Poco o casi nada se ha dicho sobre Luis Silva Santisteban García Seminario, adláter fujimorista y “especialista” en política externa y reputado como el causante que el nipón esté contando ovejitas en una cárcel chilena. Marrullero, aprovechador, fenicio, sin escrúpulos de ninguna clase, este individuo tiene muchas cuentas pendientes que rendir y es casi un escándalo que la diplomacia y política peruana no le hayan investigado exhaustivamente.

En efecto, Luis Silva Santisteban siempre aspiró a ser canciller, pero debió cejar en sus empeños porque Kenya Fujimori nombró a Luis Marchand Stens como primer titular de Relaciones Exteriores. Posteriormente, el hermanísimo Santiago Fujimori y Víctor Joy Way, el de las medicinas vencidas y tractores chinos, conspirarían para colocar a Augusto Blacker Miller. Y Silva quedó nuevamente en el partidor.

Aupado Blacker Miller como canciller tuvo la sinverguencería de solicitar al Estado alemán que la deuda externa que nuestro país tenía por la compra de submarinos le fuera entregada para su manejo a la empresa La Moneda de su propiedad particular. Obviamente la misión diplomática peruana saltó hasta el techo y se opuso e hizo todo lo posible por bloquear esta barbaridad. De economista mediocre a ministro logrero, Blacker nunca destacó por tener sangre ni vergüenza de alguna clase.

Producido el cierre del Congreso y con ello el auto-golpe de Fujimori, Blacker Miller envió misiones para cohonestar la interrupción del sistema democrático. Una de estas fue en Alemania, donde la legación peruana volvió a cerrar el paso a los desmanes, sin embargo, la putrefacción fujimorista era indetenible.

La coyuntura se presentó auspiciosa para las ambiciones desmedidas de Luis Silva y logró echar de la cancillería a Augusto Blacker Miller y supuso –y lo hizo mal- que habíale llegado el turno para su tan ansiada aspiración de ser el titular de Torre Tagle. No fue así porque llegó Oscar de la Puente, el carnicero, a degollar aspiraciones y proyectos de vida de muchos diplomáticos, algunos de ellos, honestos y leales servidores públicos.

Pero Silva Santisteban, practica la política del pelo un lobo y consiguió ser nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario en el Consulado peruano en Hong Kong. ¡Y allí hizo de las suyas! Se encargó ¡nada menos! que de la venta de los títulos de nacionalidad peruana durante todo 1992. Pero no sólo se encargó de esta venta a los de Hong Kong sino que lo hizo extensivo a los chinos continentales (República Popular de China) acción que tensó nuestra relaciones con el gigante de Asia. Aproximadamente ¡50 mil títulos de nacionalidad fueron vendidos a US$ 15 mil c/u! ¡Por supuesto y como es lógico en esta clase de cacos, Silva Santisteban jamás dio cuenta de qué hizo con semejantes sumas de dinero!

Los nuevos ricos chinos, que habían recibido el pago por los daños y perjuicios que les había ocasionado la revolución china, gracias a la venta de la nacionalidad peruana tuvieron una forma de sacar su dinero de ese país. Ciertamente, el pago de la deuda interna china que generó esta casta novísima y privilegiada, tenía condiciones muy especiales y ese dinero debía ser reinvertido totalmente en el territorio chino lo mismo que sus utilidades, salvo para los chinos de ultramar (que tienen otras nacionalidades) quienes sólo estaban permitidos a expatriar el 40% de sus utilidades. Al obtener, gracias a las trapacerías fenicias de Silva Santisteban, la nacionalidad peruana, los chinos continentales pasaban de inmediato a ser chinos de ultramar y de ese modo burlaban la ley.

¿Con cuántos diplomáticos y cónsules y autoridades peruanas contó en complicidad para estas actividades ilícitas Luis Silva Santisteban? Sería muy interesante que se averiguara por el nombre de todos los que estuvieron en aquella época a cargo de esas dependencias en Torre Tagle e iniciar una milimétrica investigación para meter a la cárcel a todos los pillos que aún viven camuflados en esa dependencia estatal.

Por lo menos se recuerda –y yo mismo lo escribí en Liberación años después- que uno de los secuaces y pieza importante en este mecanismo era Andrés Chong que fungía de consejero comercial del Perú en Beijing y coordinaba directamente con el tristemente célebre Víctor Joy Way hoy en su hábitat natural, la cárcel.

Después de su pingüe paso por Hong Kong Silva Santisteban hizo de la embajada del Perú en Alemania, durante 8 largos años, su madriguera discreta. ¡Ninguna comisión congresal le ha investigado escrupulosamente lo que hace pensar que hay algo raro en esta flagrante omisión tan notoria!

El caradura de Silva Santisteban está de vuelta a las andadas. Y casi no llama la atención que los medios no muestren el prontuario de estos adláteres del fujimorismo delincuencial. En cambio se ha pretendido revestirlo de un aura que no tiene porque aunque el pillo aunque se vista de seda, pillo se queda.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!