Ya no habrá más gasolina barata y nuestra dependencia del petróleo caro amenaza seriamente al futuro económico global. Según muchos analistas, como Goldman Sachs o el mismo FMI, los precios del barril pueden alcanzar pronto entre los 80-100 dólares con consecuencias de una pérdida del 0.5% del PNB por cada 10% de subida (con más de 50% de alza en el último año).

No es una cuestión menor si con ello se avanza hacia lo que puede causar un serio desorden económico en el rico mundo del Norte y unos graves desordenes sociales en muchos países del Sur.

El alza del petróleo no es sólo consecuencia de la creciente demanda de las emergentes economías de India y China, y de las tensiones políticas de Irak y Rusia. Por la primera vez hay indicios de que el mercado económico de la energía está anticipando en sus precios una limitación y escasez futura en los suministros físicos.

Parece que ahora comienza a tomarse en serio la teoría que muchos geólogos y economistas llaman ?el pico del petróleo? , y que parte de la idea de que en una fecha próxima la demanda del petróleo superará la producción, y entonces los precios se dispararán con catastróficas consecuencias para la economía mundial. Mientras las compañías petrolíferas afirman que esto no sucederá hasta después del 2025, otros expertos como Colin Campell, auguran un futuro cercano más pesimista, al insistir en que estamos muy cerca de alcanzar el fatídico ?pico?. Tan cerca como el 2008.

Por fin parece que los ministros de finanzas y de economía podrían estar tomando en serio la crisis del petróleo en la que estamos. Los días 1 y 2 de mayo hubo una Cumbre Ministerial de la Asociación Internacional de Energía en Paris en la que se discutió la seguridad del suministro y la inestabilidad de los precios. Pero las salidas de la crisis del oro negro no son nada fáciles.

Está emergiendo un nuevo consenso político europeo sobre la necesidad de reducir radicalmente nuestra dependencia civilizatoria del petróleo, algo que se estima que cuesta más de unos 100 mil millones al año en términos monetarios, pero existen grandes divergencias políticas sobre la forma de hacerlo. Teniendo en cuenta que el petróleo se consume mayoritariamente (un 80%) en el sector del transporte, y el resto se consume para calefacción, y sólo el 3% se gasta en la producción de electricidad, las posibles soluciones son muy limitadas.

La opción nuclear como salida debe estar descartada por marginal porque además de sus altísimos riesgos y peligros ecológicos, una mayor producción atómica no podrá aliviar nuestra gran dependencia del petróleo para las necesidades del transporte.

Las nucleares producen principalmente electricidad, lo que no puede satisfacer las demandas de petróleo que tiene el sector del transporte, constreñido como está por los vehículos construidos en base a motores de combustión. Incluso los más optimistas y partidarios de cambiar hacia fuentes de hidrógeno para los vehículos, y hacia fuentes nucleares u otras fuentes, admiten que hasta más allá del 2020 no es esperable el poder cubrir ni siquiera el 1% del mercado de demandas energéticas. Y la opción nuclear se complica aún más si además de considerar el irresoluble problema de los residuos radioactivos, se tienen en cuenta los terribles peligros del terrorismo global junto a la proliferación y descontrol existente sobre las armas atómicas en un mundo lleno de conflictos y desgobierno.

Las posibles soluciones a la crisis son múltiples y se encuentran en aumentar radicalmente el ahorro y la eficiencia en los sectores del transporte y vivienda, y a la vez acelerar el desarrollo de las fuentes energéticas renovables junto a una fiscalidad que grave el dañino consumo petrolífero.

Implicará también la puesta en marcha de una ambiciosa Directiva Europea sobre el consumo petrolífero máximo de los coches, lo que ayudaría a reducir el consumo medio por debajo de emisiones de 120g por Km en el 2012, y de menos de 60g en el 2020 mediante otros mecanismos flexibles como puede ser a modo de ejemplo la legislación en California: que premia a los fabricantes cuyos coches son más limpios y penaliza a los que venden los todo terrenos superconsumidores. En otras palabras apostar por todos los medios posibles por unos coches más ligeros, y más seguros, y energéticamente híbridos.

El poder afrontar con eficacia esta doble crisis económica y física que se nos echa encima, y generada por factores de escasez en los suministros del petróleo y por la explosión del consumo mundial, nos obligará a repensar la forma de urbanizar, nuestros estilos de vida y el sobre-consumo practicado por nuestras ciudades y regiones. Será preciso una radical reorientación y reequilibrio de las inversiones en el transporte hacia sistemas de transporte público en detrimento de los modos dominantes basados en las fuentes energéticas del petróleo y el transporte mediante coches, camiones y aviones.

Muchas medidas de gestión pública son posibles para impulsar esta urgente transición. Deberían generalizarse las experiencias exitosas de peajes urbanos al movimiento motorizado en los cascos urbanos junto a otras tasas sobre el transporte de mercancías por carretera, y con ello incentivar otras formas alternativas como son el transporte público y el ferrocarril.

El sector de la construcción es también un importante consumidor de petróleo, y tiene por delante un gran potencial para aumentar su eficiencia en el ahorro y gasto de materiales. Ha de afrontar estos imperativos con cambios a favor de una economía que oferte viviendas ecológicas, el reciclado, la reparación y el ahorro de materiales, el fomento de energías renovables, y una masiva reorientación de inversiones hacía la rehabilitación de viviendas. Esto exigirá un cumplimiento estricto y con suficiente apoyo financiero de la nueva Directiva Europea sobre la eficiencia energética de edificios, y que entra en vigencia en el 2006.

Finalmente, habrá que dar un gran empuje a las energías renovables. Según la Comisión Europea, el coste de una política fuerte a favor de las renovables y para alcanzar el 30% de la electricidad consumida, solo sería el 0.7% del PNB europeo, lo que estaría bastante por debajo de los efectos negativos del alza de los precios de petróleo. Y esto sin considerar los grandes beneficios ambientales que supondría en la lucha contra el cambio climático y la contaminación del aire.

Los desafíos de la crisis del petróleo necesitan unas respuestas variadas también desde la investigación tecnológica y desde una política exterior que estreche la coordinación con países como China, India y Brasil. El reconocimiento urgente de los últimos pero largos coletazos de la era del petróleo necesitará buenas dosis de reflexividad y de valentía política para afrontar la transición hacia otras formas sustentables de consumo energético.