Por años la discusión entre la libertad de prensa y libertad empresarial presidió -y sigue haciéndolo- el debate. ¿Es el dueño quien impone su criterio y presiona por la defensa de lo que considera sus intereses y, por negación, evita críticas a su entorno? O ¿el periodismo debe informar aunque eso signifique duros cuestionamientos a lo sinverguenzas que son tradicionalmente los empresarios en Perú? ¿Quién lleva la batuta en los últimos meses? ¿Se han convertido los diarios en guaridas de pandillas de mediocres y logreros?

De El Comercio no se puede esperar nada. Es por antonomasia, el símbolo de los vendepatria. Sus adláteres, con cosmética habilosa y gráfica, presentan digerido los mismos productos y cada vez que hay que subrayar posiciones claudicantes, proclives a las transnacionales que pagan sus avisos, allí está este grupo que ahora tiene pegada en asociados y televisión.

Pero, en los últimos días, Correo que había renacido enriqueciendo la polémica política bajo la sagaz dirección de Juan Carlos Tafur ha devenido en el recinto natural, en el hábitat de ciertos auto-erigidos justicieros, porteros y guardianes de la moralidad política. Sólo que sus biografías tienen mucha trabazón con la nefasta y delincuencial época fujimorista. Una recibía cheques y ahora dice que su ignorancia monumental sobre la fuente de esos dineros, le era ¡absolutamente desconocida!

Los protagonistas del mayúsculo fiasco acusador contra el legislador Jorge Mufarech parecieran ser dueños de espacios inmensos, voces autorizadas y prácticamente titulares de la línea política del diario. Una sola pregunta: ¿qué dicen los dueños de Correo? Tal parece que comparten, por acción o abulia, dicha orientación que acaba de lograr un patético como cantado fracaso.

Irrisoria hasta el clímax del esperpento la encuesta que tanto bombo concita en Correo y por la cual Adepsep publicita que los limeños quieren la participación de los empresarios en política. De Erasmo Wong hay poco criticable que decir y en cambio sí personifica un impulso valiente y preparado. Pero que se demande que San Dionisio Romero Seminario y su palafrenero preferido, Arturo Woodman Pollit, participen en política, huele a un desaguisado por distintas razones de las que puede suponer el lector poco avisado.

¿No es San Dionisio Romero Seminario, el banquero de los banqueros, el que negociaba favores con el delincuente Vladimiro Montesinos, y cuyos vídeos perpetúan esas páginas de infamia que sólo a sus abogángsters no parece prueba importante? ¿No participaba en política entonces? ¿O rezaba el rosario en compañía del ex-capitán expulso? Woodman es un pobre diablo servil. Falderito de primera categoría vive a cuerpo de rey porque sabe cobrar bien y eso que San Dionisio es capaz de ningunear a su propia familia o de robarle como hizo con una tía en Piura, falsificando un testamento.

Pregunto ¿hemos llegado a la triste realidad que los diarios son guaridas en lugar de ser casas transmisoras de información veraz, valiente y denunciatoria? Lo divertido por inverso es que se propalan los fracasos y a sus agentes, ridículos improvisados a quienes hay que someter a un escrutinio muy fuerte porque su interés no es la moral sino la publicidad gratuita que les dan medios tan funcionales o amigos. ¡Escoja usted el término!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!