La Conferencia de Londres sobre Afganistán convocó, los días 30 y 31 de enero de 2006, a cerca de sesenta Estados con el fin de definir un plan quinquenal de ayuda al país, el denominado Afghanistan Compact. Su misión era seguir adelante con el proceso emprendido por la Conferencia de Bonn de 2001, que preparó la caída de los talibanes, y concluyó con un acuerdo de promesas de donativos por un monto de 10 mil 500 millones de dólares y la aceptación de la retirada parcial de las tropas estadounidenses, que serán sustituidas por tropas de la OTAN. Nuevas responsabilidades han sido confiadas al gobierno de Hamid Karzai, al menos por escrito, pero, técnicamente, su autoridad sigue limitándose a Kabul.
La Conferencia se desarrolló en medio de una relativa indiferencia de los medios de comunicación pues los diarios dedicaron poco espacio al tema. Sin embargo, los círculos atlantistas emprendieron una campaña de prensa en las páginas de «opinión» tanto antes como durante la Conferencia. El propósito de estas tribunas, completamente monocromas, era recordar la versión atlantista sobre Afganistán y justificar la ayuda al gobierno de Hamid Karzai.

Pudimos así comprobar que el discurso sobre Afganistán antes de la Conferencia obedece a un marco preciso y a fórmulas impuestas. No debemos olvidar que la vida en Afganistán mejoró de manera considerable gracias a las acciones occidentales. No obstante, los méritos de la invasión sólo constituyen el preludio al recordatorio de la necesaria continuación de la movilización de los Estados, «ya que aún queda mucho por hacer». De manera sistemática, la ayuda a Afganistán es presentada como un doble deber: obligación moral que se subraya al recordar los sufrimientos pasados y presentes de Afganistán y exigencia en términos de seguridad basada en la evocación de la tesis oficial sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001. Se nos precisa para concluir que existen graves dificultadas vinculadas con el tráfico de drogas, cuyos responsables no son nombrados y, cuando así ocurre, sólo son «talibanes» o «señores de la guerra», aunque todo el mundo sabe que se organiza alrededor del propio hermano del presidente Karzai.
En una palabra, en ningún momento se menciona la participación de Estados Unidos, la OTAN y Pakistán en la producción de opio, su transformación en heroína y su traslado y venta en Europa, como tampoco se habla de la dimensión estratégica de la invasión de Afganistán en cuanto al control del petróleo del Mar Caspio. Se ocultan las verdaderas implicaciones estratégicas de la invasión a Afganistán y de la ubicación de un empleado estadounidense de UNOCAL a la cabeza del país para privilegiar un discurso que mezcla la exhortación a los buenos sentimientos y la fiebre de la amenaza terrorista.

Jaap de Hoop Scheffer, secretario general de la OTAN, se dirige a los lectores del muy conservador diario español ABC para convencerlos de la necesidad que representa para su país participar en las operaciones militares en Afganistán. Alaba los méritos de la acción de la OTAN y alienta a España a mantener sus tropas en el país a pesar de la muerte de soldados españoles en agosto de 2005. Como es lógico, se trata de un imperativo de orden moral y de seguridad.
En el Boston Globe, Nasrine Gross, autora feminista americano-afgana, desea por su parte movilizar a los ciudadanos estadounidenses. Insiste en los progresos democráticos alcanzados y en su fragilidad antes de volverse, ella también, amenazadora: el peligro talibán no ha desaparecido y pone en peligro la reconstrucción del país y la seguridad mundial.
Karl F. Inderfurth, ex secretario de Estado estadounidense para el sur de Asia; Frederick Starr, presidente del Central Asia-Caucasus Institute y Marvin G. Weinbaum, investigador del Middle East Institute, tratan por su lado de movilizar al público europeo en el International Herald Tribune afirmando que los europeos, como consumen heroína, tienen el deber moral de involucrarse cada vez más en la lucha contra la producción de opio. Más adelante se dirigen a Washington y piden que Estados Unidos no reduzca el número de sus tropas en Afganistán. Y acaban pidiéndole a ambas partes que aporten sumas más importantes y garanticen la formación de funcionarios.
El politólogo alemán Peter Phillip, por demás consejero del ministro alemán de Relaciones Exteriores, promueve la ayuda a Afganistán entre el pueblo alemán en la Deutsche Welle. Insiste en el tema de la droga y aunque no propone soluciones muestra su consternación ante el hecho de que los «señores de la guerra» y los «talibanes» exploten el opio, en su opinión, para combatir al gobierno de Hamid Karzai. Recomienda que los fondos descongelados durante esta Conferencia sean empleados para financiar la lucha contra esta producción y que con ese fin dejen de ser concedidos a las ONG y entregados al gobierno afgano.

Además de todos estos argumentos centrados en países y públicos precisos, la prensa internacional publicó tribunas mucho más abarcadoras redactadas por los allegados de George Soros y por él mismo, y difundidas, como era de esperar, por Project Syndicate.
El multimillonario estadounidense y presidente del Open Society Institute pide en el Jordan Times, Le Figaro y el Korea Herald que aumente la ayuda internacional. Se lamenta de que Estados Unidos reduzca su presencia militar y desea que los dirigentes mundiales reunidos en Londres apoyen a Hamid Karzai, así como un programa de desarrollo económico, y establezcan un programa de lucha contra la droga en el país. Soros también pasa por alto el tema de los organizadores del tráfico de heroína.
En un texto cuyo eje central es la producción de opio, publicado por el Korea Herald, el Jordan Times, el Daily Times y L’Unita, Emma Bonino, en su condición de ex secretaria general de la Coordinación Radical Antiprohibicionista, puesto que cedió al presidente de la Red Voltaire, Thierry Meyssan, al convertirse en comisaria europea, pide que se vuelva a analizar en detalles cómo funciona la «guerra contra la droga» en Afganistán. En su opinión, este combate es ineficaz, la economía afgana depende ahora de la heroína, que mantiene a los grupos armados y estimula la corrupción. En lugar de pedir que los cultivos sean sustituidos, la autora exige que Afganistán sea autorizado legalmente a cultivar adormidera para el mercado mundial de analgésicos.

Como podemos ver, la unidad de puntos de vista es absoluta.