propio referendo. Algunos hechos de violencia aislados de los últimos días, lejos de mostrar la vitalidad de la contrarrevolución confirman su desesperación e indican que ha quedado exhausta tras la victoria chavista y que necesitará tiempo para reorganizarse y volver a la carga. No obstante tener a su servicio a la mayoría de las televisoras, diarios y estaciones radiales, es muy probable que a partir de ahora abandonen sus filas muchas personas honestas confundidas y enajenadas por el diluvio mediático. Ello no significa que va a dejar de existir ni que va a renunciar a su objetivo supremo de derrocar por la fuerza al gobierno bolivariano, pero sí que tendrá que replegarse momentáneamente. Porque no hay revolución que escape al hecho contrarrevolucionario y mucho menos cuando este es ante todo un instrumento del imperialismo estadunidense, como ha ocurrido en América Latina siempre que ha surgido un movimiento por la soberanía nacional y la justicia social.

Chávez ha ofrecido una vez más el diálogo y la reconciliación a sus adversarios, en concordancia con la que ha sido su conducta desde que llegó a la presidencia. El problema hasta ahora ha consistido en que los líderes opositores han interpretado la reconciliación como la rendición del movimiento bolivariano a sus exigencias. Claro, si Chávez no cede es un monstruo autoritario y populista que invierte el ingreso petrolero en el bienestar del pueblo en lugar de entregarlo al capital internacional, como es lo políticamente correcto. Para anticiparlo, dóciles y diligentes ante el imperialismo, no faltan tránsfugas de revoluciones.