El ministro de Trabajo, Juan Sheput, ha increpado a lo que él denomina “clase política” -en realidad pandilla política- una falta de solidaridad con respecto al polémico tema Chile. Sostiene el funcionario -con acierto macizo-, que en el país del sur hay una actitud coherente no sólo de la población sino también del empresariado con respecto a cuanto hace su gobierno y -como es obvio- si se refiere al Perú. Yo me atrevería a lanzar los dados: ¿de qué se trata, falta de pantalones o exceso de bolsillos?

Veamos. En pocos meses más transitaremos por una campaña electoral que promoverá candidaturas o reelecciones en el Congreso y el gobierno. Cualquier ejercicio electoral demanda cantidades ingentes de fondos porque hay que pagar desde el aviso en el medio, cualesquiera que fuese, como los más mínimos gastos de toda índole.

¿A quiénes normalmente acuden los postulantes en singular o los partidos en plural para la consecución de dinero para sufragar una campaña? Recordemos que esto no es raro ni punible. Sólo que sí es claro que quien pone dinero lo hace por la defensa de algo, por sus intereses y no porque sea discípulo de la Madre Teresa.

El empresariado chileno, desde hace años tiene más de 4 ó 5 mil millones de dólares invertidos en Perú. A ellos les parece que es interesante invertir aquí porque hay riqueza y recursos y -no está demás decirlo- burócratas inmorales dispuestos a vender su alma por unos cuantos dólares y ¿porqué deberíamos descartarlos? también una cáfila de políticos entusiasmadísimos de traficar con cualquier cosa con el avieso -y único- propósito de llegar al Congreso, al sillón municipal o a la presidencia de una asociación de padres de familia de algún colegio, con tal de satisfacer su primaria vanidad.

Si se juntan las variables de quienes necesitan dinero y de los que lo poseen, entonces, hay la posibilidad de aventurar que a muchos no disgustaría, para nada, recibirlo de empresas que necesitan de leyes con nombre propio, preferencias o hasta permisos o licencias de funcionamiento que con apoyo político, vía dólares generosos, garantizarían que sus inversiones rindan los réditos cuantiosos y ambiciosos que ellos anhelan. La ecuación es perfecta: hay finanzas si hay respaldo, por tanto, hay que demostrar mano blanda, paz laboral y anhelo por la inversión y la globalización.

¿Cómo explicar el silencio proditor de quienes se asustan con las naturales relaciones conflictivas entre dos países que aún tienen cuentas pendientes que saldar como, por ejemplo, el límite marítimo que el ex ministro Pérez Yoma acaba de reconocer implícitamente. Alguien me dice: el pez por la boca muere.

¿No hemos visto acaso, voces suplicantes de retornar a las negociaciones del TLC con Chile? No hay una actitud altiva y prudente, sino aquella que demuestran los angurrientos que olfatean que se les va el negocio de su vida. Para estos, la dignidad de un buen trato, tiene poco o nada que ver con sus designios fenicios de ganar dinero a como dé lugar. ¡Qué vergüenza!

Hace bien Juan Sheput subrayando lo que hasta hoy nadie, desde el balcón oficialista, había dicho: ¡aquí hay gato encerrado!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!