Como en este país las leyes tienen apellido y currículum económico y por esas aberrantes razones, apenas se ha condenado a Celso Pastor Belaunde a 3 años de prisión por el atropello, fuga y casi asesinato de varios jóvenes en diciembre del 2004, propongo que discurramos por el fusilamiento moral de este pobre diablo. En adelante Pastor Belaunde será igual a borrachín despreciable, para designar a todos los facinerosos que manejan vehículos irradiando el crimen por donde pasan. Si la ley es injusta, que la ley de los pueblos, esa que brota de la indignación popular, sea la que condene a estos miserables.

El más perjudicado del accidente cuasi fatídico ha sido José Miguel Otoya de apenas 22 años. Su juventud lozana quedó trunca y ha perdido facultades motrices y sólo por un milagro salvó la vida y recuperó en buena parte el conocimiento. Pero su calvario recién empieza porque serán muchos más los años en que deberá rehabilitarse merced a duros y costosísimos tratamientos médicos. Y todo porque un Pastor Belaunde=borrachín despreciable, manejaba ebrio y, tras la falta, se escondió como el cobarde que es.

La madre, la señora Cecilia, de fibra corajuda e invicta, sobreponiéndose al horror que significa que casi le maten a un hijo, salió a los medios, enfrentó a la hipócrita sociedad peruana que se escuda en apellidos, blasones y cobardías heredadas, generación tras generación, y les reclamó por justicia contra quien había violado leyes, infringido cánones de conducta decente y simplemente atropelló a varios jóvenes, entre los cuales, estaba José Miguel su hijo. Si la valentía de Cecilia ha sido de esas que marcan una época, la vergüenza del fallo judicial, benigno y simpático para con Pastor Belaunde=borrachín despreciable, ¡es un asco!

¿Cómo pueden permanecer tan en silencio los líderes políticos y que se reputan como los únicos escogidos para gobernar –dicen ellos- este país? ¿De qué modo se justifica que ante el claro favoritismo de que es objeto Pastor Belaunde=borrachín despreciable, nadie diga nada? Podrán argüir que es un asunto de la justicia. Pero ¿qué se hace cuando, como en este caso, las leyes no son sino papel higiénico? Las palabras sobran, la fronda amenaza porque el organismo peruano está lleno de pus, donde se aplica el dedo –decía González Prada- brota el líquido fétido.

No extraña pues que un sinverguenza como Andrónico Luksic de la empresa Lucchetti que se reunía con Vladimiro Montesinos, no para leer la biblia, sino para fabricar la repartija y los favoritismos, hoy decline, según dicen los medios, por sugerencia del gobierno chileno, asistir al requerimiento de la justicia peruana. Dice él que este caso ya tenía “veredicto desde el comienzo”. Mi impresión es que Luksic sabe que tiene rabo de dinosaurio y también sabe ¡qué duda cabe! que sus millones están por encima de tribunales y ¡qué horror! sobre administraciones gubernamentales que le prestan ayuda cómplice para cohonestar sus pillerías.

Otro caso monstruoso es el que protagoniza San Dionisio Romero Seminario, el banquero de los banqueros, uno de los dueños del Perú y el que paga a decenas de periodistas en radio, televisión y prensa escrita para que le escriban panegíricos y le libren de comparecer ante los tribunales por idénticas razones: ¡tiene dinero y sabe cómo emplearlo!

Estoy casi seguro que en su fuero interno y con esa intuición de mujer de armas tomar, doña Cecilia, sí sabía que el fallo iba a ser muy desagradable en el caso de Pastor Belaunde=borrachín despreciable, pero los ejemplos antecitados dan una pauta del oprobio que gobierna nuestra sociedad y la profunda pusilanimidad condenable de quienes están llamados desde los partidos y desde todas las organizaciones sociales, a cambiarlo y transformarlo. Si esto no ocurre es porque han fracasado y sólo procuran el ademán y no el fondo.

Si de algo sirve, aunque sea muy modesto, un abrazo de solidaridad para la señora Cecilia y su hijo (que podría ser el nuestro o el de ustedes), en este momento de rabia e indignación.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!