Aun cuando en lo interno la situación pareciera despejada, es obvio que con la anunciada reelección de George W.Bush, la política de Estado de los Estados Unidos para América Latina no cambiará, pero sí la realidad latinoamericana y caribeña, de la que no se ha enterado (o prefiere no enterarse) Washington. Chávez no está solo. Quizá tampoco demasiado acompañado.

Pero incluso con sus tibiezas o balanceos, sus peculiares nacionalismos, Tabaré Vázquez, Néstor Kirchner, Lula da Silva, representantes de una izquierda moderada, indican que Estados Unidos tendrá que cambiar su relación con América Lapobre. El triunfo sandinista, la adhesión paraguaya a la línea del sur, el crecimiento de la izquierda en Chile, avalan esta necesidad. Incluso, la situación de México debe cambiar en un par de años y en lugar de mirar con ojos gringos comience a mirar el sur con ojos mestizos.

Pareciera que después del 31 de octubre ya no quedan dudas, Victorias obtenidas en el terreno social, con las misiones; victorias electorales; victoria económica, con la lenta pero segura recuperación de Pdvsa y un crecimiento económico inusual; y victorias políticas, como el diálogo con todos los sectores -esta vez aceptado por un empresariado ávido de negocios-, dejan en claro que hay victoriosos y derrotados.

Las elecciones regionales dejaron una serie de cadáveres políticos, sobre todo en la oposición. La mayoría del chavismo es absoluta, pero eso significa que ahora debe abandonar el escenario del enfrentamiento y la confrontación -en el que Hugo Chávez es excelente estratega- para comenzar a gobernar. Pero la realidad que el clima de confrontación que se vivió en Venezuela durante años hizo que muchos de los gobernadores y alcaldes electos bajo el portaviones de Chávez, realmente no sean idóneos para gobernar, no tienen experiencia en administración pública, ni antecedentes políticos.

Los analistas insisten en la pertinencia de ver una de las causas de los cambios: la abstención de 54,27%, que estuvo en los niveles de 1989 (54%) y de 1992 (53,85%). No hubo motivación, pero lo cierto es, también, que los llamados a votar del presidente Chávez no fueron escuchados por un alto porcentaje de sus partidarios, alrededor de dos millones que votaron por el No en el referendum del 15 de agosto. La causa fundamental fue la imposición de candidaturas por parte del llamado Comando Maisanta, que digitó las candidaturas a alcaldes, asignó las cuotas a los partidos y desoyó las voces de rechazo que llegaban desde las bases. ¿Democracia participativa?. Vaya paradoja: en muchos, muchos municipios, candidaturas chavistas de base confrontaban con las oficialistas y jugaban en favor del candidato opositor y en alguna se impuso la primera contra la digitada desde las alturas.

La oposición conservó una gobernación (Zulia), reconquistó otra (Nueva Esparta) y se impuso en 71 alcaldías, entre ellas las de las importantes ciudades de Valencia, San Felipe y San Cristóbal. Un caso sintomático se dio en el estado Zulia, el emporio petrolero venezolano, donde el No (a la salida de Chávez) ganó en el referendo, pero el candidato chavista -un general retirado sin mayor carisma- perdió ante el actual gobernador opositor, Manuel Rosales.
Lo cierto es que esta Venezuela del nuevo milenio quedó devastada tras 40 años de democracia reclamativa y formal, sin cuadros políticos, gerenciales ni técnicos. El chavismo tiene a sus mejores cuadros en el gobierno e, incluso, le va a costar mucho articular listas para las elecciones de diputados a la Asamblea Nacional a realizarse en marzo, con figuras que puedan servir de apoyo legislativo a las propuestas y planes del Ejecutivo.

Es difícil hacer un manual para la derrota, pero lo cierto es que pareciera que la oposición al presidente Hugo Chávez no solo lo ha escrito sino que lo ha seguido a pies juntillas. Puso en escena un golpe de Estado y perdió su ascendencia en las Fuerzas Armadas. Decidió el antinacional sabotaje a la industria petrolera, y la ensoberbecida élite tecnócrata de Petróleos de Venezuela quedó fuera del negocio (y la oposición sin otra fuente de financiamiento), mientras la empresa quedaba en manos -quizá por primera vez- del Estado, que somos todos.

