El ministro del TLC y Asuntos Foráneos, oficialmente de Comercio Exterior, Alfredo Ferrero, anunció que entre marzo o abril del 2006, es decir en las postrimerías de este gobierno, se suscribirá con Estados Unidos el Tratado de Libre Comercio. Conviene recordar que Ferrero admitió la lejanía del tema y no olvidó, tampoco, de advertir que en la agenda norteamericana no está prevista la renovación del ATPDEA con nosotros, por tanto hay que firmar “sí o sí”, dicho convenio. Ya no hay que rogar, tampoco que desesperarse, porque Toledo y su equipo “colocaron” en el menú cotidiano de más de 40 (de algo más de 600) parlamentarios gringos, lo importante que es el TLC para Estados Unidos con respecto al Perú.

¡Hay que felicitar pues que las exitosas arrodilladas recientes hayan tenido esa feliz culminación! Por lo menos así lo dice Ferrero, ministro que ahora sí está preocupado porque no quiere ser recordado como alguien que impulsó o ayudó en un acápite inconveniente para el país. En buen romance, no quiere que le reconozcan como vendepatria, sino como tecnócrata, futuro capataz que contratarán estas mismas empresas una vez que se instalen en negocios de mil y un maneras por nuestros lares. Muy loable la dignidad que reclama para sí mismo, el ministro del TLC y Asuntos Foráneos.

¿Por causa de qué a los serviles orgánicos, quintacolumnas grotescos, traidores congénitos, regaladores de lo que no es suyo, no se les puede fusilar y sí hay, en cambio, vociferantes reclamadores de la pena de muerte para los violadores? ¿Acaso los proditores no trasgreden la honra nacional para ponerla en manos privatistas vía concesiones trucadas o hechas a la medida con la cómplice anuencia de los medios de comunicación y pagar menos en derechos sociales, invertir lo menos posible y llevarse, sí, los máximos réditos en poco tiempo? ¿Con qué vara se mide un supuesto yerro social contra singularidades y no se castiga lo que es una arbitrariedad contra el colectivo cuando la fábrica confecciona piezas que no admiten sino la salida privatizadora porque el diseño así lo dispone?

La inmensa mayoría de nuestros tecnócratas es vendepatria. Carece de identificación con la historia a la que desprecia como antigualla y anacrónica. El hombre o mujer de a pie si no estudió, como ellos, en Harvard, Boston, Oxford, es apenas un indígena de calidad inferior, siempre incapaz de ocupar los puestos que a ellos –y al sistema de cipayismo institucional- se antojan como los “naturales”. Es decir, los ministerios de Economía, los altos puestos del Estado, las almenas que columbran por dónde introducir las argucias legales para hacer que las trampas cohonesten cualquier privatización o industria con tal que pague algunos soles al fisco. Verbi gracia: las empresas mineras gozan de contratos-ley que nadie puede tocar.

Frente a este escenario los partidos políticos son clubes electorales de repartija vulgar. Cobran fuerza, vida y recaban fondos económicos cuando las elecciones se aproximan. Dan demostraciones de buena conducta ante los demócratas y republicanos estadounidenses para que quede muy claro que “han cambiado” y que la historia anterior de antimperialismo es cosa del pasado. ¿Puede a esto llamarse reciclaje? ¿O traición a secas?

Mientras que exista la democracia electoralista como fin supremo de la sociedad que se pelean cual carroña pandillas electorales, no hay otros posibles ganadores que los ladrones que sí saben a qué vienen, como representan los poderes foráneos y cuáles los mecanismos de exacción a través del Estado y los convenios como el Tratado de Libre Comercio, con tribunales ad hoc y lesivos, profundamente cancerosos para la cultura de los pueblos, para sus medicinas y para muchos de sus más importantes productos agrícolas.

¡A esto va a conducirnos la exitosa arrodillada del cipayismo autóctono con el silencio o tartamudez de incapaces que privilegian el escaño y no la lucha revolucionaria a través de partidos fuertes, antimperialistas y modernos! “Hay que tratar con el capital. Sí. El asunto es cómo hacerlo” escribió en 1928 en El Antimperialismo y el Apra, Haya de la Torre. Para algunos, también la aseveración hayista trocó deleznable.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!