Siempre hemos deseado que algún escritor de chispa y buen gusto fundara un Disparatorio Semanal, donde cada sábado señalara las necesidades y despropósitos almacenados en los diarios durante la semana. Ahí tendría su lugar preferente El Comercio con sus editoriales sin sentido común, sus telegramas sin gramática y sus crónicas sin gramática ni sentido común.

Sin embargo de todo esto, (qué ínfulas en los redactores de ese diario). En toda cuestión social o política, religiosa o científica, artística o literaria El Comercio se encumbra hasta las inconmensurables alturas de su fatuidad y falla sin apelación, pontificalmente. Es el Papa del diarismo nacional, aunque no sabemos si ha sufrido la prueba de la silla gestatoria.

Por un rezago de pudor, El Comercio reconoce implícitamente su falta de razón para darse un título honroso y se llama "periódico serio y práctico": tradúzcase "serio" por imaginación de topo, "práctico" por hombre que escribe con una mano y recibe con las dos. El Comercio tiene el espíritu serio del asno que no pudiendo desarmarnos con un chiste ni con una sonrisa irónica nos ensordece con un rebuzno y nos derriba de una coz; posee el genio práctico, del gorrino que se instala en el mejor sitio del comedero, quiere engullir la ración ajena después de engullirse la propia y gruñe o muerde al primero que se le aproxima.

Hará unos cincuenta años que don Felipe Pardo y Aliaga llamó a El Comercio "un carretón de basuras tirado por dos mulas chilenas". Muertos Villota y Amunátegui (las dos "mulas" de Pardo) el diario continúa siendo el mismo vehículo repleto de la misma sustancia y jalado por algunos solípedos de nacionalidad ambigua. Lo prueban el asalto a La Idea Libre y los insultos dirigidos a sus adversarios: a Tassara le hieren con garras y dientes, sobre los adversarios descargan la basura.

Lejos ya de la caverna y del bosque, habiendo introducido en nuestros corazones el sentimiento de la piedad lo mismo que el respeto a la vida ajena, lo que hoy nos inspira más repugnancia y más horror es la supresión de una existencia. Una honra se repara con una retractación pública, un robo se remedia con una restitución; mas ¿cómo se devuelve una vida? Mal irremediable, el asesinato es el Peor de todos los crímenes.

En El Comercio, durante algunos años, "une cruauté morale et surnoise remplace la cruauté brutale et franche. La science d’endolorir les âmes succéde à celle de torturer les corps". (Paul Adam). Pero el día menos pensado, se examinaron, se reconocieron con instintos de fiera, creyeron encontrarse en la época prehistórica y se dijeron "(A operar!". Y en la imprenta de La Idea Libre operaron con la ferocidad y alevosía que todos sabemos. En El Comercio se ve la marcha ascendente del crimen: ayer mancharon honras con la difamación y calumnia; hoy quieren suprimir vidas con el palo: ¿usarán mañana el veneno, el puñal y la dinamita? Son una amenaza pública. Los antiguos romanos tenían la costumbre de poner en la puerta de sus casas un letrero que decía cave canem, cuidado con el perro; los peruanos debemos escribir en todas las paredes de las calles: "Ojo al asesino", "Cuidado con El Comercio".

El Comercio es el mal caballero abrumado por la reprobación general, es el reo condenado por la opinión pública: dejémosle revolcarse en el despecho y la rabia, emponzoñarse con su propio veneno. Ya no conviene insultarle ni denigrarle, porque al cubrirle de lodo se le hace el bien de disimularle la sangre. Rojo debe quedar para infundir el horror y el desprecio en todas las gentes honradas.