Trató de realizar un sabotaje a la distribución de alimentos y obligó a que el Estado diseñara un aparato de seguridad alimentaria y hoy hasta la empresarial Cavidea quiere aprovecharse de ella.

El piso político también se corrió. El arrase chavista del último día de octubre terminó con los herederos del Pacto de Punto Fijo y la fuerza que representaba la administración de algunas gobernaciones -Miranda, Carabobo, Yaracuy, Anzoátegui, Bolívar- y la mitad de las alcaldías.

El asesinato político del joven fiscal Danilo Anderson [1], con métodos terroristas, la noche del jueves 18 de noviembre, deja en claro la impotencia de los grupos radicales de oposición ante la pérdida de sus privilegios, su condición de "intocables". Chávez tuvo la claridad de ver el trasfondo y por eso exigió a los diputados acelerar la limpieza del Poder Judicial.

Y nuevamente las masas, indignadas, fueron contenidas, para evitar que el crimen fuera exitoso, para evitar que la ingobernabilidad se asentara nuevamente, para poder exigir así definiciones de aquellos que -aún en la oposición- sí creen en la democracia y los que, conscientes de la pérdida de sus privilegios, han elegido el camino del terrorismo.

¿Peligro autoritarista?

La historiadora Margarita López Maya [2], profesora de la Universidad Central de Venezuela se siente preocupada: "siempre que vemos tanto poder en manos de un único partido produce mucho temor. Puede haber una acentuación del autoritarismo. En un país donde la debilidad institucional es tan acentuada, y con una tendencia autoritaria visible en todos los actores políticos de ambos lados, pude haber una acentuación del autoritarismo, de falta de negociación y debate".

No cabe duda que con estas elecciones regionales, Chávez fortaleció su liderazgo y que ahora deberá dedicarse a gobernar, a construir, a isntitucionalizar la construcción de la nueva Venezuela. Ahora no tendrá excusas para fracasar en el combate contra la corrupción y la burocracia y por una mayor eficiencia en la administración. El director del diario Últimas Noticias, Eleazar Díaz Rangel [3] insiste en que los mecanismos de control social deben activarse para que los ciudadanos tengan una mayor participación en la vigilancia de la función pública, y ante cualquier expresión de sectarismo, autoritarismo y prepotencia, y evitar que el poder que ahora tiene el oficialismo se desborde.

Para la dirigencia media, es preciso fortalecer las instituciones y las organizaciones de base para que los cambios avancen. Ahora que la diatriba si Chávez se va o no ha quedado dilucidada -al menos hasta 2006- parece ser hora de diseñar nuevos escenarios y también llamar las cosas por su nombre. La polarización, que para algunos no es más que la incapacidad de los dirigentes para hacer política, no desaparecerá, pero quedará soterrada por unos cuantos meses. La oposición no supo capitalizar los cuatro millones de votos conseguidos en el referendo: durante dos meses reclamaron un fraude desmentido hasta por Estados Unidos, para terminar instando a la gente a que los votara el 31 de octubre y reducir a dos millones el caudal de sus seguidores.

Por un lado subsiste en un archipiélago opositor que busca una tabla de salvación en nuevos liderazgos que deben surgir luego de la debacle electoral de viejos dirigentes como Henrique Salas Römer, Alfredo Peña, Enrique Mendoza, quienes se empeñaron durante los últimos cuatro años -con ingentes apoyos externos- en derrocar por cualquier forma a Chávez.

La debacle opositora dejó como corolario que el gobierno controlará 20 de los 22 estados en que fueron disputados los cargos para gobernadores y 270 de las 337 alcaldías. Debilitada, a la oposición no le queda más alternativa que entrar en el juego político, que es muy distinto hoy al de 1998. Hay agrupaciones que seguramente vayan a desaparecer, otras (sobre todo las más conservadoras) sobrevivirán.
Hay que recordar que todos los partidos nuevos son producto de la antipolítica -producto del desgaste de los partidos tradicionales, impulsado por los medios de comunicación social comerciales- y muchos de ellos no pasan de ser aventuras más mediáticas, virtuales, que acumuladoras de conciencias u opiniones.

