Duda hijo mío de quién no tiene el sentido de las proporciones... De esta manera se expresaba en cierta oportunidad un poeta a la vieja usanza. Tener sentido de las proporciones puede significar tantas cosas y para ello es conveniente refrescar algunas de sus acepciones. La primera en cuanto a disposición, conformidad o correspondencia debida de las partes de una cosa con el todo o entre las cosas relacionadas; la segunda como disposición u oportunidad para hacer o lograr algo; la tercera como coyuntura o conveniencia, y finalmente, por ahora, la mayor o menor dimensión de una cosa.
El momento que ha vivido el país en sus últimos tres años y el papel que ha jugado la oposición venezolana al gobierno actual parece, en parte, haber estado ubicada fuera de unas justas proporciones. A partir de la incidencia que tuvieron el conjunto de leyes incluidas en la Ley Habilitante número dos, los adversarios del gobierno sufrieron un dislate político de enormes proporciones.
No es que hubiesen perdido la brújula ni mucho menos, se dedicaron a tratar de romper el hilo constitucional y mire que lo lograron: desobediencia social, golpe de estado, sabotaje petrolero, guarimbas, guerra mediática, desestabilización, atentados, asesinatos, francotiradores, y otras cuantas acciones que le hicieron perder el sentido de la correspondencia entre sus acciones y lo que sentía y quería la mayoría de la población venezolana. Había que hacer las cosas como lo determinaba su voluntad y la de quienes los dirigían desde adentro y fuera de las fronteras del país. El gobierno debía caer a trocha y mocha. Su disposición para derrotar al gobierno era total y absoluta, en todo momento y con cualquier tipo de acción había que lograrlo.
La violencia y la sin razón se apoderó de sus mentes y almas, la enfermedad mediática los había alcanzado, la mentira repetida una y miles de veces más debía convertirse en verdad. Se dejaba de lado la ¨información veraz¨, el fin justificaba los medios. A toda costa se debía deponer al gobierno, a lo Carmona, con pretensiones imperiales, la Constitución en pleno tenía como destino el cesto de la basura. La fecha del 2 de febrero de 2003 debía convertirse de ¨consultiva¨ en ¨revocatoria¨. Desafortunadamente para sus propósitos las cuestiones fueron tomando su cauce y se llegó a la aplicación de un novedoso artículo de la Constitución Bolivariana, el 72 que afirma que todos los cargos y magistraturas de elección popular son revocables.
La coyuntura se presentó con fuerza, con la incontenible fuerza popular llena de pasión y emoción por defender sus derechos constitucionales, por negar la vuelta al pasado, a las décadas perdidas de la democracia representativa, para hacerla directa y protagónica. Hoy ya a la luz del resultado obtenido, la votación registrada simplemente ratificó lo que era una intención clara y determinante, la voluntad popular. En este sentido la mayor o menor dimensión de una cosa tomó también su cauce, para reafirmar al gobierno y dejar de lado la pretensión de ser revocado.
Los itinerantes se quedaron de lado, la polarización se volcó hacia las urnas aceptando las reglas del juego a pesar de las sombras sobre la violencia soterrada y el fraude electrónico y sofisticado. La guerra mediática se encauzó a través de los dictámenes del árbitro, no en el sentido de haber disminuido el poder de los medios de comunicación que en su furia del golpe de estado de abril de 2002 se encadenaron ocultando la reacción popular. Ese poder sigue allí latente e imperturbable para accionar en cualquier otra oportunidad más conveniente. Su furia enfermiza no fue capaz de doblegar la voluntad popular, privo, esperemos, el sentido de las proporciones.
Nuevos retos esperan al país luego del resultado obtenido el 15 de agosto pasado. Al gobierno nacional le toca ahora completar su período constitucional. El Presidente de la República Bolivariana de Venezuela no fue revocado como pretendía la oposición, todo lo contrario fue ratificado de manera evidente y notoria por la voluntad popular. La oposición no alcanzó el número necesario para lograr su propósito y los votos que ratificaron al Presidente en su ejercicio superaron con amplio margen a los de quienes pretendían hacerlo, tal y como era de esperarse de acuerdo a los vaticinios de tirios y troyanos.
Los números, la emoción y el grado de organización dieron al traste con una oposición que es de esperar saque lecciones de esta nueva derrota pautada en los cánones de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) aprobada por otro referéndum el 15 de diciembre de 1999. La corriente fluvial de las pasiones electorales ha retomado su cauce. Vendrán nuevas elecciones a nivel de gobernaciones, alcaldías, para miembros de la Asamblea Nacional, e inclusive para la Presidencia de la República y de ese modo nuevas oportunidades para la oposición y el propio gobierno de ratificar la voluntad popular o el que ella revoque el mandato delegado de quienes fueron elegidos. En esta oportunidad privó otro sentido de las proporciones, no el de la oposición que erró sus cálculos políticos, esta vez triunfó el pueblo venezolano, ganó la Nación entera y el árbitro tuvo que actuar para legitimarse como uno de los poderes que le asigna el propio texto constitucional.
El río de la historia sigue su curso y nuestro pueblo continúa escribiéndola con responsabilidad y alto sentido de las proporciones dándose lecciones a sí mismo y a los otros hermanos de América Latina y del resto del mundo que atentos estuvieron a lo que ocurría dentro de nuestras fronteras. Esperemos que estas lecciones sean aprendidas para seguir construyendo caminos que conduzcan a la justicia social en un clima de respeto y paz, ello por supuesto, sin desestimar diferencias que se encuentran a la raíz de una dura realidad que termina siendo referente permanente fuera de los sueños de cada quién. Se hace camino al andar... decía el poeta y ya aquí nos encontramos ante nuevas coyunturas por venir, ante nuevas oportunidades y con gran disposición, eso sí tratando de tener un gran sentido de las proporciones.
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