¿Qué embrujo encantador destila o propaga el Congreso? No son pocos los aspirantes a ingresar a sus fauces castradoras y los partidos políticos sólo suministran elementos ad hoc para cumplir con el “sistema democrático”. En esto no hay diferencia: de izquierda a derecha, pasando por los reaccionarios y proimperialistas caviares hasta los antediluvianos y racistas conservadores, todos ambicionan ser parlamentarios. Como si con ello, satisfacieran –o limpiaran- o justificaran pecados y traiciones, estafas y robos morales y materiales. ¿Dejó de ser vigente aquella demoledora sentencia de don Manuel González Prada que afirmó que hasta el caballo de Calígula se avergonzaría de ser parte de semejante corporación (el Congreso)? Yo afirmo que tuvo y sigue teniendo mucha razón.

La sola mención, a cargo de uno de los candidatos presidenciales, de la convocatoria de una Asamblea Constituyente, ha puesto de vuelta y media a la mayoría de políticos. Y esto merece denotarse.

Un pobre diablo de cuyo nombre es mejor –y profiláctico- no acordarse, dijo de manera altisonante que esto erogaría al Estado un gasto enorme. El de más allá sostiene que se resentiría el “sistema democrático”. La verdad genuina es que aún no llegan al Congreso pero ya están cuidando la “intangibilidad” de su posible poltrona. Y esto viene con “valor agregado”: sueldos robustos, pelotones de secretarias y brigadas de asesores que “enriquecen” la producción de los legiferantes. Si uno analiza la actual –como muchas, casi todas- planilla de empleados, se dará con la sorpresa de encontrar parientes, queridas, amantes, consanguíneos en todos los grados y elementos pantalla que no trabajan pero cobran para que el legislador se embolsique esos fondos. Pero ¡jamás! se acusarán entre ellos. El espíritu de cuerpo es brutalmente levantisco en este particular acápite.

Basta con mirar los afiches de diverso tamaño y color, por las calles de todas las ciudades del país, como para preguntarse, sin temor al yerro: ¿y este débil mental qué haría en el Congreso? Da risa, asco y pena, constatar cómo es que el Parlamento para el 95% de sus perseguidores, constituye una genuina fuente de recursos y un bálsamo para sus miserias. A otros proveerá de blindaje frente a las persecuciones a que serán sometidos por la comisión de robos y cohechos en su efímero lustro de gloria. ¿Y la revolución? ¿Cuál revolución? De tres mil candidatos, ni cien, piensan en la Plaza Bolívar como ágora de nuevos, mejores y genuinos caminos de cambio para el pueblo peruano.

La habitual pereza peruana se resiste hasta hoy a enjuiciar la realidad que impone la elección de representantes al Parlamento Andino que pasa por una reforma constitucional que habilite los fondos para estos. Algunos insignificantes electorales han opinado en un sentido u otro, pero ninguno se ha atrevido a denunciar el vicio y la mentira que rodea a este filón electoral. Una vez elegidos, los del P. Andino corren el riesgo de no tener ni un centavo ni nada para desempeñar su muy cuestionable tarea porque no hay habilitación administrativa ¡ni constitucional! que legitime el asunto.

¿Para qué sirven los Congresos? Para que engorden sus integrantes; se otorguen entre sí preseas por dudosos méritos y para que no pocos tarados obtengan “reconocimiento” ciudadano, siempre y cuando, berreen loas al “sistema democrático” que aprueba “sí o sí” concesiones, contratos-leyes de estabilidad tributaria, y, sobre todo, que no cuestionen el modelo económico exportador primario y la sujeción oprobiosa a lo que dictamine el Departamento de Estado en Washington. Muy claro lo ha dicho la señorita Lourdes Flores, a quien nadie discute el ser la candidata de San Dionisio Romero Seminario, el banquero de los banqueros: “Perú debe cumplir con la palabra pactada”. ¡Pamplinas! Y, a veces, el Parlamento da leyes.

Guarida, establo, madriguera, cueva, templo de inconductas, factoría de trampas contra el pueblo, el Congreso, representa una cortapisa, una herramienta del poder para disfrazar la dictadura económica en que están aprisionados 25 millones de habitantes. Sólo 120 ciudadanos, de los cuales, pocos muy pocos, son honestos y peruanos a carta cabal, tendrán en sus manos el freno disimulador de una explosión social que nadie sabe a ciencia cierta cómo puede encarrilar sus furias y objetivos justicieros. Los partidos políticos son clubes electorales, su prioridad es tener gente en el aparato estatal. El cambio y la revolución no tienen por ahora mayor lugar en el cerebro de estas organizaciones. ¿Y el pueblo? ¿Cuál pueblo?

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!