Pero por el otro, aparece una posible oposición desde la izquierda misma del chavismo, teniendo en cuenta que el oficialista Movimiento Quinta República no es ni un partido y mucho menos con coherencia ideológica. Es más una agrupación electorera que de formación de cuadros.

Es cierto que tras la toma de conciencia de ciudadanía por millares y millares de venezolanos, se vino desarrollando un proceso de crecimiento de la organización popular pero todavía no parece suficiente como para contener el autoritarismo. No ha habido tiempo para el fortalecimiento de las organizaciones de base e incluso para el surgimiento de nuevas agrupaciones o partidos. Viejos militantes de la izquierda saben de la necesidad de articular plataformas desde las bases, de abajo hacia arriba. Otros ni siquiera lo saben.

En el chavismo, en las llamadas fuerzas del cambio, hay muchas corrientes: unos aspiran a una revolución socialista o meramente nacionalista -como pareciera ser el modelo del propio Chávez-, otros apenas a cambios en el maquillaje. Hasta ahora los espacios de debate han sido escasos e, incluso, la descalificación es esgrimida antes de cualquier discusión. Por eso no es descartable escisiones por izquierda dentro del chavismo de gente que exige profundizar la revolución, de hacer la revolución dentro de la revolución, aunque no siempre estén claros en lo que buscan. Inclusive sin necesidad de abandonar el portaviones.

El gobierno de Chávez bien pudiera ser definido como uno de corte nacional, popular y revolucionario, con políticas sociales coherentes y efectivas (que deben ser institucionalizadas), pero con muchos vaivenes dentro de las políticas económicas. Y como en casi todo, el petróleo, la política petrolera y la administración de los enormes recursos de la estatal Pdvsa, están casi siempre en el ojo del debate. Sobre todo porque con una industria -al menos políticamente- saneada, los enormes recursos, que durante más de medio siglo engrosaron las cuentas externas de las élites, están al servicio del estado y permean, a través de los planes sociales, a las capas de menores recursos, a los marginados y excluidos tradicionales. El nacionalismo petrolero del chavismo no impide negociar con las trasnacionales.

Mientras, Chávez y la dirigencia de las llamadas fuerzas del cambio, deberán decidir qué hacer con un pueblo movilizado.

Hoy subsisten en Venezuela, del otro lado del mostrador chavista, viejos partidos despojados de contenido y continente, siglas y dirigentes virtuales perdidos por los duros golpes de la realidad y los habituales declarantes-denunciantes, con ya muy poco que decir, que van desapareciendo de los medios y pasan al olvido total. Enrique Mendoza y Henrique Salas Römer y su hijo pierden por primera vez en casi 20 años, en dos poderosos estados como Miranda y Carabobo. Sus cargos, al igual que el ex alcalde metropolitano Alfredo Peña, les permitieron estar al frente de la oposición durante los últimos años.

Hoy nadie les da oportunidad alguna para alcanzar la presidencia en el 2006. Quizá, aun perdiendo, quien capitalizó mayor futuro es el dirigente socialdemócrata Claudio Fermín, quien no alcanzó la Alcaldía Metropolitana pero acumuló un importante porcentaje de votos que lo dejan como uno de los pocos dirigentes serios de la oposición.

Y mientras Caracas asumía a Alí Rodríguez como nuevo canciller -quizá en una estrategia diplomática con olor a petróleo, que tendrá como contrincante nada más ni nada menos que a Condolezza Rice-, Chávez iba penetrando con su discurso antineoliberal y antiglobalizador en Europa, anunciando la necesidad de formar una nueva internacional, la democrático-revolucionaria, que defienda la inclusión social, la equidad, el mundo multipolar, la solidaridad. Y, al ojear y hojear el ejemplar de El Quijote que le regalaran en Toledo pudo leer la frase cervantina de "ladran Sancho..." (¿señal de que aún hay perros?).

[1Ver nota de Roberto Hernández Montoya en página 40

[2Ver entrevista de Claudia Jardim "Sin oposición, el gobierno puede ir hacia el autoritarismo, dice historiadora" en www.alia2.net

[3Ver "Nuevo Mapa Político", en revista Punto Final (Chile), 12-11-04